Un águila en Londres para proteger los edificios históricos: la cetrería como solución al impacto de las palomas
Esta práctica milenaria se extiende en la capital británica como el método más natural para ahuyentar a las palomas y evitar costosos daños a los edificios urbanos.
La llegada de Lizzie Vogel a la entrada principal de la Biblioteca Británica de Londres con una caja de metal sobre ruedas pasa desapercibida entre los numerosos visitantes. Pero cuando abre la puerta de la caja y Weatherby sale a posarse cuidadosamente en la mano enguantada de su entrenadora, empiezan las miradas. “¿Es un halcón?”, preguntan una y otra vez los más curiosos. “No, es un aguililla rojinegra”, contesta pacientemente Vogel.
El también llamado águila de Harris, una elegante ave rapaz de color oscuro casi negro, excepto por sus hombros y patas de color marrón rojizo, viene dos veces por semana al icónico edificio de la capital británica. Su objetivo es dispersar el asentamiento de palomas que empezaba a dañar este edificio considerado —junto con un exclusivo 2,5% de las construcciones del país que incluye el palacio de Buckingham o las casas del Parlamento—, de excepcional interés por su extraordinaria arquitectura e importancia histórica. Aunque se trata de una construcción moderna (fue inaugurado en 1998) no deja de ser el edificio público británico más grande erigido en el siglo XX, con una extensión de 120.000 m2.
Los excrementos de las palomas contienen ácidos corrosivos que pueden causar daños irreversibles a la superficie de edificios. Por ese motivo, la Biblioteca Británica decidió actuar con rapidez ante un pequeño grupo de unas 20 palomas, mayoritariamente domésticas, y alguna torcaz, y evitar que se convirtiera en un asentamiento numeroso, puesto que la paloma bravía, la urbana, (Columba livia) puede tener hasta cuatro o cinco puestas al año.
“Las palomas anidan casi todo el año y con el tiempo causan daños a la estructura del edificio y en los espacios al aire libre crean un serio peligro de resbalamiento. Cuando caen en la terraza o en la plaza también causan un problema de higiene, que es una preocupación para la biblioteca, ya que nos esforzamos para que el público disfrute de su visita y uso del edificio sin obstáculos”, afirma un representante de la Biblioteca Británica. “Estamos cuidando del edificio para las generaciones futuras. Podemos ver a las palomas en inmuebles cercanos, las aves rapaces solo las dispersan de la biblioteca”.
Centros comerciales, colegios, bloques de pisos, institutos de investigación… cada vez son más los edificios londinenses que acuden a la cetrería para espantar a las palomas. Las aguilillas rojinegras patrullan hasta la plaza de Trafalgar, donde además se ha prohibido alimentar a los pájaros.
En las dos horas de la visita rutinaria presenciada, solo una paloma, un par de gaviotas desafiantes y dos o tres cuervos se han atrevido a aterrizar en el enorme patio delantero o en alguno de los tejados del edificio, pero no tardan en irse. “Hago volar a Weatherby, que se va posando en sus puntos preferidos, y si hay alguna paloma en algún tejado le dirijo a ese lugar. Su sola presencia es suficiente para mantener a las aves a distancia”, explica Vogel. Tampoco se ven restos de comida, el principal motivo de atracción para los pájaros.
El ornitólogo David Darrell-Lambert, autor del libro sobre avistamientos de pájaros en Londres, Birdwatching London, asegura que nos hemos creado un problema para nosotros y para las aves, principalmente para las gaviotas. “Estas aves intentan quitarnos nuestro bocadillo porque las hemos entrenado dándoles comida antes y las hemos convertido en carroñeras. Pero algunas de estas gaviotas son aves migratorias de larga distancia, vienen desde Rusia y Europa del Este a pasar el invierno y necesitan comida nutritiva para el largo viaje, por eso alimentarlas con pan es un problema”. Además, algunos de estos pájaros, como la gaviota tridáctila o la argéntea están en peligro de extinción, y si están anidando no deberían ser molestadas. Con respecto a la paloma urbana, está de acuerdo en que los excrementos pueden llegar a ser un problema y además de no alimentarlas es necesario disuadirlas. Las personas con sistemas inmunológicos comprometidos corren el riesgo de contraer las enfermedades relacionadas con las palomas y sus excrementos, pero es bastante infrecuente que ocurra.
Vogel comenzó a operar hace cuatro meses con visitas diarias durante dos semanas. “Esta medida causa un gran impacto, el águila de Harris tiene una presencia muy constante y las palomas perciben que ahora hay un nuevo dueño del territorio”, dice. Después, las visitas se reducen a dos por semana a distintas horas del día y la halconera asegura haber notado una “mejoría enorme”. Pero el trabajo de mantenimiento es permanente porque si el ave rapaz desaparece las palomas vuelven. “Las pocas ocasiones en las que hemos hecho trabajos puntuales, la situación ha empeorado de nuevo, dice Vogel. Falta por ver si en verano, con el restaurante en la terraza de un último piso lleno de comensales, la situación se agrava.
La cetrería es una práctica milenaria que consiste en cazar con aves rapaces entrenadas, principalmente halcones, gavilanes, águilas y aguilillas rojinegras. Sin embargo, Vogel asegura que en su empresa, London Falconry, evitan a toda costa la caza cuando realizan control de pestes. “Si veo que mis aguilillas están demasiado cerca de las palomas las llamo”, dice. Para ello, lleva atada a la cintura una pequeña alforja con piezas de carne variada: conejo, rata, codorniz y pollo… sin deshuesar, despellejar o desplumar para que la dieta se asemeje lo más posible a lo que cazarían en estado salvaje. Como cualquier animal, Weatherby intenta conseguir resultados con el menor esfuerzo posible. “Entre tener que capturar y matar a la paloma antes de comérsela o volver a mi lado donde le espera comida garantizada va a escoger la opción más fácil, siempre”.
Está considerado por muchos el método más natural para solucionar el problema, basado en la relación entre depredador y presa que se da en la naturaleza. Sin embargo, la práctica no está exenta de polémica. Las personas que se acercan a hablar con la halconera a lo largo de la mañana alaban la función que realiza. En cambio, en redes sociales ha habido algunas quejas. Los defensores de animales recuerdan que las palomas eran salvajes hasta que las domesticamos hace miles de años, salvaron vidas durante las guerras mundiales y ahora que no nos hacen falta las tratamos como una peste.
Darrell-Lambert considera la cetrería como “el método más fácil para disuadir pájaros de un lugar de forma constante. Otros métodos, como las mallas, hacen que las aves queden atrapadas y sufran una muerte inhumana. El uso de veneno probablemente cause la muerte a otros pájaros también. Las águilas de Harris no cazan mucho, yo nunca las he visto cazar nada, simplemente dispersan a las palomas, lo que significa que trasladan el problema a otro lugar, pero si van a un espacio donde no hay gente no pasa nada. Es su proximidad a nosotros lo que nos causa un problema”, dice.
Para Vogel, esta práctica es sin ninguna duda el método más humano y efectivo: “El depredador manda un mensaje y las palomas no resultan heridas. Las otras opciones serían dispararlas o envenenarlas, así que este es el camino a seguir. Si mataras a una, otras continuarían viniendo”.
Los motivos por los que se utiliza esta ave rapaz en concreto son varios. Su habilidad para maniobrar en el aire las hace ideales para moverse por el entorno urbano. Son fáciles de entrenar. “Estos animales cazan en manada y ven al entrenador como parte de su familia. Cazan con nosotros y recibe muchas recompensas”, cuenta Vogel. Se la nota orgullosa del vínculo que ha establecido con su pájaro desde que lo compró a un criador con cuatro meses de vida. Weatherby tiene ahora dos años y en cautividad podría llegar a vivir más de 20, el doble que en estado salvaje.
En uno de sus vuelos, Weatherby regresa con una pequeña mancha de sangre en una pata. Vogel saca un bote de crema antiséptica de otra alforja que contiene un kit de primeros auxilios y se la aplica para evitar una posible infección. En casos extremos, las heridas infectadas causadas por una presa o una superficie afilada pueden llegar a poner en riesgo la vida del depredador. Por eso, antes de empezar un nuevo trabajo se evalúan los peligros del edificio, especialmente alambres de púas y ventanas, y antes de cada visita se realizan confirmaciones rápidas por si hubiera cambiado algo desde la visita anterior. “El bienestar animal es mi prioridad número uno cuando estoy en el trabajo. Por supuesto, a veces ocurren accidentes. Algunos edificios tienen superficies afiladas y no puedes predecir dónde se va a parar el pájaro”, reconoce la halconera.
Los detractores de esta práctica consideran muy poco natural el uso de un depredador no nativo de las Islas Británicas –el águila de Harris viene del continente americano–. Al menos, dicen, se debería dejar la tarea de selección natural al halcón peregrino. Pero esto ya está ocurriendo.
El ornitólogo no cree que usar aguilillas rojinegras o halcones sea un problema. “El pájaro vuelve a su entrenador después de asustar a los otros pájaros presentes en la zona”. Sí le preocuparía si los huevos de las aves rapaces estuvieran siendo robados de nidos salvajes “pero está prohibido por ley y los halconeros tienen que tener pruebas del origen –criador– de sus pájaros”, explica.
Vogel apunta haber visto un halcón peregrino sobrevolando la biblioteca y sospecha que debe tener un nido cerca. Londres es junto a Nueva York la ciudad con mayores poblaciones de halcones peregrinos urbanos. Otro ejemplo de especie salvaje adaptada al entorno artificial de la ciudad, el hábitat donde más comida encuentra: palomas.