Caminan en medio de la oscuridad, provocada por la caída del sol pasadas las cinco de la tarde, pero también por esa densa nube de humo que lo cubre todo de gris e impregna el aire de un olor persistente a carbón o a madera quemada.Es un aroma irritante, que molesta la garganta, que hace toser y que enrojece los ojos.Es la madera quemada de las casas, pero también del bosque que rodeaba esta zona residencial en Los Ángeles, California, en donde la mañana del martes 7 de enero comenzó uno de los incendios forestales más destructivos que ha tenido la costa oeste de los Estados Unidos, alimentado por la sequía de los últimos meses.Los que caminan son tres muchachos, de 19 años, usan elcubrebocas como en la pandemia;han logrado entrar caminando a una de las zonas residenciales más afectadas en Los Ángeles, el barrio de Pacific Palisades, que fue evacuado desde el martes.Por estos bulevares hay numerosos retenes de la policía local para evitar que los automovilistas transiten por las calles más dañadas y por las cuales los bomberos y personal de emergencia aún hacen recorridos para sofocar las pequeñas fogatas que persisten entre las ramas o para levantar infraestructura urbana como postes, letrerosy pedazos de árboles que obstaculizan el paso.En medio de la penumbra, que cubre al barrio, se observaa los vehículos de emergencia circular con las luces intermitentes encendidas.“Sigue siendo zona de emergencia”, confirma, escueto, uno de los bomberos que hace guardia en su estación, la cual sorpresivamente no sufrió daños, pese a estar en el centro del barrio.Alejandro Oro, el más intrépido de los tres muchachos, va hasta adelante en la improvisada expedición a lo largo de Sunset Boulevard. Avanza por la orilla del camino, apoyado con una vara tan alta como él, en un recorrido por el barrio de su abuela, en el cual creció, y sus recuerdos ahora están opacados por la tristeza al ver todo destruido.“Muchos de mis amigos se tuvieron que fugar. Sus casas están quemadas y es muy difícil deprocesar ycomprender todo lo que está pasando.“Es muy triste. Este barrio que está quemado, es el lugardonde hemos hecho todo desde hace 10 años y fuedonde crecimos.“Mi abuela se tuvo que fugarporque vivió en los highlands, la zona más alta de los Palisades, pero ella está bien”, explicóAlejandro.Las escenas son tristes. Quedaron calcinadas las mesas de jardín con sus sombrillas, en las que seguramente se reunía la familia los fines de semana;deshechos de numerosos automóviles estacionados dentro de los garajes y también destruidos quedaron los aparatos de gimnasio.Televisiones, camas, frigobares, jacuzzis, herramientas y otros artículos del hogar quedaron abandonadosa medio quemar.Ni un techo quedó en pie.La madera que no se quemóse mezcló con los escombros de cerámica, de ladrillos y de yeso a los que quedaron reducidas las mansiones que, por lo visto, en algún momento fueron acogedoras y casi de revista.Algunas tuberías deterioradasrugen por el aire en su interior, mientras que otras escupen chorros de agua que, paradójicamente, inundan la zona del siniestro.Al caer la noche, se observa a las personas buscar suspertenencias entre los escombros… pero casi nada es recuperable.“Somos una comunidad fuerte y nos vamos a recuperar, será mucho tiempo, pero vamos a hacerlo”, dice convencido Alejandro para seguir en el recuento de los daños del barrio de su infancia.