Una tregua para confirmar la derrota regional del ‘eje de la resistencia’
En su manifiesta desconexión de la realidad, Hamás celebró el pasado miércoles el acuerdo alcanzado con Israel para el alto el fuego en Gaza como “un logro” para la “resistencia” palestina y “un punto de inflexión” en el conflicto israelo-palestino. “El acuerdo de alto el fuego es el resultado de la legendaria firmeza de nuestro gran pueblo palestino y nuestra valiente resistencia en la Franja de Gaza, durante más de quince meses”, zanjaban desde el movimiento islamista palestino.
No menos alejada de la realidad fue ayer la interpretación de la República Islámica de Irán, cerebro y responsable último del ‘eje de la resistencia’, de lo ocurrido después de 15 meses de castigo israelí a la milicia islamista en control de Gaza desde 2006. Mohammad Mokhbar, asesor del líder supremo Alí Jameneí, calificó el acuerdo como “la derrota de los objetivos de Israel” y “frutos del árbol de la resistencia”. En términos semejantes se manifestaron a finales del pasado mes de noviembre los responsables de la otrora temible milicia chiita libanesa Hizbulá.
Pero lo cierto es que el ‘eje de la resistencia’ patrocinado por Teherán ha salido muy malparado del ciclo histórico abierto con la cadena de asesinatos protagonizada por las brigadas Al Qassam en suelo israelí el 7 de octubre de 2023. Un período de 15 meses en el que Israel ha demostrado su superioridad estratégica y militar frente a Irán y sus tentáculos en la región, desde Hizbulá hasta Hamás pasando por Hizbulá, los hutíes de Yemen y otras milicias afines en Irak, Siria y Cisjordania, a las que ha golpeado con dureza inusitada e innegable éxito.
Nadie duda de que las ideas y praxis de Hamás e Hizbulá al respecto de la resistencia violenta al “ente sionista” sobrevivirán a la actual circunstancia, pero los especialistas en materia militar creen que las estructuras militares de ambas organizaciones han quedado severamente menguadas. Por ende, es poco plausible que a corto y medio plazo las brigadas de la organización islamista palestina y las milicias del partido chiita libanés vuelvan a las andadas protagonizando nuevos ataques a Israel en un horizonte cercano.
De manera inesperada, el ‘eje de la resistencia’ proiraní recibió al concluir 2024 otro golpe con la caída de la dictadura de Bachar al Asad. Después de más de 13 años de guerra y décadas de dictadura, una fulgurante ofensiva militar liderada por un grupo nacido de Al Qaeda, Hayat Tahrir al Sham, y apoyada por Turquía provocó la implosión del régimen baazista, socio fundamental de Irán en Oriente Medio. Teherán se queda sin una plataforma militar, logística y de entrenamiento en su estrategia destinada a la destrucción de Israel.
Siria comienza así una esperanzadora e igualmente inquietante nueva etapa bajo el control de una milicia de inspiración yihadista. La nueva etapa en Siria coincide con otro esperanzador ciclo en el vecino Líbano, que fue capaz la semana pasada de elegir tanto presidente como primer ministro tras más de dos años de bloqueo e interinidad. Dos logros que no se explican sin el derrumbe del régimen de Asad y, sobre todo, desde que Hizbulá ya no es el temible ejército que fuera hasta septiembre del año pasado. Sin Hassan Nasrallah, Hizbulá, que votó a favor de la candidatura de Joseph Aoun, trata de asimilar aún los golpes recibidos y recuperar el rumbo.
De tal manera que Oriente Medio ha saludado -con algunas excepciones, como la previsible de Irán- el acuerdo para el cese de las hostilidades en Gaza, y ha reconocido la labor mediadora de Qatar, Egipto y Estados Unidos. La alusión a la solución de los dos Estados en los comunicados emitidos por las cancillerías regionales y la propia Liga Árabe ha sido puramente retórica. Los actores regionales son más que conscientes del rechazo absoluto del Gobierno de Benjamin Netanyahu a tal posibilidad -una parte de sus socios le piden seguir combatiendo a Hamás tras la liberación de los rehenes- y de que la llegada de Donald Trump -a pesar de su ya semiolvidado Acuerdo del siglo en los estertores de su primer mandato- a la Casa Blanca hace más imposible todavía.
Los 15 meses de guerra han servido, además, para demostrar la fortaleza de los vínculos que unen a Israel y varios de los Estados árabes. El rechazo a Israel de las opiniones públicas de la región no ha impedido que Egipto y Jordania hayan estado a la altura de los respectivos acuerdos de paz firmados con Tel Aviv en 1979 y 1994 respectivamente. De la misma manera, los Acuerdos de Abraham -que Emiratos y Bahréin firmaron con Israel y EEUU en septiembre de 2020 y a los que poco después se adhirió Marruecos- han salido airosos de la larga y dura campaña de las FDI en Gaza.
La gran preocupación de las autoridades de la región, empezando por las israelíes, es cómo administrar la franja de Gaza, un territorio destruido y en el que han muerto casi 47.000 personas -las ONG advierten de que la cifra se quedará corta en próximas semanas-, a medida que se vayan transitando las distintas fases de un acuerdo que aún tiene que aprobar el Gobierno israelí. El futuro del territorio anticipa meses de inevitables negociaciones directas entre las principales potencias de la zona y el Estado de Israel.
En todo caso, la derrota del ‘eje de la resistencia’ no supone en modo alguno el fin de las ideas y las praxis que le sirvieron de base a Irán para extender sus tentáculos entre poblaciones afines, como tampoco servirá para solucionar los numerosos y acuciantes problemas económicos y sociales de Oriente Medio, sin duda el mejor caldo de cultivo para el radicalismo, la violencia y la inestabilidad.