A expulsar a los mercaderes del templo, por Rosa María Palacios
Un afiche de una de las obras de un festival de teatro universitario de la PUCP no suele merecer atención pública, más allá de la que le dan los esforzados estudiantes que escriben, ensayan y producen sus trabajos como parte de su carrera. Un afiche con una clara burla a la Virgen María, presentada de forma grotesca y de mal gusto, tampoco merecería más que una crítica severa por parte de quienes nos consideremos ofendidos. Sin embargo, la oportunidad fue más que propicia para que el partido Renovación Popular, su líder, Rafael López Aliaga, y sus congresistas, con el apoyo del Ministerio de Cultura, organizaran un ataque estridente y feroz contra la PUCP. Lamentablemente, en el apresuramiento, las autoridades de la Iglesia católica (las únicas que tienen vela en este entierro sobre lo que es o no es una ofensa a la Virgen María) se apresuraron, junto con la universidad, a promover la suspensión del íntegro de un festival que no tenía mayor relevancia nacional o local. Si hoy dicen que nunca fue un acto de censura, pues se le pareció mucho.
Cristo siempre acoge a los pecadores, pero desprecia a los hipócritas. Este súbito arrebato de amor por la Virgen en López Aliaga es incongruente con sus juntas políticas. Su partido está lleno de pastores protestantes que no aceptan ningún dogma mariano. No veneran ni a la Virgen ni a los santos. Para que les quede clarísimo: afirman que la Virgen María no es virgen. Así de chocante para nosotros los católicos. ¿Ha hecho una conferencia de prensa para renegar contra esta herejía? ¿Ha organizado siquiera un rosario de desagravio? Jamás. Va bien de la mano de los protestantes porque de lo que se trata no es de la Virgen. De lo que se trata es de usarla para imponer una agenda autoritaria y conservadora que poco tiene que ver ni con la Iglesia católica ni con nuestra fe. Y de paso desprestigiar a la PUCP, a la que pretende ponerle en frente de su campus un centro de espectáculos.
Los promotores del supuesto desagravio a la Virgen presentaron un afiche bastante chocante y, para mí, agraviante. Mi fe no está representada en un ejército de cruzados medievales. Mucho menos, el rezo del rosario. La orden de los templarios fue disuelta por el papa y sus afanes actuales de resurrección y de convertir a los fieles en una milicia, un acto de apostasía. ¿No va a decir nada la Conferencia Episcopal? El arzobispo de Lima ha rechazado ambas piezas gráficas en su programa en RPP.
Aprovechemos la oportunidad para hablar entonces de tolerancia y separación Iglesia/Estado. Hace poco más de 100 años se permitió en nuestro país el culto público de otras religiones distintas a la católica. La libertad de culto no nació con la república, sino que es una conquista posterior. Y es un triunfo de la libertad porque, aunque otras creencias y prácticas religiosas distintas a la mía me pueden resultar agraviantes o chocantes, mi obligación ciudadana es convivir con todas ellas en la medida en que se me permita tener mis propias creencias y prácticas. Por eso, es mi obligación respetar que los protestantes no consideran virgen a la madre de su Salvador. La tolerancia tiene que ser lo más amplia posible, aunque admite límites. El primero es el agravio. El segundo es la destrucción de la libertad. No podemos tolerar al que pretende imponer la intolerancia como explica la bien conocida “paradoja de Popper”. No toda idea es buena. Hay muy malas ideas que deben ser combatidas en la medida en que quieran imponer la desaparición de todas las demás ideas.
Sobre el agravio, en una sociedad democrática, donde existe separación entre Iglesia y Estado, se tiene la vía de la difamación como acción penal. Pero jamás se tendrá la vía de la censura, directa o indirecta. “No hay censura previa”, dice la Constitución por si a alguien se le olvidó. Las instituciones de la Iglesia no pueden operar por fuera de las leyes del Perú. Los partidos políticos tampoco. El Ministerio de Cultura no es el ministerio de la defensa de la fe y su opinión en la materia no solo es irrelevante. Es inconstitucional al promover la censura previa.
La Universidad y, sobre todo, la naturaleza de una universidad católica son otro asunto que está en debate. Como exalumna, madre de familia y profesora de la PUCP, estoy convencida de que los valores que encarna no se ponen en juego por un afiche. La diversidad, la pluralidad de ideas, los impactos sociales que soportan los alumnos nos desafían en cada sesión de clase. Sería una falta de respeto a ellos decirles que son libres de crear, que tienen libertad para discernir y luego penalizarlos por hacer uso de esa libertad de crear. El trabajo de la universidad está en orientar hacia el bien común desde el conocimiento profundo y racional para lograr una convivencia social sana, donde todos sean tratados como persona. Una universidad no es una fábrica de robots. Es un espacio de investigación y de crítica. Un lugar para desafiar tus habilidades, para experimentar. En ese orden de cosas no se pide a los alumnos de una universidad católica que hagan una profesión de fe para matricularse y por ello debemos respetar sus creencias como exigimos respeto por las nuestras.
Uno de los trucos políticos y mercantiles más antiguos que existe es colgarse de Dios para la propia causa. El propio Jesucristo se encargó personalmente de expulsar a los mercaderes del templo. Caen a pelo para estos días de censura las palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, pero ustedes la han hecho cueva de ladrones”. Traficar con la fe para beneficio político es lo primero que debe quedar en evidencia sobre el uso ideológico de la devoción a la Virgen María. Ningún católico lo debe permitir.
La buena noticia es que el festival regresa en marzo y que los intentos de López Aliaga por jalar el chicle resultaron infructuosos. Su horda de troles no pudo revivir al Ku Klux Klan versión limeña. “No exagerar” es el pedido del arzobispo de Lima. Tiene toda la razón. Pero en lo único en que si cabe la radicalidad de imitar a Cristo es en la denuncia a los fariseos y a los sepulcros blanqueados. Ahí estaremos.