Ana Richart, germen de la escuela Crecer Escalando , presente en todos los centros de Sputnik Climbing en Madrid, recuerda el primer niño que entró por la puerta del centro de Alcobendas para practicar este deporte , hasta entonces minoritario. «Me hace especial ilusión ver que muchos de los que empezaron entonces conmigo con 11 años, hoy han cumplido la mayoría de edad y vienen los domingos con sus amigos como plan de fin de semana con amigos». Hoy ya son 900 menores repartidos en todos los locales que tiene la cadena por la región, repartidos en grupos que van de 8 a 10 pequeños con edades comprendidas entre los 4 y los 17 años. El acercamiento al mundo de la escalada de Richart fue allá por 2004, en el monte, «cuando todavía no había instalaciones urbanas tan completas como esta», comenta en un receso de la inauguración del castizo centro de Sputnik Vallehermoso , un espacio de 1.700 metros cuadrados donde se centran deportistas profesionales, aficionados de cualquier edad, familias enteras… «En nuestros locales nos encontramos con muchos padres que han escalado y que traen a sus hijos desde que son bebés. Ves escenas maravillosas como la del papá asegura a la mamá y mientras esta sube la vía el hijo mira tumbadito desde el cuco. O al revés, chavales que lo han probado y han hecho posible el acercamiento de sus progenitores», señala. Hasta entonces esta educadora infantil trabajaba en un centro escolar, hasta que vio la oportunidad de mezclar educación y deporte . «Aquí confiaron en mi y me dieron la oportunidad de arrancar este proyecto maravilloso, hoy plenamente asentado y con un equipo de técnicos de perfiles muy comprometidos con el mundo educativo», rememora. Richart entiende la educación desde el acompañamiento, el respeto… A todo esto le pudo dar forma en 2016, con la creación de la escuela Crecer Escalando en el primer centro que abrió la cadena en Alcobendas. «Tenemos objetivos técnicos y físicos, pero nos adecuamos al momento evolutivo del menor, mediante dinámicas de gamificación. El juego no genera esa sensación de fallo y en seguida lo vuelven a intentar», asegura. Los beneficios que conlleva la práctica de este deporte , asegura, son muchísimos. En el plano físico, explica, «la escalada mejora el equilibrio, la coordinación, la fuerza, la resistencia, la lateralidad… Se trabaja el tren superior, el inferior…». En lo cognitivo, añade, «se trabaja constantemente la resolución de problemas. Al enfrentarte a las vías, estás pensando, observando, analizando, resolviendo, logrando (o no), ejercitando la resiliencia (porque cuando no sale, hay que volver a intentarlo, y no pasa nada)... es un deporte súper completo, además de creativo. No hay una sola manera de resolver un recorrido, cada uno lo consigue según sus propias fortalezas y debilidades«. De hecho en la actualidad, las familias ya entienden la escalada como una extraescolar más, al mismo nivel que otros practican fútbol, baloncesto o gimnasia rítmica. «Muchos niños vienen aquí a clase al finalizar el colegio con una motivación increíble, no tenemos que pelear con ellos», se ríe. Los más pequeños son como monitos. Pero es que trepar es algo innato en los niños. Si tú fomentas y empiezas a trabajar la psicomotricidad desde que el niño es chiquitín, la vida le resultará más fácil», afirma. Es un deporte, comenta Richart, «que permite todas las adaptaciones del mundo mundial. Con tus capacidades, puedes llegar donde quieras. Unos llegan hasta aquí, otros hasta allá pero de momento, estamos juntos compartiendo este espacio maravillosamente. Porque la escalada tiene ese aspecto social». «Es verdad -remarca-, que nosotros no somos terapeutas, pero tenemos en clase algún niño con TEA (Trastorno del Espectro Autista), otros con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), etc.. En la escalada cabemos todos», asegura Richart. . Muestra de ello es Andrea Sánchez Aparicio, con parálisis cerebral, e integrante del equipo nacional de paraescalada. Acaba de llegar al centro y antes de ponerse manos a la obra cuenta cómo la escalada cambió totalmente su vida. «Siempre me ha gustado mucho la montaña, pero era antideportista. Empecé con 18 años, ¡muy tarde!», se ríe esta mujer, hoy psicóloga clínica e investigadora de carrera. Como terapia enfocada a su discapacidad, esta joven acudía a un terapeuta que tenía un muro de densidad en consulta. «Allí trabajaba la fuerza, la movilidad, etc. Hasta que en 2028 conocí a Iván German, y a Unko Carmona, ambos amputados y pioneros de la paraescalada. Gracias a ellos fui a una concentración con el equipo de paraescalada y hasta hoy, que se ha convertido en mi motor, en mi momento de calma, en la herramienta que me da autonomía. Es un deporte muy completo que, además, me da mucha comunidad y me permite conocer a otras personas. Empezar a escalar ha sido una de las cosas más importantes de mi vida». «Me gusta mucho este dicho de que ' el que mejor escala es el que mejor se lo pasa '», concluye a su lado Richart.