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Las cicatrices de Andrés tras el atropello mortal: "Volver a montar en bici ha sido parte de mi terapia"

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Era 7 de mayo de 2017, Día de la Madre. Andrés Contreras, junto a su padre Alberto y otros cuatro amigos, salieron a dar una vuelta en bici desde su Jávea (Alicante) natal. Sin embargo, aquella mañana su vida cambió para siempre. Cuando se encontraban en Oliva, en la N-332, una conductora borracha y drogada los arrolló. El padre de Andrés falleció al momento, al igual que otros dos jóvenes que iban en el grupo. Otros tres sobrevivieron, pero con graves secuelas que arrastran hasta hoy. Tras años de recuperación y fortaleza, ahora Andrés ha decidido contar su experiencia para insuflar ánimo a quienes, como él, se enfrentan a una situación tan trágica y asegurar que «pese al dolor se puede salir adelante».

«Siempre he estado involucrado en la concienciación sobre seguridad vial, especialmente después del accidente. Es una forma más de llegar a la gente y hacerles entender la importancia de la seguridad en la carretera y la paciencia con los ciclistas», confiesa a este diario. Es más, antes de contarnos cómo ha sido su historia de superación y gestión del dolor físico y emocional, nos recuerda las dramáticas cifras que a día de hoy golpean a los ciclistas en carretera. Tan solo el año pasado, 46 se dejaron la vida en el asfalto.

Para los Contreras, hacer kilómetros sobre ruedas era su vida. Informático de profesión (la cual se ha visto obligado a cambiar tras el accidente), Andrés salía prácticamente todos los fines de semana con su progenitor a dar una vuelta. «Él fue ciclista profesional y, curiosamente, conoció a mi madre cuando ella trabajaba como árbitro en un velódromo. Se encontraron gracias al ciclismo, y desde pequeño me inculcaron el amor por el deporte. Yo, en el momento del accidente, practicaba triatlón», relata con nostalgia el treintañero a LA RAZÓN.

Sobre lo ocurrido aquel 7 de mayo, Andrés no recuerda nada: «Mi última imagen es de la noche anterior. El golpe fue tan fuerte que mi cerebro borró casi todo lo sucedido. Lo único que recuerdo es despertar en el hospital después del coma». Y es que, tras el fuerte impacto, este alicantino que entonces tenía 26 años estuvo una semana en coma. Luego, pasó dos meses más en la UCI y no fue hasta finales de ese año cuando pudo salir del hospital. «Tenía varias fracturas, como la tibia derecha rota, la rótula izquierda, los dos fémures, el húmero izquierdo roto, las costillas fracturadas, el hígado lesionado, la lengua cortada, la mandíbula partida, el cráneo fracturado por la frente y tres hematomas cerebrales. Afortunadamente, los daños físicos pudieron repararse, pero los daños neurológicos fueron más complicados», comenta. Y es que, desde entonces, padece epilepsia focal en el ojo izquierdo y un secuestro permanente de la amígdala, lo que, entre otras cosas, le genera serios problemas de memoria. Tiene reconocida una discapacidad del 18%, aunque en breve tendrá una nueva revisión que aumentará esta minusvalía.

Solo dos años de cárcel

Además de hacer frente a su recuperación física, también tuvo que afrontar la emocional. La pérdida de su padre y su compañero. «Fue un proceso lento, donde poco a poco me fui enterando de todo lo que había sucedido. No me contaron todo desde el principio. Era muy duro y yo estaba muy mal. Soy hijo único y doy gracias a todo el apoyo que nos dimos mi madre, mi abuela y la que entonces era mi novia y ahora mi mujer».

En el libro autoeditado que acaba de publicar «Supervivencia sin límites», relata lo sucedido y cómo poco a poco fue saliendo del hoyo que aquella mujer borracha al volante le había metido. «Es un proceso paulatino. Lo importante es seguir adelante, paso a paso, con pequeños objetivos que te ayuden a avanzar. Al principio, cuando me dieron la noticia de la muerte de mi padre y de un amigo, tenía dos opciones: quedarme en la cama lamentándome o empezar a hacer ejercicio para recuperarme y avanzar poco a poco».

Otro aspecto que no ha sido sencillo gestionar es el de la actitud de la conductora kamikaze. En un primer análisis, dio una tasa de 0,79 miligramos de alcohol por litro expirado, que aumentó a 0,90 en la segunda prueba que, poco después, realizó la Guardia Civil en el lugar de los hechos. También dio positivo en la prueba de detección de sustancias estupefacientes. Había estado consumiendo cocaína antes de coger el coche. «Estuvo un año en prisión preventiva. Como no podía estar más tiempo en prisión, pagó 7.000 euros para salir. Luego, pasaron dos años hasta el juicio, y en ese juicio se le impuso la pena máxima de cuatro años. Sin embargo, solo cumplió un año más en prisión y luego quedó libre», dice con una rabia contenida. Es más, «nunca me contactó ni se disculpó de manera directa. Eso sí, escribió una carta de disculpas, pero fue más para intentar que la condena fuera más leve. Nunca la leí», añade.

Sobre la nimia pena de cuatro años por el homicidio de tres personas, Andrés relata que «según la ley vigente entonces, la pena máxima era de cuatro años. Sin embargo, después hubo una reforma en el Código Penal en materia de seguridad vial, en la que participé haciendo presión social. Llevamos el tema al Congreso. Ahora, en el caso de que algo así vuelva a suceder, la pena podría ser de hasta nueve años».

Él, que llevaba subido toda la vida a una bici, nunca había vivido un accidente grave. «Salía en bicicleta y no tenía miedo de lo que podría pasar. No era consciente de lo peligroso que podía ser convivir con coches que no respetan a los ciclistas. Pero, hasta ese momento, nunca había tenido ningún susto serio». Por eso, tras la horrible experiencia que le ha tocado vivir, se ha volcado a fondo en las labores de formación en seguridad vial y ha estado durante un tiempo impartiendo charlas en colegios de la Comunidad Valenciana.

Reconoce que «lo más duro de estos siete años ha sido vivir sin mi padre. Y lo segundo más difícil ha sido vivir con el dolor todo el tiempo. La recuperación fue difícil, pero lo más complicado es vivir con ese dolor diario, tanto físico como emocional. Pensar en mi padre todos los días y lidiar con el dolor».

Pese a quien le pueda extrañar, para él, el deporte ha sido uno de sus grandes aliados para salir a flote: «El sufrimiento que experimentas en el deporte te ayuda a gestionar las dificultades. Poco a poco fui volviendo a retomar mi pasión por la bici. El primer día que la volví a coger fue emocionante, sentir de nuevo el aire en la cara… Fui feliz de nuevo. Me marcaba metas diarias, semanales, mensuales... Así, con el tiempo, fui recuperándome poco a poco, tanto física como psicológicamente. Trabajar en uno mismo todos los días, aunque sea un poquito, es clave. Tengo muchas cicatrices, tanto físicas como emocionales, que se quedarán conmigo de por vida. Hay que aprender a vivir con ellas», puntualiza.

Antes de poner fin a nuestra conversación, aprovecha para enviar un mensaje a los que, por desgracia, hayan tenido que vivir una tragedia como la suya: «Les diría que tengan mucha fe, que crean en sí mismos. Que, aunque vean todo oscuro hoy, siempre hay una luz al final del túnel. Que se apoyen en sus familiares y amigos, y que, poco a poco, se pueden recuperar, tanto física como psicológicamente. Lo importante es trabajar en uno mismo cada día, aunque sea un poco. La recuperación es posible». Él lo ha conseguido y su bici (y su vida) vuelve a rodar.




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