En alguna ocasión, tras hablar con el maestro sobre el retablo de Santa Ana, lo califiqué como el vigilante de las playas patrimoniales donde se nos ahogaban de olvido las mejores piezas artísticas de nuestro pasado. Un pasado tan fecundo y exuberante que no podíamos con su tonelaje, abundante y rico como la carga de un galeón indiano. Vino a cuento aquel calificativo porque Enrique Valdivieso, que preparaba su libro sobre Pedro de Campaña, se encontró el retablo mayor de la seo trianera en un estado con sus constantes vitales muy débiles, aunque el párroco estaba muy interesado en que le arreglaran las cajoneras. En ese altar figuraban quince óleos de uno de los pintores renacentistas, asentado en la Sevilla...
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