Trump, problema de VOX
Dentro de VOX dicen que se trabaja y hace política como en una secta. Lo confiesan quienes salen por la gatera tres minutos después de aplaudir, hasta el ardor y las lágrimas, al líder carismático ahora convertido en su tirano particular. Le acaba de pasar esta semana una vez más a Santiago Abascal, que observa desde la distancia y en estricto silencio cómo se cae del caballo su peón en Castilla. Perder la plaza castellana debe remover las entrañas, por su simbolismo, de una organización que mira tanto hacia el medievo. Pero la “espatá” sólo genera ruido fuera de las murallas, en las moradas interiores nada turba, nada toca, nada molesta. Antes ya se marcharon otros escuderos cansados del ninguneo, de no pintar nada en la cadena de mando. Se sienten timados por una dirección que les ofrece la misma mano dura que ellos ofrecen a sus adversarios. “Bienvenidos al mundo de los ofendiditos, hijos míos”.
Con esa sangría dicen que puede comenzar el derrumbe, pero no será, porque en VOX, en esencia, se organizan sobre un engranaje personalista. Miren, conocemos a Abascal, a Meloni, a Orbán, a Bukele y a Trump; que son los anzuelos que pescan votos en el río revuelto del descontento sideral, pero poco o nada más de sus partidos. En Estados Unidos no votaron a los republicanos, lo hicieron a Trump. El problema de VOX, si lo tuviera o tuviese, no le va a venir porque se desangre internamente, sino por su complicidad con las ocurrencias que Trump le contó al oído el día de su coronación imperial a Santiago Abascal y que afectan directamente a su electorado. “Siembra”, como eslogan para convencer a los agricultores, no tuvo demasiada originalidad, ni tampoco creo que sirva ahora para explicar a sus votantes el porqué de los aranceles y reticencias de la Administración americana ante los productos del campo español. Abascal no da explicaciones dentro de su casa, pero tendrá que empezar a darla en la calle.