Talentos en fuga, por José Ignacio Cabrejos Portocarrero
Uno de los principales recuerdos que tengo de mi infancia es haber escuchado que el Perú había sido un país con falta de oportunidades, y que para poder salir adelante, la gente solía emigrar. Posteriormente, con el boom exportador, el crecimiento económico y la aparente consolidación democrática de la primera década del siglo XXI, sentí que aquella afirmación era cosa del pasado. Crecí creyendo que vivía en un país con más y mejores oportunidades. El Perú emergía como una estrella en la región, con una cultura rica y distinta, una gastronomía considerada entre las mejores del mundo y Machu Picchu entre las siete maravillas de la humanidad. En resumen, como muchos, creí en el milagro peruano. Mi etapa escolar y universitaria transcurrió en un ambiente de optimismo y esperanza. Sin embargo, la situación ha cambiado drásticamente.
La descomposición institucional, iniciada después de las elecciones de 2016, con siete presidentes en nueve años, y una pandemia con altas tasas de mortalidad, nos ha pasado una enorme factura. La confianza en el futuro parece haberse agotado. Hoy la economía crece a tasas mediocres que no logran los objetivos mínimos de desarrollo humano. El déficit fiscal de 2024 fue el más alto en 32 años (3.6% del PBI) y, el Ejecutivo y el Congreso parecen jugar en pared para beneficiarse a sí mismos y evadir la justicia. La corrupción es agobiante; la violencia contra la mujer es cotidiana; la inseguridad ciudadana es cada vez mayor; entre un largo etcétera de hechos desalentadores. En síntesis, la etapa de optimismo en la que crecí parece haber sido un mero paréntesis en una historia nacional plagada de conflictos, crisis y frustraciones.
Nunca esto fue tan evidente para mí como en los últimos años. Entre 2022 y 2024 viví fuera del Perú, dado que tuve la suerte de poder estudiar en Inglaterra y España. Durante este período, conocí a muchos peruanos que se formaban en algunas de las mejores universidades del mundo. Cada vez que me encontraba con un compatriota, una de mis preguntas obligadas era si pensaba regresar al país. La mayoría me respondía que no. Muchos citaban la falta de oportunidades, los bajos sueldos, la inestabilidad política, la corrupción estructural y, especialmente, la creciente inseguridad ciudadana, como las principales razones para no retornar.
Cuando finalmente regresé al Perú, me di cuenta de que la desazón expresada por mis connacionales cuando les hacía esa pregunta tenía fundamento. Según el último informe del INEI y Migraciones, entre 1994 y 2023, emigraron alrededor de 3 millones y medio de peruanos. De este total, entre 2020 y 2023, salieron del país 641,646 peruanos. El informe evidencia, además, que las personas que más abandonan el Perú son los jóvenes. Entre 1994 y 2023, los peruanos de entre 15 y 39 años representaron el 51.8% del total de migrantes. En cuanto a las ocupaciones de los que migraban, los estudiantes representaron el 21.9% del total, en tanto que los profesionales, científicos e intelectuales el 9.5%. Como demuestran las estadísticas oficiales, tristemente, el Perú ha venido perdiendo talento a ritmos alarmantes. Y el futuro no parece ser mejor. La tendencia solo parece estar acentuándose. A fines del año pasado, diversos portales periodísticos revelaron que, entre enero y septiembre de 2024, 600 mil peruanos dejaron el país. Es decir, que durante los primeros nueve meses del año, emigraron casi tantos peruanos como en los cuatro años anteriores. Entre los que se quedan, la situación tampoco parece ser mejor. En una encuesta de Ipsos, fechada en agosto de 2024, se evidenció que el 57% de los peruanos consideraría abandonar el país. Mientras que, como mencionó Marisol Pérez Tello en una reciente columna en La República, la encuesta Juventudes, Asignatura Pendiente, muestra un panorama similar: 62% de los jóvenes quieren irse del Perú.
A pesar de la gran magnitud de esta nueva ola migratoria, es importante mencionar que esta es diferente de aquella ocurrida durante los ochenta y noventa. En aquel entonces, el Perú estaba a punto de convertirse en un Estado fallido, con una crisis económica constante, una inflación inusitada, violencia terrorista, entre otras dificultades. El país era prácticamente inviable. Hoy por hoy, las circunstancias son diferentes. El acceso al mercado y el crecimiento económico de la primera década del siglo nos transformó. Los peruanos que emigran ahora no huyen. Esta no es una migración de escape obligado, sino de elección. Es un éxodo impulsado por la aspiración a una mejor calidad de vida y por la desilusión de un país que no brinda oportunidades como mejores sueldos, mayor estabilidad o previsibilidad.
Nos enfrentamos pues, en el futuro próximo, a un panorama sombrío: nuestros mejores talentos terminan generando valor para otras naciones, mientras que en el Perú (sobre)vivimos lo mejor que podemos, dadas las circunstancias. Este “brain drain” no es un fenómeno que deberíamos tomar a la ligera. La fuga de talentos tendrá un impacto considerable en diversos procesos, tanto a nivel público como privado. Por ejemplo, muchos peruanos emigrantes crean empresas en el exterior, lo cual significa que la generación de empleos ocurre en otros países, gracias a su trabajo, capital e ingenio. Lo mismo sucede con el proceso para crear un Estado eficiente y ágil. Con los mejores talentos saliendo en masa, perdemos un recurso humano importante para generar innovaciones a favor del servicio al ciudadano. Es desalentador, pero esto significa que aquellos más capacitados terminarán trabajando en empresas o en los sectores públicos de grandes potencias extranjeras. Estos son países que sí saben apreciar a nuestros estudiantes y profesionales, brindándoles las condiciones ideales para desarrollarse integralmente tanto a nivel personal como profesional.
Alguna vez, en los años previos a la crisis política que se inició en 2016, Alberto Vergara sostuvo que las reformas promercado (la “promesa neoliberal”) habían creado ciudadanos carentes de una república; es decir, carentes de un país con instuciones y reglas sólidas. Hoy, sin embargo, la afirmación de Vergara es también un espejismo. El Perú volvió a ser el país inestable que conocieron mis padres, y los ciudadanos que describió Vergara, ahora buscan estados funcionales que los acojan y les permitan crecer, lejos de este país deprimido.
Termino con una nota algo más positiva: los jóvenes podemos cambiar esta situación. El Perú es una nación en permanente proceso de construcción. Todavía hay mucho por hacer y corregir. La tarea de nuestra generación es transformar nuestra cultura política. Si lo logramos, habremos dado un paso enorme que, entre otras cosas, ralentizará nuestra hemorragia de talentos.