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La mayor prueba del calentamiento global en Canarias: así se han disparado las noches tropicales en setenta años

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Las costas de las Islas han pasado de registrar una media anual de ochenta noches de este tipo a más de 130 en los últimos años. Las temperaturas mínimas aumentan más rápido que las máximas, amplificando el calor nocturno y agravando, como consecuencia, la salud de las personas

Canarias vivió este año los meses de enero, febrero, abril y noviembre más cálidos jamás registrados

En 2023, el calor mató en Canarias a 603 personas, según el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Ese dato es superior a los fallecimientos por neumonía (596), enfermedades endocrinas, como la diabetes (558 muertes), cáncer de colon (393) o páncreas (358).

Los decesos por altas temperaturas no tienen que ver directamente con la deshidratación o los golpes de calor. Son procesos mucho más complejos en los que la exposición continuada a esas condiciones de bochorno termina agravando enfermedades y empeorando la salud. Pueden darse en ambos momentos del día, pero las noches están ganando protagonismo a un ritmo endiablado, sobre todo en las Islas.

Un estudio recientemente publicado en la revista Theorical and Apllied Climatology, de la editorial Springer Nature, ha analizado la evolución anual de las noches más calurosas en el Archipiélago, aquellas que superan los veinte grados de temperatura mínima (tropicales), veinticinco (ecuatoriales) y treinta (tórridas), desde la década de los cincuenta hasta ahora.

Los investigadores recopilaron datos de 53 estaciones meteorológicas y agruparon la información de todas ellas según la altura en la que se encontraban: costas (menos de 250 metros de altura), medianías (250-650 metros), alta montaña (650-1.000 metros) y cumbres (más de 1.000 metros). Así, han podido analizar no solo la evolución del calor nocturno en la comunidad autónoma, sino también la influencia de la altitud en este sentido.

Los resultados de la publicación indican que las noches tropicales se han disparado, literalmente. Las costas de Canarias han pasado de contabilizar alrededor de ochenta noches de este tipo hace setenta años a registrar más de 130 ahora. En las islas de Fuerteventura y Lanzarote, que cuentan con su propia categoría, la variación es similar: de 46 noches tropicales anualmente hace siete décadas a más de noventa en estos momentos. En el resto de grupos altitudinales los incrementos son incluso más intensos.

Ninguna autonomía de España presenta unos registros similares. Los mismos autores que realizaron esta publicación, todos ellos investigadores de la Cátedra de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes de la Universidad de La Laguna (ULL), firmaron otra hace unos meses en la que detallan que, de media, el Archipiélago alcanza las 92,2 noches tropicales por año (analizando la serie histórica desde 1970 hasta 2023). El sureste de la Península Ibérica se sitúa en segundo lugar, con un promedio de 62,9. Luego van el Mediterráneo (36) y el suroeste peninsular (23,9).

La realidad subtropical de Canarias hace que sus temperaturas base sean más elevadas que en el resto del país. Y su ubicación a pocos kilómetros del desierto del Sáhara, “un foco de calor”, apunta el geógrafo Abel López, uno de los autores del estudio, se traduce en esto: más noches sofocantes que en ningún otro lugar y una tendencia al aumento “preocupante”.

El calentamiento global también está detrás. Desde que los humanos comenzamos a quemar carbón y petróleo para luego emitir a la atmósfera extraordinarias cantidades de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, capaces de absorber importantes dosis de radiación, las temperaturas mínimas están aumentando a gran velocidad en las Islas, sobre todo en las cumbres, donde los expertos estiman un incremento de 0,2 grados por década, más del doble que el visto en las costas.

Ese acelerón continúa al alza y lo hace a un ritmo superior que el de las temperaturas máximas. En el lustro que va desde 2019 a 2023, de hecho, las anomalías térmicas de las mínimas en la alta montaña y cumbres de Canarias han sido de hasta diez grados. Díaz explica que es un patrón global y que se debe, entre otras cosas, a que las máximas “suelen estar reguladas por el océano”, mientras que para las mínimas “se pierde ese factor” en zonas elevadas, donde están creciendo más.

Las pruebas de ello son muy evidentes. En el Roque de Los Muchachos (La Palma), a más de 2.223 metros de altura, apenas se registraron cuatro noches tropicales entre 1950 y 1985. Debido a la crisis climática, solo en 2023 se contabilizaron ocho. Para Díaz, el aumento de las temperaturas (y del calor nocturno, por tanto) es “sin duda alguna” el elemento que “mejor evidencia que el clima de Canarias está cambiando”. El estudio que firma con el resto de colegas de la ULL aporta aún más detalles de ello.

Antes, lo normal era que las noches con mínimas superiores a veinte grados se concentraran en los meses de verano. Ahora, sin embargo, se extienden también en la segunda mitad del curso. Por ejemplo: en Teror (Gran Canaria), todas las noches tropicales entre 1950 y 1980 ocurrieron durante los meses de julio y agosto. Actualmente, es común observarlas en junio, septiembre, octubre e incluso marzo y abril.

Las conclusiones de la investigación sugieren que la temporada de noches tropicales en la comunidad autónoma se ha extendido alrededor de tres meses en los últimos setenta años, colonizando una parte importante del otoño. Y en las costas es donde peor lo pasan. Allí, algunas localidades, como la capital de La Gomera o el barrio de La Feria, en Las Palmas de Gran Canaria, pueden registrar más de cuatro meses consecutivos con las mínimas por encima de los veinte grados.

Es una realidad asfixiante que afecta principalmente a las costas del Archipiélago de manera cada vez más ininterrumpida y cuyo impacto varía en función de la altitud. Otro caso paradigmático: en el Aeropuerto de Lanzarote, situado en Arrecife a poco más de diez metros sobre el nivel del mar, las noches tropicales ascienden a setenta al año, mientras que, en el municipio de Tías, a menos de diez kilómetros del punto anterior, pero a 370 metros de altura, apenas se registran seis.

“Los mayores contrastes no se producen como consecuencia del mayor o menor grado de urbanización, fenómeno que requeriría mediciones dentro y fuera del tejido urbano, sino que se deben al nivel altitudinal en el que se encuentra cada estación”, concluye la publicación.

A pesar de esto último, la frecuencia de las noches tropicales crece más rápido a medida que se gana en altura. Mientras que en las costas de Canarias y en las islas de Fuerteventura y Lanzarote prácticamente se han duplicado desde 1950, entre los 250 y 650 metros de altura se han multiplicado por 3,5, entre los 650 y 1.000 metros por 5,5 y por encima de los mil metros por 17.

A otro patrón bien distinto responden aún las noches ecuatoriales y las tórridas. Estas no muestran de momento ningún incremento significativo y continúan vinculadas a las olas de calor. Afectan más a las zonas de medianías y alta montaña, víctimas de un fenómeno meteorológico que las expone a temperaturas extremas en los meses de verano. La alta montaña del Archipiélago contabiliza 31 noches de este estilo al año. Hace décadas, no obstante, eran inexistentes.

“Cuando hablamos de que las noches son cada vez más cálidas y frecuentes hay un elemento que entra en juego, que es la salud. Y sabemos que hay una correlación directa entre las altas temperaturas nocturnas y la mortalidad”, advierte Díaz.

El doctor en Geografía Física y climatólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Dominc Royé detalla que las altas temperaturas nocturnas “pueden exacerbar los riesgos relacionados con el calor no solo al prolongar el estrés térmico, sino también al privar al cuerpo humano del descanso nocturno esencial”.

Después de un día de bochorno, una continuación de ello durante la noche, aunque sea a menor escala, impide al cuerpo enfriarse. El proceso necesario de termorregulación no llega. Y la etapa inicial del sueño, la más sensible en comparación con las posteriores, agrega Royé, “puede mostrar mayores alteraciones debido al efecto acumulativo del estrés térmico”.

El calor nocturno es capaz de agravar enfermedades preexistentes, en especial las cardiovasculares y respiratorias, continúa el investigador del CSIC, al afectar la capacidad del cuerpo para regular su temperatura y descansar adecuadamente. “Además, las personas con menos recursos tienen menos acceso a medidas de enfriamiento, lo que aumenta su vulnerabilidad”, enfatiza Royé.

Él y otros colegas científicos publicaron un estudio en 2021 en la revista Epidemiology en el que concluyeron que las noches calurosas están “fuertemente asociadas” con las muertes por causas específicas. El riesgo relativo de mortalidad por el exceso de este tipo de noches varió desde el 12% en Francia hasta el 37% en Portugal. “[A] mayor exceso o duración [del episodio], mayor es el riesgo”, resume el experto.

Cómo adaptarse a esta nueva realidad es el verdadero reto. Abel Díaz destaca que debe protegerse a los más vulnerables “y esto pasa, entre otras cuestiones, por constituir una buena red de refugios climáticos, tanto interiores como exteriores”.

Royé, por su parte, reconoce que las opciones para reducir las temperaturas interiores “son limitadas (abrir las ventanas por la noche puede que ya no funcione), y eso puede llevar a un aumento general de la exposición”. En su opinión, tienen que intensificarse las medidas de adaptación y protección contra el calor nocturno, “especialmente en el conocido contexto de los entornos urbanos con grandes diferenciales socioeconómicos”, y multiplicar los espacios verdes para mitigar los impactos de las islas de calor.




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