El abogado y empresario Raúl Mayoral Benito (Talavera de la Reina, 1966) es colaborador habitual de varios medios, entre ellos ABC , y escribía semanalmente una columna en la prensa digital, «pero mis hijos, tengo cuatro todos varones, no me leían, ellos prefieren vídeos o las redes sociales». Fue uno de ellos el que le animó a abrir un canal en Youtube, Libercast, en el que comenzó a subir podcasts titulados 'Pregón de combate…', que fueron el germen del libro que ha publicado en 'tulibrería de ensayo' : 'Pregón de combate para jóvenes de espíritu'. Sobre su contenido dialoga con ABC. —¿Cuál ha sido su objetivo al escribir un libro tan específico como este? —Aparte de recuperar el concepto de pregón, del discurso o carta, el objetivo son los jóvenes. Tengo cuatro hijos y lo he escrito pensando en ellos y en su generación. Si el ser humano hoy, al menos en Occidente, está como extraviado -como decía Dante, está en suspenso-, el joven aún más, porque estamos en una sociedad en donde se han dinamitado las certezas, se han demolido las verdades con toda esta cultura relativista, hedonista, materialista, y los jóvenes son los que están más expuestos. Una vez escrito, pensé que en España hay pocos jóvenes y que, además, en general no tienen dinero para comprar un libro, y se me ocurrió el término jóvenes de espíritu. Me gustó que pareciera ese concepto de espíritu: en el libro sostengo que debajo de la batalla cultural hay una batalla espiritual entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira o, como decía Unamuno, entre Cristo y Lucifer. —En el libro plantea que esa batalla cultural la ha librado siempre la Iglesia. Entonces, ¿por qué considera necesario este libro y recordarla? —Porque estamos en un momento en donde se han confabulado una serie de agentes y factores que permiten que el caballo de Troya de la corrección política haya penetrado en la ciudadela de la civilización occidental. Además, extramuros, en connivencia con ese intruso, hay tres arietes que quieren también derribar los portones, a saber: la memoria histórica, la ideología de género y el mito del cambio climático. Tanto el caballo de Troya como los arietes son de fabricación marxista, y todo esto lo está observando el laicismo, como si fuera el estado mayor de ese ejército adversario. Este es un concepto que viene desde Antonio Gramsci, el activista italiano comunista, que promovía la idea de infiltrarse en la sociedad occidental e incluso en la propia iglesia católica y, desde dentro, acabar con ella. Su idea era controlar la educación, la cultura y, sobre todo, los medios de comunicación. —Llama la atención la terminología que utiliza (combate, escenario bélico, batalla…). ¿Hasta qué punto es adecuada para el fin que pretende conseguir? —Algunas personas de mi entorno católico dicen que no están de acuerdo con la batalla cultural porque no podemos responder a nuestro adversario de la misma manera. Es cierto que no podemos responder desde un punto de vista violento; yo no estoy convocando a una panda de camorristas, sino a una legión de luchadores intelectuales, de soldados que vayan a debatir. El filósofo griego Zenón decía que no es tiempo retórica es tiempo de dialéctica y que el símbolo de la dialéctica es el puño cerrado y de la retórica, la mano abierta, pero con esto yo no estoy hablando de combates físicos. Me surgió así la terminología para hacer quizá el libro más directo, más incisivo y más provocador. —Algunos ya lo ha adelantado, pero si hablamos de batalla, habrá que identificar al enemigo. ¿Quiénes son a día de hoy? —Antes ya he dicho que hay muchos, pero el principal enemigo es el laicismo y, si lo tenemos que concretar, es la masonería. Pero, repito, esto no es nada nuevo. La masonería ahora está sobre todo en la Unión Europea, que fue una creación de católicos, pero ha degenerado y algunos prelados han hablado de la logia masónica de Estrasburgo. Aquí en España tenemos también servidores de la masonería, tanto en la derecha como en la izquierda, tanto en el Partido Popular como en el PSOE, aunque en este último hay más. Para eso está la Agenda 2030, la UNESCO, una gobernanza mundial, una ciudadanía mundial, una cultura uniforme y una religión mundial, que es el culto al planeta Tierra. —En ese sentido, ¿entiende que se trata de una conspiración con una cabeza, con una mente pensante, o en realidad son grupos que van surgiendo y que, de alguna manera, tienen intereses comunes? —El laicismo y la masonería se están sirviendo de todas estas cuestiones: del feminismo, del animalismo, que es un paganismo que quiere reducir al hombre a la categoría de animal. Esto se ve en los derechos que se están reconociendo a muchos animales, a las mascotas, por ejemplo, pero lo vemos cuando se habla de los derechos reproductivos de la mujer refiriéndose al aborto, cuando se habla de reproducción en un ser humano cuando siempre hemos hablado de gestación. En los documentos de la ONU hace ya tiempo que desapareció el concepto de madre y utilizan el de mujer. Ha desaparecido la palabra matrimonio y ya son sólo progenitores. Ese tipo de lenguaje es un elemento importantísimo dentro de la corrección política. —¿Cuál es la respuesta que propone? —Los católicos no estamos a la altura, nos falta poder afrontar estos desafíos. Lo primero que tenemos que hacer, además de tener la convicción de que estamos en una batalla cultural y que no debemos tener miedo, es formarnos. La Doctrina Social de la Iglesia es para nosotros el GPS que nos va orientando, que puede dar respuesta a todos los desafíos. Además, tenemos que ser coherentes. No basta con ser católico en tu casa, en tu parroquia, en el colegio católico donde llevas a tus hijos, tienes que ser católico, y por lo tanto coherente, en la plaza pública, donde hay gente que no piensa como tú y hay otros que están dispuestos incluso a callarte y a silenciarte. Después, tenemos que ser ejemplares con nuestro testimonio. Como decía Benedicto XVI, el católico tiene que influir en todas las facetas de la vida: la política, los medios de comunicación, la cultura, la economía y hasta en el deporte. Si somos coherentes, damos testimonio y somos ejemplares, seremos influyentes. Y, como digo en el epílogo del libro, todo esto lo tenemos que hacer con alegría y buen humor, porque parece que estamos siempre enfadados con el mundo.