Por qué todavía no he regresado a mi hogar en Gaza
Mientras sigo llevando conmigo las llaves de mi casa, me atormenta la dolorosa ironía de que, a pesar de tenerlas, no puedo abrir la puerta, porque fue reducida a pedazos
Hace unos quince meses, el 13 de octubre de 2023, solo tenía un deseo: regresar a mi hogar en la ciudad de Gaza, del que fui desplazada a la fuerza por el ejército israelí, y no revivir una segunda Nakba como la que sufrieron mis abuelos.
Ese día, y durante los últimos quince meses, estuve segura de que, en cuanto se permitiera a las personas desplazadas regresar a sus hogares en la ciudad de Gaza y el norte de la Franja, yo sería de las primeras en echar a correr para llegar a mi hogar. A veces, les decía a las personas desplazadas conmigo en el mismo refugio que, si tenía que recorrer descalza los 12 kilómetros de regreso a mi casa, lo haría sin dudarlo.
Pero han pasado unas tres semanas desde que se permitió a los palestinos regresar al norte, y sin embargo, sigo en mi refugio en el centro de la Franja, incapaz de volver a casa.
Alrededor del 90% de las viviendas y edificios residenciales han sido completamente destruidos o gravemente dañados. A pesar de considerarme una de las personas más afortunadas en Gaza, pues mi casa solo fue alcanzada por un proyectil de artillería y quedó parcialmente dañada, sigo siendo una de las cientos de miles de personas cuyos hogares han quedado inhabitables.
Para hacer que las viviendas en Gaza sean inhabitables, el ejército israelí no solo las bombardeó, destruyó y arrasó. Implementó una estrategia mucho más insidiosa, diseñada para garantizar que la devastación perdure mucho después de que termine la guerra, afectando no solo a quienes perdieron sus casas por completo, sino a toda la población.
Mediante el uso de armas altamente destructivas y la destrucción deliberada de infraestructuras vitales, han creado un entorno en el que la reconstrucción es casi imposible en un futuro cercano, y los efectos de la devastación perseguirán a generaciones.
Hoy, mi hogar sigue en pie, pero ha quedado desprovisto de lo más básico: el sistema de alcantarillado está completamente destruido, no hay acceso al agua y la electricidad y las telecomunicaciones han desaparecido por completo.
Mientras sigo llevando conmigo las llaves de mi casa, me atormenta la dolorosa ironía de que, a pesar de tenerlas, no puedo abrir la puerta, porque fue reducida a pedazos.
Los residentes ni siquiera pueden acceder a grandes partes de sus barrios debido a los escombros que bloquean las carreteras.
Agobiados por las incesantes peticiones de los residentes para retirar los escombros y reparar la infraestructura, los servicios municipales de Gaza no han podido responder. Esto se debe, en gran parte, a la destrucción deliberada de la mayoría de su equipo y a la pérdida de la mayor parte de su personal.
Las casas de muchos de mis amigos aún no habían sido alcanzadas por los ataques israelíes hasta la última semana antes de que entrara en vigor el acuerdo de alto el fuego. Durante esa semana en particular, cientos de viviendas fueron reducidas a escombros sin ninguna justificación.
A medida que se acercaba el alto el fuego, las fuerzas israelíes intensificaron los bombardeos contra viviendas e infraestructuras vitales en toda la Franja, especialmente en el norte, asegurándose de que, cuando finalmente se permitiera a los residentes regresar, no encontraran nada y se vieran obligados a marcharse una vez más.
Los ataques no solo iban dirigidos a los edificios; tenían como objetivo borrar recuerdos, erradicar comunidades y dejar a las familias sin medios para reconstruir. Con cada bomba que caía, una parte de la identidad de Gaza era aniquilada, y quienes sobrevivieron quedaron no solo con cicatrices físicas, sino con la certeza de que la tierra que una vez llamaron hogar había sido convertida en un arenal.
Hoy, cientos de miles de residentes en toda la franja de Gaza han tenido que instalar tiendas de campaña sobre los escombros de sus antiguas casas o han regresado a sus refugios, impotentes ante la devastación sin precedentes de la infraestructura.
Como parte del “protocolo humanitario” del acuerdo de alto el fuego entre Israel y las facciones palestinas, se suponía que se permitiría la entrada de equipo pesado, incluidas excavadoras para retirar escombros y vehículos para reparar infraestructuras vitales. Sin embargo, Israel ha restringido severamente su entrada, dejando a miles de familias en una situación desesperante.
Más que un hogar perdido
Miles de seres queridos siguen desaparecidos, atrapados bajo los escombros de lo que alguna vez fueron sus hogares. Sin medios para retirar los restos, no hay esperanza de conocer su destino ni de darles un entierro digno.
Pero, a pesar de la falta de equipo y materiales de reconstrucción, muchos palestinos en toda Gaza, incluida yo misma, ya hemos comenzado a reconstruir, con nuestras propias manos, lo poco que se puede recuperar de nuestros hogares.
Con materiales de segunda mano o suministros a precios desorbitados, estamos haciendo todo lo posible para volver a hacer habitables, aunque sea parcialmente, nuestras casas.
Esto no es solo una cuestión de tener un lugar donde vivir; es un acto de resistencia. Nos negamos a permitir que la historia se repita, que esta destrucción convierta nuestros hogares, como los de nuestros abuelos, en simples recuerdos lejanos.
Cada ladrillo roto que colocamos, cada ventana destrozada que cubrimos con plástico es una batalla contra el desplazamiento forzado que ha perseguido a nuestro pueblo durante generaciones.