LAS elecciones alemanas han arrojado el resultado previsto con una victoria de los democristianos de la CDU/CSU y una estrepitosa derrota de los socialdemócratas del SPD que aboca a estos dos partidos a formar un gobierno de Gran Coalición . Ese es su destino inexorable si quieren seguir respetando el 'cordón sanitario' que se han autoimpuesto para aislar al partido más favorecido por los comicios, que es Alternativa por Alemania (AfD), formación de extrema derecha que llegó en segundo lugar pero que duplicó sus resultados de 2021 recibiendo el voto de uno de cada cinco ciudadanos. Friedrich Merz, el líder de la CDU y candidato a la cancillería, hizo su campaña advirtiendo de que esta era la última oportunidad para que los problemas que han dado alas a los partidos radicales –y citaba la inmigración y la recesión económica que ya va para dos años consecutivos– sean conjurados desde el centro político y no desde uno de sus extremos. Los mercados de valores reaccionaron al alza y el euro se revalorizó frente al dólar tras conocerse los resultados. Roland Busch, el presidente de Siemens, uno de los emblemas de la burguesía empresarial, instó a Merz a que forme rápidamente un nuevo gobierno. «No necesitamos más discusiones, los problemas son bien conocidos», dijo Busch, aludiendo a la pérdida de competitividad de la economía alemana por la subida de precios de la energía. Sin embargo, no por esperados, los resultados permiten soslayar las numerosas tensiones que hay que resolver en la política germana. Primero, porque el hundimiento del SPD ha facilitado que sus votos fluyan a opciones más radicales de izquierda como Die Linke y la alianza de Sarah Wagenknecht (BSW, que aunque no entró en el Bundestag recibió un 4,9 por ciento de los votos), lo que es un indicador de la polarización política del país. Lo que se hunde es la izquierda moderada, no los extremismos de izquierda. Y estos no harán más que engordar si el Gobierno debe tomar decisiones difíciles. En segundo lugar, porque el SPD ha quedado en una situación suicida. Si quiere mantener su lealtad con el 'cordón sanitario', debe abrazarse a Merz, pero si el programa de gobierno tiene el nivel de profundidad que la situación demanda, deberá dar el visto bueno a decisiones que no serán del gusto de su menguante electorado. Al revés, si Merz no quiere tratar con AfD, deberá hacer concesiones a los socialdemócratas que entibiarán sus propuestas. Una segunda cuestión muy significativa es que la unificación de Alemania aún está pendiente en términos electorales. El mapa electoral revela que el territorio de la extinta RDA es un auténtico feudo del radicalismo de la extrema derecha y en los pocos sitios donde no es la primera mayoría lo es la izquierda radical de Die Linke o de BSW. Esta separación muestra que la polarización puede tener causas económicas inmediatas, pero también tiene raíces culturales profundas que tienen que ver con el sistema educativo que formó a los ciudadanos de la RDA hasta 1989. La mejor noticia que dejan las elecciones es el aumento hasta niveles récord de la participación electoral, que subió seis puntos porcentuales respecto de 2021, hasta el 82,5 por ciento. El interés ha ido parejo con el nivel de polarización política , lo que subraya la envergadura del desafío que tiene por delante Merz. A nadie se le oculta que lo que consiga hacer con Alemania también lo estará haciendo, por extensión, con el destino del resto de Europa.
