Gregorio Cárdenas se presentó a trabajar en Petróleos Mexicanos, el 3 de septiembre de 1942, donde había obtenido un empleo mientras estudiaba la carrera de Química en la UNAM. Como cada mañana se sentó en su lugar, pero esta vez con un frasco mortal: tenía arseniato de sodio. Estaba a punto de beberlo, cuando su compañero Eduardo Sandoval le preguntó qué era eso. “Me voy a suicidar [...], acabo de matar a mi novia”, dijo.Sin saber qué hacer, Eduardo lo sacó de la oficina y lo llevó en su carro a dar unas vueltas. Cuando llegaron a la altura de la Junta de Conciliación y Arbitraje del entonces Distrito Federal, se encontró con un viejo compañero de estudios, Francisco Correa y Caza, quien le dijo que en el coche traía a un amigo de la oficina que decía haber matado a la novia. “Pero tengo sospechas [de] que es un enajenado mental”, dijo, al creerlo incapaz. Francisco Correa era abogado, se acercó al coche y entonces vio a Goyo Cárdenas ahí agazapado. Estaba tan mal que decidió llevárselo a su oficina para interrogarlo.No sólo había matado a su novia, una jovencita llamada Graciela Arias, también “había sacrificado a otras tres mujeres”. Decía que estaba haciendo experimentos humanos buscando una fórmula que hiciera invisible a los hombres. “Sí, es un enajenado mental”, concluyó el abogado Correa y Caza al escuchar lo que le pareció una locura.Eduardo llamó a uno de los hermanos de Gregorio, de nombre Moisés, a quien le dijo que era urgente internarlo en una institución mental porque estaba diciendo locuras. Ese día la familia Cárdenas tomó la decisión de internarlo en un hospital psiquiátrico en la colonia Tacubaya, con un doctor llamado Oneto Barenque. “Como era empleado y estudiante, no podían suponer que fuera capaz de cometer los homicidios”, declaró el amigo días después, cuando intentaron acusarlo de encubrimiento. Gregorio Cárdenas ya estaba internado en ese hospital cuando sus dos vecinas, las señoras Cristina Martínez y Elvira Velázquez Peña, descubrieron desde su azotea un zapato ensangrentado de mujer. Más tarde los investigadores encontrarían que había desenterrado las flores y las plantas del jardín para enterrar los cuerpos de cuatro mujeres. Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, la segunda parte del Estrangulador de Tacuba, que reconstruye el caso gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Historias como ésta revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.Gregorio Cárdenas aprendió a leer y escribir leyendo la BibliaSegún el expediente judicial que logró restaurar el Archivo Histórico de la Ciudad de México, Gregorio Cárdenas nació en 1915 en Córdoba, Veracruz, y sus primeros años los vivió en una hacienda, Los Kuchiles, que administraba su padre. Él mismo declaró a las autoridades que desde esa época comenzaron los “ataques nerviosos”, como él los llamaría. Desde los cuatro años era tartamudo, lo que le dificultó relacionarse con otros niños. Así que su tía Dolores le enseñó a leer y escribir a través del estudio de la Biblia. Cuando era adolescente anduvo trabajando en las fincas de café con los padres, quienes vivían en una situación económica muy precaria. A la par estudió Mecanografía. En 1935 tomó la decisión de mudarse a la capital y consiguió trabajo en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana como taquimecanógrafo. Fue ahí donde se interesó por estudiar y se inscribió a la Escuela Secundaria Juana de Asbaje, con miras a ser ingeniero químico. Cuatro años después conoció a la que sería su esposa, Sabina Lara González, quien tenía apenas 16 años. “Pasé a tener relaciones carnales y, con tal motivo, la mamá presentó una acusación en mi contra”, diría. Fue acusado del delito de estupro y lo dejaron salir de prisión con la condición de que se casara con Sabina. Sabina declarará a la policía del Distrito Federal que Gregorio la embarazó y le repetía que él no quería tener hijos: “tienes que ver la forma de abortar”. Ella se negó y, por el contrario, cuidó mucho su embarazo. Por esos días su esposo le dio de comer una torta de pescado, ella creía que eso le hizo daño y aseguró tener sospechas de que le había puesto una sustancia “preparada” porque a los dos días comenzó a sentirse mal. Con seis meses de embarazo se le vino un aborto.Gregorio declaró: “No llegué a hacer vida común con ella, o mejor dicho a formar hogar, pues solamente la veía cuando tenía que entregar alguna cantidad de dinero y también accidentalmente la frecuentaba carnalmente”. En marzo de 1940 Gregorio Cárdenas tramitó el divorcio por razones que “se reserva”. Ese mismo año tomaría clases nocturnas en la Preparatoria Nacional, ahí conocería a Graciela Arias, una mujer de 21 años de la que, dijo, se enamoró como nunca en la vida. Durante dos años fueron y vinieron hasta que en 1942 ella decidió dejarlo y, por eso, terminó con una soga en el cuello. Así Gregorio Cárdenas ocultó los feminicidios que cometióEl primer asesinato que cometió Gregorio Cárdenas fue el 15 de agosto de 1942. Según su propia declaración iba en su coche Ford modelo 39, cuando pasó frente al restaurante Chapultepec, muy cerca del Paseo de la Reforma. Ahí vio a una mujer “de esas que acostumbran vender caricias”. La invitó a subir al coche, ella lo hizo, y le propuso ir a un hotel por cuatro pesos. Él se negó y le dijo que mejor se fueran a su casa.Llegaron a la casa de Gregorio en el número 20 de Mar del Norte, de la colonia Tacuba. Ella llevaba un impermeable en el brazo y un bolsito color azul. Gregorio le dio un recorrido por la casa y cuando pasaron por su estudio, donde tenía material para sus prácticas químicas, la jovencita le preguntó si era doctor. En ese cuarto tuvieron relaciones sexuales. “Nos acercamos el uno al otro en busca de placer”, dijo a las autoridades. Cuando terminaron, Gregorio dice que caminó hacia el cuarto contiguo y, al ponerse un pantalón, sintió que la sangre le hervía en las venas. “La cabeza me trastornó, mi cerebro me daba vueltas, sentí deseos de gritar, de correr”. Estaba vuelto loco y, de repente, sintió tanto odio por ella. “No estaba Cárdenas ahí, Cárdenas se había transformado en una fiera, era una bestia fuera de la jaula”, dijo. Cogió un mecate y caminó hacia la jovencita, se lo puso al cuello y jaló hasta que la mató.Después de pensar por horas qué hacer con el cuerpo, decidió coger una pala y enterrarla en su jardín. “Como el gato que se ensucia y después con la cola le arrima tierra para tapar su porquería”. La primera víctima conocida oficialmente se llamaba María de los Ángeles González, conocida en las calles sólo como Bertha. Tenía 16 años.Gregorio Cárdenas se refugiaba en casa de su mamá y en la iglesiaDespués del primer asesinato decidió mudarse unos días con su madre. Iba a la iglesia a ver si encontraba quién lo reconfortara. Pero una semana después de estar estudiando en casa de la madre, Gregorio Cárdenas salió a tomar un café porque “tenía deseos de una mujer”, diría. Salió a recorrer las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México y encontró a una jovencita. La abordó y le preguntó cuánto cobraba, ella le contestó que tres pesos. La invitó a subir al carro y se la llevó a su casa y, después de tener relaciones sexuales, la invitó a pasar al baño para que se diera un aseo. Entonces, dicen los expedientes, “volvió a renacer en mí el odio que expuse en el caso número uno, la repugnancia por la mujer”. Agarró una toalla grande y con ella la asfixió. Ella le gritó antes de morir “¡no lo hagas!”. Según él no tuvo más remedio que enterrarla en el jardín también. Después se fue a la casa de su madre y luego a la iglesia. Se desconoce su identidad, el cuerpo nunca pudo ser identificado, pero se cree que tenía 14 años.“Busqué nuevamente el reconfortamiento en los brazos de Dios, posteriormente recorrí varios templos para encontrar lo que buscaba y la cabeza se me abrumaba más de dolor”, diría después sobre este asesinato a las autoridades policiales.El 29 de agosto mató a su tercera víctima: cerca del Paseo de la Reforma encontró a otra mujer en la calle y la invitó a su casa. Antes le preguntó qué edad tenía “porque tenía muchas arrugas”. Se llamaba Rosa Retes Quiroz y tenía 33 años. En el camino a su casa, Rosa le contó que tenía un hijo que su hermana cuidaba por las noches. Después de sostener relaciones sexuales, cuando se estaba vistiendo sucedió lo mismo: “un germen, un no sé qué [se apodero de él] y tomé una soga”. “¡No señor… déjeme!”, intentó detenerlo. La mató a las 11 de la noche y terminó de enterrarla en su jardín a las 3 de la mañana.“Le hablé a Dios y le conté mis actos”, dijo Gregorio CárdenasA principios de septiembre, el día 2, mató a su exnovia Graciela. También la enterró en su jardín. Gregorio Cárdenas confesó estos crímenes a su familia, pero nadie le creyó, así que fue internado en un hospital psiquiátrico en la colonia Tacubaya. El padre de Graciela denunciaría su desaparición y señaló directamente a Cárdenas, a quien acusó de haberla hostigado durante años. Fue entonces que la Policía Secreta empezó una búsqueda y lo encontraron el 8 de septiembre de 1948 internado en la clínica.Luego de ser detenido y revelada su historia a una prensa que empezó a llamarlo “El Barba Azul Totonaca” y “El Descuartizador de Tacuba”, mientras que alas chicas las dejaban marcadas bajo la categoría de “las prostitutas”. Publicación tras publicación, los apodos eran más y más estigmatizantes.“El cobarde tembló y sudó frío ante el cuerpo de su primera víctima”, decía una publicación de la época que forma parte del expediente policial. Ahí narran que tras realizarse exploraciones en distintos puntos del jardincillo de la casa, se descubrieron los cuerpos de la “vesania infernal de Cárdenas”. Tanto Gregorio como su defensa alegaron que era un incapacitado mental. De hecho, en una de las declaraciones luego de ser detenido, le preguntaron directamente por qué las había matado. Él respondió que todo se remontaba al año 1935, cuando aún vivía en Veracruz. Por ese entonces padecía algo llamado “chancros sifilíticos”, úlceras que aparecen en la piel como primer síntoma de la sífilis. En ese año empezó a perder el cabello y a padecer dolores de hígado y el vaso. Para él, todo esto pudo haberle provocado “debilidad mental”. Los médicos de Lecumberri llegaron a una conclusión: Gregorio padecía un “trastorno post-encefálico”.Aun así las autoridades le dictaron auto de formal prisión. Lo enviaron al Palacio de Lecumberri, al pabellón de enfermos mentales en 1942. Después sería trasladado al manicomio La Castañeda en Mixcoac. En 1946 escapó de ahí y fue aprehendido y devuelto otra vez a Lecumberri, donde pudo estudiar la carrera de Derecho.La prensa de la época asegura que el 8 de septiembre de 1976, después de 34 años, el presidente Luis Echeverría Álvarez le concedió un indulto ya que durante años había sido un preso ejemplar. Sin embargo, todo parece indicar que realmente su defensa logró comprobar que había pasado tres décadas encerrado, la pena máxima por asesinato en ese entonces. El gobierno mexicano aprovechó y se colgó la medalla asegurando que el caso de Goyo era el ejemplo del éxito de la reinserción del sistema penal mexicano. Tras ser liberado llevaron a Gregorio Cárdenas a la Cámara de Diputados, donde le dieron un aplauso de pie. Gregorio Cárdenas murió en libertad en 1999, a los 84 años. Paolo Sánchez Castañeda colaboró en la búsqueda de este archivoGSC/ATJ