Informe desde un platillo volador, por José Rodríguez Elizondo
Desde que el mundo de Donald Trump comenzó a fundirse con las distopías de Mad Max, he vuelvo a mis autores favoritos de ciencia-ficción. Contradiciendo por anticipado a Francis Fukuyama, ellos predijeron que el Fin de la Historia sería un eufemismo para el fin de la vida inteligente en el planeta.
Comencé a tomarlos en serio con la crisis de los misiles de 1962, cuando Fidel Castro quiso cambiar sus guerrillas caseras por una guerra termonuclear entre La Unión Soviética y los Estados Unidos. Tras zafar de esa locura, gracias a la diplomacia de John Kennedy y Nikita Jrushov, fui a Vietnam como observador jurídico de esa guerra histórica. Allí comprobé que, en lo fundamental, fue un duelo de armas entre las mismas dos superpotencias, más un adicional de la China de Mao. Sin embargo, sus gobernantes no amenazaron con un apocalipsis nuclear, pues sus líderes eran más responsables que el líder cubano.
A esa altura ya sospechaba que la guerra es la cultura permanente y ominosa de los terráqueos y que sus patrones modernos se transparentaron durante la Segunda Guerra Mundial. Entre los principales estaban los líderes que anuncian su designio de refundar el orden (o el desorden) geopolítico mundial; la inercia de quienes no quieren tomarlos en serio y siguen inmersos en sus políticas domésticas; los sistemas democráticos frágiles con su correlato de dictaduras socavantes; las diplomacias juridizadas que sobreconfían en las posibilidades pacificadoras del Derecho Internacional; las armas que pasan de la alta letalidad a la letalidad superlativa, y los países que juegan el rol místico de los corderos degollables.
Cuento y realidad
Esa sospecha sesentera me inspiró un cuento inconcluso y después olvidado, sobre observadores alienígenas desde sus platillos voladores. La semana pasada lo reencontré por casualidad en mi biblioteca. Estaba amarillento, pero legible, al interior de un libro de título provocativo.
En modo coyuntura, esos alienígenas informaban a sus superiores que los terráqueos no éramos inteligentes. No asumían que la guerra era la norma de la especie e ignoraban que la paz era una anomalía propia de un sistema que llamaban “democrático”. A ese efecto, recordaban un previo informe según el cual “el sector más desarrollado de los terráqueos se organizó en grandes corrientes de opinión, en espacios cerrados, para dirimir sus controversias mediante votaciones y sin armas”. Agregaban que, como señuelo para perdedores estaba la esperanza de que, en otra momento electoral, ellos podrían cambiar los resultados.
Hoy advierto que lo llamativo no era la moraleja ingenua del cuento, sino su compatibilidad con el texto dentro del cual se me había perdido. Se trataba de La Paz indeseable, un libro que compré en Buenos Aires en 1968, según boleta también oculta entre sus páginas. Yo no había alcanzado a leerlo porque alguien, por algún motivo, lo insertó en la sección Historietas, junto con las aventuras de Tin Tin en el país de los soviets.
Sucede que dicho libro contiene un “informe secreto”, presuntamente elaborado por intelectuales del gobierno de John F. Kennedy y avalado por un prólogo de John K. Galbraith, el único economista ameno que conozco. De paso, éste tomó la precaución de hacerlo bajo seudónimo. Aunque redactado en el peor estilo paper académico, me pareció vinculado con la inspiración de mi cuento. Como prueba extracto sus tesis más provocativas:
- La guerra es el sistema social básico, dentro del cual existen otros modos secundarios de organización social.
- La posibilidad de una guerra es el principal estabilizador político.
- La eliminación de la guerra implica la inevitable eliminación de las soberanías nacionales y del tradicional estado-nación.
- La guerra no puede ser considerada como un despilfarro (…) la técnica de los armamentos es la que estructura la economía.
- Como consecuencia de los grandes gastos para la defensa los gobiernos han conseguido crear una protección adicional contra la depresión.
Para tranquilizar conciencias choqueadas, este informe consigna improbables sustitutos del rol “estabilizador” de la guerra. Todos son utópicos y uno es literalmente de ciencia ficción: “un gigantesco programa de investigación espacial sin término, dirigido a objetivos inalcanzables”.
En este año 2025
Las tesis de aquel informe -que pudo nacer como fake condicionante- hoy coinciden con dos efectos implícitos del “destino glorioso” de Trump: demolición de la tradición demoliberal de los EE.UU. y reconfiguración de la geopolítica terrestre. Esto incluiría el plan B de conquistar otros planetas, si las cosas no marchan como él ordena. Casual o no, esto último incluye un guiño sobre ese cambio climático catastrófico, que él siempre ha negado.
Reitero, entonces, lo dicho en mi columna anterior: POTUS está iniciando una suerte de monarquía tecnificada, idónea para poner al mundo en alerta roja, enviar al desván de los artefactos desechables la diplomacia tradicional y liquidar el hoy decorativo sistema multilateral. Para ello le bastaría la obediencia de sus militares y el apoyo de los tecno-super-millonarios de su entorno, con Elon Musk en primera línea.
Está claro que tal proyecto no es compatible con la paz ni con los aliados democráticos que en este mundo sobreviven. Pero, también está claro que se trata de un proyecto en estado de ejecución.