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Editorial: Agresión en la Casa Blanca

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Nunca en la historia diplomática de Estados Unidos se había producido un espectáculo televisado tan vergonzoso, peligroso y revelador como el violento asalto verbal contra el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, el pasado viernes en la Casa Blanca. Sus ejecutores fueron el presidente Donald Trump y, todavía más, su vice, J.D. Vance, quienes sometieron a su huésped a una andanada de ataques y humillaciones con perversas finalidades y funestas connotaciones.

Vea el intercambio entre Trump y Zelenski en la Casa Blanca

Si la virtual emboscada sufrida por el líder de un país invadido por Rusia hace tres años, y aliado de Estados Unidos hasta ese día, fue orquestada en sus detalles, es algo difícil de decir. Pero las consecuencias –y quizá también las intenciones– de la andanada no pudieron ser más claras: humillarlo personalmente, debilitar su posición política, e intentar doblegarlo para que acepte un arreglo al conflicto que rusos y estadounidenses negocian sin tomar en cuenta –al menos hasta ahora– ni a Ucrania ni a Europa.

Fue una puesta en escena claramente alineada con los intereses de Vladimir Putin, al que Trump no ha dejado de complacer desde que regresó a la presidencia. Por algo, tan pronto se divulgó la noticia de lo sucedido, Dmitry Medvédev, subdirector del consejo de seguridad ruso, declaró, refiriéndose a Zelenski: “El cerdo insolente finalmente recibió una bofetada en la Oficina Oval”. En tanto, su autocrático patrón, enquistado en el Kremlin, obtuvo una gran ganancia, y la alianza occidental, que ha sido clave para mantener la paz y la seguridad en Europa y proyectar el poder de Estados Unidos, sufrió un severo golpe.

Altercado entre Trump y Zelenski: ¿Qué le espera ahora a Ucrania?

Lo que podrá suceder a partir de ahora es en extremo difícil de predecir. Europa se ha volcado en apoyo a Zelenski y Ucrania, tanto diplomática como económica y políticamente, algo fundamental para su supervivencia y eventual reconstrucción. El domingo, convocados por el primer ministro Keir Starmer, 16 líderes europeos y de Canadá se reunieron en Londres, le reiteraron su respaldo y, a la vez, acordaron impulsar una nueva iniciativa negociadora aceptable para Estados Unidos. Al menos en el corto plazo, su apoyo es indispensable para la defensa de Ucrania, no solo mediante suministros militares, sino también inteligencia y la red satelital Starlink, controlada por Elon Musk, clave para el eficaz uso de drones.

Europa, además, pretende evitar una ruptura de la alianza atlántica, que podría producirse si Washington, además de retirar su apoyo a los ucranianos, reduce sus compromisos con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Ayer, sin embargo, Trump renovó sus ataques contra el presidente ucraniano, a quien acusa de no querer la paz, un argumento tan absurdo como indignante. Peor aún, este lunes anunció que suspendía, “temporalmente”, la asistencia militar a Ucrania, condicionado esto a la actitud de su presidente ante las negociaciones con Rusia: una extorsión que revela con mayor crudeza su desdén por la integridad territorial y la soberanía de ese país.

El domingo, su asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, declaró que es necesario “otro líder” para “tratar con los rusos y acabar con la guerra”. Esto es, precisamente, lo que quiere Moscú, porque una eventual salida de Zelenski conduciría al caos y daría oportunidad a su aspiración de establecer un régimen títere en Kiev, que someta el país a sus designios y dé tiempo a una reconstrucción del diezmado aparato militar ruso. Entonces, estaría listo para nuevas agresiones.

También es evidente que Trump quiere deshacerse del aguerrido presidente, quien ha insistido en lo obvio: una eventual paz debe ser acompañada por garantías reales a la seguridad de Ucrania, y esto implica la presencia de tropas europeas con el apoyo logístico estadounidense. Además, le cobra una factura personal de años atrás, durante su primer período en la Casa Blanca: su negativa a prestarse, en 2019, para involucrar a la familia de su entonces rival –y después presidente— Joe Biden, en presuntos y nunca probados actos de corrupción junto a funcionarios ucranianos.

Ante esta realidad, las expectativas no pueden ser optimistas. La posibilidad de acceso preferencial a la riqueza mineral ucraniana, así como el demoledor impacto que tendría sobre la credibilidad de Estados Unidos y Trump el abandono de Ucrania a los designios de Moscú, quizá evite lo peor. Tal vez también se abra entonces el camino para un arreglo sostenible, realista y respetuoso de su soberanía. Pero basta recordar el desplante en la Casa Blanca y la falta de principios que guía la política exterior de Estados Unidos en la actualidad, para mantener un altísimo grado de inquietud.




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