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Pero… ¿hubo alguna vez once mil Jéssicas?

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Abc.es 
«En vista de lo cual ella decidió que fueran en el coche de él, con uno de esos impulsos románticos que tienen las mujeres cuando se trata de ahorrar gasolina. Lo que probablemente ella desconocía era que la gasolina la pagábamos todos los españoles de forma directa o a través de un adlátere de Aldama». La primera frase corresponde a un fragmento de la novela de Enrique Jardiel Poncela «Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?» , a la que me he permitido añadir una segunda, contextualizando lo que parece la situación real en España. Sorprende la escasa indignación que en los socialistas ha despertado la declaración en el juzgado de Jéssica , a la que sus medios afines califican de expareja del exministro Ábalos . Los garantes de todo lo público han visto cómo un asesor de un ministro, al que este parece haber colocado nada más y nada menos que en Renfe, intervenía en una entrevista de trabajo dentro de una empresa pública para que contrataran a la susodicha Jéssica, dado que esta sabía leer y escribir. Entiendo que hay muchísimas personas que, además de leer y escribir, tienen otras virtudes y conocimientos para optar a un puesto de trabajo en una empresa pública, pero parece que ya hemos asumido que tener un padrino es algo más que importante en el mundo laboral. Hace escasos meses, la izquierda valenciana solicitaba de forma indignada en las Corts Valencianes que un exalcalde del PP dimitiera de sus cargos por no haber acudido a su puesto de trabajo durante varios años. Pero la indignación en la izquierda parece que no depende del acto, sino de la persona que lo comete. La señora Jéssica, al parecer, ha reconocido que durante los dos años que estuvo contratada por las empresas públicas no acudió ningún día al trabajo. Parece que, incluso en una de ellas, la única persona de toda la plantilla que podía hacer teletrabajo o, mejor dicho, «ver la tele y no ir al trabajo», era ella. Como los socialistas siguen pensando que los españoles somos tontos, el ministro de Transportes, Óscar Puente, con una auditoría en la mano, garantizó que todo estaba en orden. ¿Le engañaron o nos quiso engañar? Da igual. Lo triste de todo esto es que los partidos de gobierno ya han tomado al asalto las instituciones públicas, ya sean administraciones o empresas dependientes de ellas. No hay rubor; el enchufismo está a la orden del día. Los enchufados saben que su contrato no depende de sus capacidades ni de lo diligentes que sean en el día a día, sino de la voluntad del «enchufador». Y esto ocurre en muchos contratos, así como en los ascensos y el acceso a los puestos de responsabilidad. No hay institución que aguante ser carcomida por dentro , por mucho esfuerzo y entusiasmo que pongan los muchos probos trabajadores públicos que todavía quedan. Creo que la administración pública, tanto nacional como autonómica y local, pasa por su peor momento desde la instauración de la democracia, debido a la acción negligente de muchos gobernantes que la ven como una agencia de colocación y retención de votos. Los ciudadanos sufrimos al ver cómo se deterioran los servicios básicos . En ocasiones, realizar un trámite administrativo es más complicado que cualquiera de los doce trabajos que tuvo que realizar el mitológico Hércules por culpa de la esposa de Zeus. Y la única solución no es confiar en la administración electrónica: setenta mil asesores han sido llamados a movilizarse por el caos que ha generado la forma en la que se está implementando. Sin contar la infame gestión de muchos responsables de organismos de emergencias el día de la DANA, que hemos pagado con sangre. El problema no es Jéssica, sino que a lo mejor hay once mil Jéssicas en la administración pública , o como mucho me temo, quizá muchas más. La decadencia es imparable si no se toman medidas urgentes y no creo que estas sean la motosierra de Elon Musk. La administración pública es uno de los pilares básicos de nuestra sociedad y no debemos asistir impasibles a su destrucción desde dentro. A pesar de todo lo dicho, hay dos alternativas para alcanzar la felicidad. Como decía Jardiel Poncela: una es hacerse el idiota; la otra es serlo. ¿Qué quieren que les diga? No me gustaría hacerle caso al bueno de don Jardiel.



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