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Civilizaciones de felicidad

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Las sociedades de consumo, también denominadas por Zygmunt Bauman como sociedades líquidas, y por Vargas Llosa como civilizaciones del espectáculo, son un fenómeno humano muy reciente. De hecho, toman fuerza en la segunda mitad del siglo XX, cuando se consolidan los frutos de la riqueza generada por la Revolución Industrial. Un fenómeno totalmente reciente, pues durante milenios de existencia de nuestras civilizaciones humanas, la regla era la precariedad.

Un aristócrata europeo del siglo XVII, pese a que poseía un promedio mayor de vida que el de la media de la población –si se daba el caso de que lograra sobrevivir más allá de la infancia–, difícilmente superaba los 45 años de edad. Además, carecía de servicios que hoy nos parecen básicos: carencias de buena higiene, sus necesidades se debían deponer en letrinas sin alcantarillados eficientes de agua, y con muy limitado acceso al agua potable. Pasaba los inviernos sin calefacción, y sin refrigeración en el verano, y tenía un sistema de comunicaciones terriblemente incómodo.

Hoy, en cambio, si confrontamos las comodidades que poseían los poderosos del pasado con cualquier ciudadano de estratificación media del tercer mundo, nos resulta obvia la diferencia, pues sabemos que las clases medias cuentan con beneficios como cirugías anestesiadas y servicios públicos confortables en todos los ámbitos, lo que era inexistente en el pasado reciente.

Ahora bien, como en esta dimensión de la existencia nada es completo, en estas sociedades de consumo hay un aspecto nocivo, el cual se manifiesta con la tecnología del entretenimiento y de las comunicaciones. Ellas nos llevan hacia un estilo de vida moralmente ingrávido, en donde el sentido de la vida humana se centra en la alegría, más no en la felicidad.

Alegría y felicidad no son lo mismo, sino dos conceptos totalmente disímiles. La alegría es un estado de emoción pasajera; “Soy alegre” es un famoso son de un conjunto tropical latino, que resume esa experiencia agradable que todos hemos disfrutado en algún momento, cuando hacemos algo que nos causa placer. Pero tal sensación puede incluso ser egoísta, al punto que también puede provocarse artificialmente a través de drogas, fármacos o bebidas alterantes. La verdadera felicidad es otra cosa: es estar en paz con tu pasado, tener convicción del presente y ver con confianza el futuro, y lo anterior no depende de nuestras emociones, sino de nuestro carácter. Por ello se puede tener felicidad incluso en momentos de adversidad, aun en circunstancias de dificultad extrema.

La conquista de la madurez, el último libro escrito por los intelectuales mexicanos José Antonio Lozano y Francisco Ugarte, sostiene una tesis central: la piedra angular que nos permite la felicidad radica en la forja del carácter, o lo que ellos denominan madurez, que, esencialmente, es la facultad de ejecutar el bien al que la inteligencia aspira.

La voluntad madura se sostiene en una columna, y es que busca siempre el bien general y evita el beneficio puramente subjetivo que generalmente es egoísta. La voluntad inmadura provoca una debilidad al actuar, pues, aunque la inteligencia le presente una meta que es por obviedad la correcta, la voluntad inmadura usualmente es incapaz de honrar el propósito. No basta con que la inteligencia discierna el bien general objetivo para que la voluntad sea capaz de conquistar ese bien, pues para ello, la voluntad debe estar subordinada a la forja del carácter.

Ahora bien, la fórmula de la voluntad madura también depende de nuestra capacidad de ser perseverante en el proceso y el esfuerzo de ejecutar las decisiones tomadas y finalizar lo propuesto, especialmente cuando se trata de metas altas y proyectos de algún grado de importancia.

Enrique y Marian Rojas, prestigiosos psiquiatras españoles, han escrito abundantemente sobre los beneficios de la voluntad recia. Si bien es cierto, para ellos la afectividad es un ingrediente básico en la formación de voluntades firmes, el fundamento más importante es el cultivo de las virtudes, que son las proveedoras de una inclinación natural hacia el bien.

Así, son entonces las virtudes promotoras del gozo lo que permitirá acompañar a la voluntad en su objetivo final. De tal forma que, si la felicidad es, –como ya lo indicamos–, estar en paz con tu pasado, tener convicción del presente y ver con confianza el futuro, el cultivo de un carácter virtuoso que forje una voluntad recia será el verdadero secreto de la realización personal.

Para Lozano y Ugarte, en el cultivo de esas virtudes resulta vital la gracia sobrenatural, por lo que una vida de fe y comunión espiritual será de cardinal importancia para alcanzar los rasgos principales de la voluntad madura, que resumo así: permite ser asesorada y renuncia a los placeres que le atraen pero que le provocan un desorden vital que le aleja de su objetivo final. Es capaz de adaptarse a los cambios, o sea, asumir una actitud de flexibilidad táctica o estratégica, sin renunciar a su meta definitiva. Es capaz, en determinadas circunstancias, de actos de sacrifico o renuncia, consciente, eso sí, de que lo hace por principios y no por emociones, que son pasajeras. En esto, juega un rol cardinal el amor a Dios y al prójimo, pues la persona madura entiende que el amor debe materializarse en hechos concretos.

La voluntad madura es, además, resiliente; esto es, que posee esa capacidad que tenemos de asumir los fracasos y recuperarnos, lo cual es otro de los principales rasgos de la madurez. Igualmente, la voluntad firme es diligente, no procrastina, no deja para después lo que debe hacerse, y permanece comprometida en aquello que ha decidido, pese a los obstáculos que la desafíen durante el camino. Por ello, finaliza sus metas en el momento oportuno, sin caer en las tentaciones de los cantos de sirena del perfeccionismo.

Si bien la voluntad firme no es perfeccionista, cuida la calidad, pues, así como la mediocridad es un rasgo pernicioso de una voluntad débil, la excelencia es un rasgo de la voluntad recia. En esencia, entonces, la forja personal del carácter que nos lleve a una voluntad firme es la fórmula radical para una sociedad culta, pues la cultura es una vocación del espíritu que dirige nuestros actos y pensamientos para crear civilizaciones felices.

fzamora@abogados.or.cr

Fernando Zamora Castellanos es abogado constitucionalista.




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