Inteligencia artificial: simulacro de simulacros
Heidegger, en La pregunta por la técnica, se propone pensar la condición de la tecnología como una relación del hombre con el mundo no meramente instrumental, sino que una manera de “revelar” el mundo, es decir, de comprenderlo. Las estructuras desde las cuales pensamos en el mundo debido a la existencia de tecnología a la que “hemos sido arrojados” determinan de alguna manera las posibilidades del pensamiento. Hemos nacido sabiendo que para contactar a alguien le podemos llamar y no en escribirle una carta.
Ahora bien, el advenimiento de la inteligencia artificial ha marcado un punto de inflexión en la vida del hombre muy particular. Consultamos a ChatGPT, o cualquier IA generativa, para hacer un ensayo, buscar una receta o hasta para enviar un mensaje. Sin embargo, el nacimiento de la IA ha postulado sutilmente un dilema que debe ser desvelado, sobre las condiciones de la verdad y nuestra relación con su producción. Lo que anteriormente requería un camino mental, el cual cruzábamos cual ciego en su hogar, para encontrar información y producir nueva, ha cambiado sustancialmente. ¿Qué hacíamos para investigar antes? ¿Qué proceso tomábamos? ¿Por qué no podemos recordarlo?
Hemos tornado nuestras miradas del proceso mediato y reflexivo de la investigación. Por nuestra condición de animales caídos, todo nuestro proceso de conocimiento es discursivo, experiencial, arduo y tardado: hacernos eruditos requiere del sudor de nuestra frente. Las condiciones para llegar a la verdad, y considerar la verdad, requerían del estudio de obras, su sistematización, resolución de contradicciones internas y la vuelta al mismo proceso una y otra vez. Sin embargo, la confianza ciega en la IA nos ha reepistemologizado: ha cambiado lo que es para nosotros “saber”.
Nuestro uso poco cuestionado de la tecnología nos ha envuelto en mapas de los cuales no podemos escapar. Lo artificial y lo real son indistinguibles.
Confiamos en que un algoritmo, con tendencias estadísticas para unir palabras, nos provee de conocimiento veraz, sin reflexionar no solo sobre la condición de verdad de sus dictámenes, pero también sobre las condiciones de producción de esa verdad. La verdad es producto de la estadística en un sistema binario propulsado por microchips.
Vivimos dentro de un bucle infinito de simulacros, dentro de una serie de hiperrealidades aplastantes. Los simulacros son representaciones de la realidad “más reales” que la realidad que han borrado del “saber” su referente externo. Pongamos por ejemplo el mapa. Cuando pensamos en Guatemala, consideramos su forma en mapa como más real que la realidad cruda geográfica (la cual no contiene divisiones departamentales). El mapa ha perdido su referente externo y ha remplazado la realidad. El mismo fenómeno se da con la IA. La información producida se da por un análisis algorítmico de signos (de 1s y 0s) sin un referente real, sino letras. No hay comprensión de la realidad, sino técnica estadística. Esta información producida, posteriormente, es usada por otras IA para producir más información ad infinitum: un mapa de un mapa de un mapa… La verdad, que antes se conocía por la adecuación del intelecto a las cosas, ahora es autorreferente: signos que se refieren a signos procesados en un sistema binario.
Nuestro uso poco cuestionado de la tecnología nos ha envuelto en mapas de los cuales no podemos escapar. El uso de la IA no es malo per se, pero sí la confianza ciega en la técnica, en este caso, la estadística, sin reflexionar sobre la condición de la tecnología como un proceso de “conocer” y “comprender” el mundo. Lo artificial y lo real son indistinguibles.
O, dígame con plena certeza, lector, ¿escribió esto ChatGPT o lo escribí yo? ¿Puede usted saberlo?