En este siglo de desengaños quedan muy pocos héroes sin hipérbole. En este tiempo en el que todo está predicho, y a menudo también fingido, cuesta encontrar algo tan cierto. La película de Albert Serra ‘Tardes de soledad’ dura 125 minutos y ese tiempo le basta para retratar algo invisible, portentoso, un misterio que desaparece y que asoma de pronto ante los ojos: el espacio entre el torero audaz y el animal fiero, donde sólo cabe la sangre que rebosa, el peligro que se afila, el valor si late y el miedo si muere. Nada más. En algún fotograma, la sombra fugaz de una moneda al aire, cara y cruz de gloria o de percance que se paga con la...
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