La guerra desde el sofá 6/6 (apuntes en tiempos de conflicto)
Las victorias de la paz son más laboriosas que las de la guerra. Gertrude Bell, Amurath to Amurath
Polonia, Brzezinski y otros más
La reciente muerte del expresidente norteamericano Jimmy Carter nos trae a la memoria a su asesor de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, decidido partidario de preparar a Ucrania para la guerra, mucho antes de que ésta fuera portada de los periódicos. “Pivote geopolítico” (1), llamaba Brzezinski a Ucrania. Según él “una unión con Rusia enriquecería a Rusia y representaría un paso gigantesco hacia la restauración de su esfera imperial”(3), asunto que debía a toda costa evitarse.
Brzezinski nació en Polonia, inmigró primero a Canadá y luego a Estados Unidos. En 1958 recibió la ciudadanía estadounidense. Luego de graduarse de Ciencias Políticas en Harvard, se convirtió en lo que en política conocemos como un halcón. Y en uno de los más letales. De hecho, entre Brzezinski y Kissinger –ambos dotados de una inteligencia poco usual– hubo una constante rivalidad que se ha dejado ver en sus seguidores, muchos de ellos integrados luego en diversas administraciones norteamericanas en las áreas de seguridad o política exterior. Basta leer las publicaciones de ambos para hacerse una idea bastante acertada de sus distancias: Kissinger era un estratega pragmático; el juego sinonimia-antonimia en las relaciones diplomáticas, el efecto de la política en el ensamblado de la Historia y la Realpolitik eran sus reinos. Brzezinski, incluso siendo un teórico brillante de la academia con muchos incondicionales, era un hombre de acción; los hechos en su cruda realidad formaban parte de sus dominios. Es por eso que el dúo Carter-Brzezinski siempre ha sido percibido como una anomalía: Carter, un evangélico bautista, cuasi humanista, que predicaba los derechos humanos; Brzezinski, un polaco católico conservador de armas tomar, y las tomaba: su gestión como asesor de Seguridad Nacional estuvo signada por un fuerte enfrentamiento con la URSS y de ataques subterráneos a los miembros del Pacto de Varsovia, a fin de crear fracturas entre sus integrantes.
Él es una de las razones por las que Polonia ha sido importante en lo que se refiere a la arquitectura de la política exterior norteamericana en general, y en relación a Rusia en particular, durante más de medio siglo. La otra razón fue el papa Juan Pablo II. Y, también, Lech Wałęsa. Podría decirse que esta trinidad de polacos en perfecta alineación planetaria fueron el arquitecto, el ingeniero y la mano de obra que iniciaron el derrumbe de la Unión Soviética.
La historia de Polonia es complicada. Hasta la caída del Muro de Berlín, fungió como el queso de la tostada. Cuando había una guerra de potencias en Europa, todos negociaban (a espaldas de los polacos) con cuál pedazo de ella se iban a quedar. Rusia, desde tiempo de los zares hasta la era bolchevique con el trío Lenin-Stalin-Brézhnev, puso a Polonia en el brete existencial de sobrevivir sólo mirando a su vecino oriental. Catalina la Grande de Rusia (que no era rusa sino alemana de origen) fue una de las primeras en ejercer su, por así decirlo, derecho de pernada a través del príncipe polaco Estanislao Poniatowski, quien fue su amante y a quien designó a dedo rey de Polonia años más tarde, cuando ya era emperatriz. Pero no sólo Rusia: también el imperio Austro-Húngaro en tiempos de Maria Teresa de Austria y, desde luego, Alemania, desde Federico II de Prusia hasta Adolf Hitler… en fin, todos querían una parte del pastel polaco cuando se trataba de repartirse Europa para agrandar territorialmente sus respectivos imperios o ensanchar sus intereses estratégicos en ambas direcciones, fuera al este o al oeste.(2) Y todos, a su paso por las tierras de Frédéric Chopin, cometieron sus genocidios, principalmente alemanes, rusos y ucranianos.
Es por eso que uno de los principales actores detrás del telón de la actual situación ucraniana es Polonia. Siglos de tira y afloja por lo que ellos consideran los límites históricos de su terruño nacional, han hecho que este país tenga un fuerte sentimiento no sólo antirruso, sino también antialemán, antiucraniano… las quejas y desconfianzas atraviesan su pasado lejano y reciente.
En los tres últimos siglos de historia, Polonia parecía un país destinado a ser provincia de Rusia o un monasterio católico. Hasta la llegada de Zbigniew Brzezinski a la sede del poder estadounidense. Él vino a solucionar ese dilema: su fuerte apoyo tras bambalinas a Polonia, previo al derrumbe soviético y luego para que su país de origen entrara a la OTAN, no obstante las promesas verbales hechas a Rusia de que eso no ocurriría. Ahora Polonia se ha convertido en punta de lanza en caso de que la OTAN decida un choque directo con Rusia. Brzezinski, de mucha influencia en los círculos políticos de Washington, hasta su muerte en 2017, fue uno de los primeros en apoyar y presionar para el envío de armas a Ucrania muchos años antes de la invasión rusa, cuando la guerra en el Donbás era el tímido preludio de la catástrofe actual.
La inestabilidad de la prosodia lleva a la inestabilidad de la convivencia
El menú de apostillas y pretextos para la guerra es tan sabido como los hechos que llevaron a los europeos a pelearse cruentamente durante siglos. Análogas estrategias, similares arengas, conocidas justificaciones. Ha variado un poco, eso sí, la construcción de la narrativa. Los tiempos cambian y con ellos el idioma y sus formas de modelar los hechos. Nuevos medios de comunicación por los cuales fluyen sintaxis menos sintácticas y semánticas menos semánticas han hecho su aparición. El lenguaje, que antes se adaptaba a las nuevas formas para puntualizar las novedades y expandir los significados, ahora se resume al alarido, al ultimátum, a cualquier expresión más del tiempo de las cavernas que a la de una civilización inteligente tecnológicamente avanzada. La expansión de los significados creaba espacios ideales para la negociación, para la diplomacia, para el arreglo amistoso de las controversias. El grito o la amenaza, por su propia naturaleza, destruyen el matiz; los matices son importantes para sobrellevar las relaciones humanas en tiempos de paz o de conflicto. Desaparecidos los grises, lo blanco o lo negro han afianzado su imperio. La actual narrativa de guerra, inundando todos los espacios de expresión de la sociedad, es un buen ejemplo.
«Todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad; y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse». Esta sentencia del Tractatus Logico-Philosophicus con el tiempo ha adquirido numerosas aplicaciones e interpretaciones (y esta es la nuestra), nos lleva a creer que el abuso de la pragmática y la semántica en un mundo sometido al arbitrio de las redes sociales ha derivado en que todo lenguaje, inclusive el diplomático y el amoroso, tenga ese tono de colisión, de vendetta, de disputa en temas que antes se podían arreglar mediante la entonación apropiada y el uso puntual del lenguaje. Los efectos de sentido –que han servido de base para expandir los matices y añadir riqueza al idioma– fuera de control. Ahora disputamos no por el contenido o por el fondo del asunto, los decibeles funcionan como argumentación, como un fin en sí mismo. La ausencia de esa cierta precisión para hablar de lo que es con toda certeza posible de ser hablado, según la sentencia de Ludwig Wittgenstein, o callar si el concepto es definitivamente tan oscuro o empíricamente indemostrable, es lo que signa esta civilización.
La inestabilidad de la prosodia lleva a la inestabilidad de la convivencia.
El ciudadano común carece del chip instalado por defecto de la “Seguridad Nacional”, no entiende del todo la geopolítica subyacente del caso ucraniano. Su instinto primordial, de suma y resta, prevalece: si la subida del alquiler sobrepasa el índice de inflación, la cada vez más impagable factura de gas y electricidad, si los precios del supermercado se compaginan con el presupuesto familiar. Y, en las clases medias más afortunadas, si tendrán lo suficiente para seguir disfrutando de una “Sociedad del bienestar” que por décadas ha estado siendo administrada con enormes endeudamientos sin el debido control ciudadano. Y ahora, con el dinero con el que están subsidiando esta guerra, sólo la banca tradicional y los bancos de inversión están en su mejor momento.
Comprometido el futuro de un sistema que a cada elección se hace más defectuoso y sin mecanismos efectivos de autocorrección legal o política, los votantes se están lanzando sin paracaídas en territorios donde reinan los extremos ideológicos. De instalarse estos en el poder, podremos ver cómo la Historia se repite, cómo, sin apenas darnos cuenta, nos dirigimos hacia otra grave confrontación.
Recordemos una vez más a Voltaire: “Gane quien gane, pierde la humanidad”.
Notas:
Epígrafe: Amurath to Amurath, Gertrude Bell, Read & Co. Books, Bristol (2020) p. viii (Preface).
1. The Grand Chessboard, Zbigniew Brzezinski. Basic Books; New York (1997), p. 46
2. Strategic Vision: America and the Crisis of Global Power. Zbigniew Brzezinski. Basic Books, New York (2012). p. 42
3. Parte importante de esta información puede encontrarse en Catherine the Great: Portrait of a Woman. Robert Massie, Random House, New York (2011). Ver también: Reinos desaparecidos: La historia olvidada de Europa. Norman Davies, Barcelona (2013).
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