En enero de 1994, Nancy Kerrigan , una de las mejores patinadoras de Estados Unidos, yacía en el suelo tras haber sido objeto de una agresión. Su maltrecha rodilla podía impedirle participar en los siguientes Juegos Olímpicos de Invierno. Afortunadamente, Kerrigan se pudo recuperar a tiempo y consiguió una medalla de plata en aquellos juegos. Lo que nadie esperaba era que la investigación sobre el ataque a la patinadora desvelara que una de sus compañeras, pero también rival, Tonya Harding , estuviera implicada en dicha agresión. Harding ha quedado como una de las villanas en la historia del deporte de los Estados Unidos, ya que trató de ocupar un puesto de privilegio y reconocimiento, no basándose en su esfuerzo, sino posiblemente dificultando el trabajo de una de sus competidoras. La cruzada por la defensa de la universidad pública y en contra de las universidades privadas que han iniciado altos cargos del gobierno socialista, Sánchez, Montero y Morant entre otros, me ha recordado mucho a la historia de Kerrigan y Harding. Pero, mejorar la universidad pública no se logra dificultando su competencia. Es evidente que las universidades privadas, año tras año, están consiguiendo un porcentaje creciente de estudiantes que se matriculan en ellas, sobre todo en los títulos de postgrado. Son muchas las causas, y no todas ellas son culpa de universidades privadas sin escrúpulos. La universidad pública debería hacer una autocrítica sincera sobre su evolución para revertir esos porcentajes menguantes de matriculación. No son solamente los ricos y tontos que quieren comprar títulos, como aseguran los prebostes socialistas, quienes se matriculan en universidades privadas. Hay muchas familias que se sacrifican para que alguno de sus hijos pueda estudiar una carrera que incremente notablemente su empleabilidad en un mercado cada vez más cambiante y complicado. Si uno observa el modelo de las universidades privadas, puede comprobar sin demasiadas dificultades que esa es la venta que realizan: títulos de alta demanda y elevada empleabilidad. Todo ello sumado a gabinetes que cuidan las relaciones con los potenciales empleadores. Como en todo negocio, hay empresas buenas, regulares y malas, pero es el mercado el que poco a poco va colocando a cada una en su sitio. Pero no hay que olvidar que el aumento de universidades privadas se debe, en parte, a que muchas universidades públicas han perdido su papel como motor del ascensor social , un rol que desempeñaron durante décadas en España. La universidad pública española tiene varios problemas: el incremento de la burocracia administrativa y un sistema de evaluación del profesorado basado escasamente en su calidad docente y que prioriza la cantidad sobre el impacto real de sus investigaciones. Todo ellos sumado a un distanciamiento progresivo de su oferta con respecto a las necesidades del mercado laboral. Como colofón, su modelo de gobernanza les ha convertido en organizaciones más preocupadas por su estabilidad interna que por adaptar su oferta al mercado laboral . Hay que replantear el modelo y poner al estudiante en el centro. Aunque, obviamente, en un sistema organizativo en el que los trabajadores son quienes eligen a su jefe, el rector, todo esto es harto complicado. El conseller de Educación, José Antonio Rovira, podría poner su granito de arena en esta mejora de las universidades públicas, ya que de su conselleria depende la financiación de estas últimas. Durante ocho años, la izquierda en el gobierno fue incapaz de desarrollar un modelo plurianual de financiación para las universidades públicas, aunque, conociendo las manías y fobias de sus dirigentes, quizá fuese mejor así. Las universidades públicas valencianas deberían tener un porcentaje importante de la financiación que reciben según la empleabilidad de los egresados que forman. Eso obligaría a los responsables de cada universidad a tomar decisiones en esa línea y no simplemente a contentar a sus empleados para que vuelvan a votar a su equipo en las siguientes elecciones. La calidad de su rival tendría que haber motivado a Tonya Harding para mejorar, pero eligió otro camino. Tuvo que dejar el patinaje y acabó teniendo una breve carrera como boxeadora. No quiero que la universidad pública acabe como una guardería de jóvenes de veinte años . Todavía hay muchos buenos profesionales en sus equipos; solo hace falta poner los medios suficientes y dirigirlos con un objetivo adecuado. La universidad privada no es una amenaza, es una rival que tendría que motivar a la universidad pública a ser mejor.