Las bolsas mundiales encadenan días de vértigo, con caídas que evocan episodios tan nefastos como el 'lunes negro' de 1987 o la crisis financiera de 2008. Los mercados no logran estabilizarse desde el 'arancelazo' lanzado por Donald Trump el pasado día 2. El motivo es claro: el presidente estadounidense actúa sin límites aparentes y desoye las advertencias sobre el daño que sus decisiones están causando tanto a la economía global como a la de su propio país. Trump le ha dado una patada al tablero comercial mundial que obligará a un enorme reajuste de todos los aspectos de una economía muy globalizada y crecientemente interdependiente que aseguró décadas de crecimiento y prosperidad para casi todo el orbe. Las bolsas asiáticas comenzaron la semana con fuertes caídas no sólo porque es la región más castigada por estos aranceles de EE.UU., sino porque el viernes no tuvieron tiempo de reflejar que China había decidido responder. Como temían los mercados, Trump no se aquietó y ha decidido apostar por la escalada anunciando que elevará otros 50 puntos porcentuales los gravámenes a las exportaciones chinas, lo que situará el arancel en el 104 por ciento . Ahora, todo el mundo está pendiente de una eventual respuesta europea para ver si la espiral arancelaria se convierte en una guerra de alcance mundial como la que se produjo en la década de 1930 y que agravó innecesariamente la crisis de 1929. De momento, Bruselas se está tomando su tiempo y no se sabe si esto es fruto de la prudencia o de la indecisión, pero lo que está sucediendo le ofrece una oportunidad única para liderar a todos aquellos que estén dispuestos a defender un orden internacional basado en reglas y a seguir comerciando bajo reglas claras, con el arbitraje multilateral de la OMC. Muy pocos pueden concebir que Trump haya autoinfligido deliberadamente este daño a su economía. Las expectativas están hoy en el nivel más bajo en doce años, según la Conference Board, un influyente 'think tank' económico. Las perspectivas de inflación para este año se han disparado al 6,2 por ciento y la producción está contrayéndose porque la incertidumbre creada por la Casa Blanca ha ralentizado cuando no detenido todo el proceso de toma de decisiones. Se estima que el PIB de Estados Unidos perderá entre uno y dos puntos porcentuales de su crecimiento. ¿Está la base electoral del trumpismo dispuesta a soportar las consecuencias económicas de este giro proteccionista? El capital, ágil por naturaleza y que tiene relativamente pocas restricciones, es el primero en ajustarse y a ese proceso es al que estamos asistiendo. El desencanto que están expresando algunos de los grandes gestores de fondos, que apostaron por la elección de Trump, es una muestra del grado de autoengaño en el que incurren las élites. Scott Bessent, el secretario del Tesoro, que trabajó durante años para el fondo de George Soros y al que los líderes de las finanzas consideraban un freno para los peores instintos del presidente, pronunció el fin de semana una frase típica de todos los demagogos que ha habido en el EE.UU. moderno: «Tenemos una nueva prioridad que es enfocarnos en Main Street (la calle principal) y no en Wall Street». Bessent dice que Trump ha aplicado una cura de humildad a la bolsa y ha evitado una calamidad mayor como la crisis de 2008, afirmación difícil de comprobar. El secretario del Tesoro también dijo que «las cadenas de suministro altamente eficientes no son estratégicamente seguras», una frase que resume perfectamente que la Administración norteamericana ha dejado de guiarse por principios económicos basados en la cooperación y prefiere hacerlo con nociones geopolíticas asentadas en la fuerza. Porque cuando las instituciones no están a la altura del papel que se espera de ella, el camino a la autocracia está expedito. Una de las cuestiones más sorprendentes de estos dos meses de gobierno de Donald Trump es la nula oposición política que han tenido sus decisiones ejecutivas. Está gobernando por decreto, invocando poderes de emergencia que le han sido concedidos por un Congreso que, ante su arrolladora victoria electoral, ha interpretado que su papel es el de obediente correa de transmisión del Ejecutivo. En la práctica, los derechos de las minorías han sido suprimidos. Se rompen así los equilibrios creados por la Constitución de Madison, quien pensaba que el poder debía estar dividido, pero también controlado por contrapesos mutuos para evitar abusos. Unos pocos jueces han cuestionado las decisiones del presidente y han sido atacados inmisericordemente por los seguidores de Trump y él mismo. El hecho de que las calles se llenaran con miles de manifestaciones este fin de semana es una muestra de que la ciudadanía está reaccionando antes que unas instituciones que se han quedado pequeñas.