La muerte de Vargas Llosa estremece y une a España
Madrid. – Los rivales en esta España polarizada hasta el absurdo bajaron sus fusiles en los medios de comunicación para llorar la muerte y recordar la vida del escribidor nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936 y fallecido este domingo en Lima: Mario Vargas Llosa, el último Nobel de Literatura de habla hispana.
La prensa y la televisión, desde la informativa a la de asuntos de frivolidad, la política y del entretenimiento, la cultural y la del corazón, la de pago y la gratuita, toda, sin excepciones, se volcó a la figura “que trascendió su papel de escritor para ser un activista de una forma de ver la vida”
Así lo definió el veterano y prestigioso periodista Miguel Ángel Mellado, creador de suplementos culturales y políticos, cofundador de diarios como El Mundo y El Español, que dice a El Financiero que Vargas Llosa “entró en el alma de los españoles. Nos atrapó a los que amamos las letras ya los que aman el papel cuché”.
Pero fue mucho más que todo eso, “Vargas Llosa fue un personaje en sí mismo, personaje político, un creyente de sus ideas liberales. Muy querido, antes y ahora”.
Sin embargo, dice Mellado, “el personaje del papel cuché acabó comiéndose al del papel de escritor. Fue a vivir al palacete de Isabel Preysler y entró en una contradicción que le flagelaba. Terminó por huir del personaje público y regresó a Perú a morir junto a su familia”.
Isabel Preysler, es “la reina de los corazones y del papel cuché”: se casó con Julio Iglesias -la estrella-, con el marqués de Griñón -el aristócrata-, Miguel Boyer -el político-ministro-, y Vargas Llosa -el Nobel-. Y éste se sintió engullido, atrapado y quizás celoso por la fama de la socialité”, sostiene Miguel Ángel Mellado.
Periódicos españoles enviaron a sus mejores plumas a Lima para reportar todo lo que vieran y oyeran acerca del último coloso del boom latinoamericano en estos días de luto.
“Cuando llegó a abrir el taller por la mañana, Mario se encontró un ramo de flores blancas en la puerta. No había tomado aún ni el primer café y apenas le dio importancia. Pero cuando volvió a salir, ya no estaban las flores y de repente todo cuadró: ‘Pucha, es porque se murió mi tocayo’. El taller donde trabaja Mario Espinosa fue hace no tanto el bar La Catedral, el corazón de una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa, muerto este domingo”, escribió en su párrafo inicial David Marcial Pérez, enviado del diario El País .
Maite Rico, ex corresponsal en México de El País y luego subdirectora de ese diario (ahora articulista de El Mundo), recuerda los años duros del oficio de reportera en el levantamiento zapatista en Chiapas, cuando se le vino encima la izquierda comunista europea por su cobertura crítica de la “guerrilla marxista disfrazada de indigenismo”.
Se encontró a Vargas Llosa en la Feria del Libro en Guadalajara, “no lo conoció a pesar de ser mi compañero de periódico, y no terminó de decirle mi nombre cuando me pegó un tremendo abrazo y me felicitó por mis crónicas. Me sentí completamente reivindicada”, cuenta la periodista.
-¿Qué te enseñó a Vargas Llosa en la larga relación profesional y personal que tuviste con él a partir de ese encuentro?
-Me animó a no dejarme vencer por los sectarios, me ratificó la importancia de nadar contra la corriente.
Cuando Maite Rico y su compañero, el periodista Bertrand de la Grange (corresponsal de Le Monde en México en aquellos años) publicaron el libro “Marcos, la genial impostura”, Vargas Llosa escribió en su columna semanal:
“Este libro transpira cariño y admiración por México, un país cuyo hechizo es, en efecto, difícilmente resistible. Al mismo tiempo, arde en sus páginas una justa indignación para la manera como los sucesos de Chiapas han sido deformados y canibalizados por los irredentos buscadores de Robin Hoods tercermundistas, con quienes aplacar su mala conciencia, distraer el aburrimiento político que les producen las democracias pedestres o saciar su sede de romanticismo revolucionario”.
El periodista necesitaba apoyo y lo recibió de Vargas Llosa, en esa época que, nos dice, “con el derrumbe del comunismo, la caída del Muro, toda la izquierda marxista europea estaba huérfana. Y de pronto aparece una guerrilla marxista en América Latina, cuando ya se habían firmado todos los acuerdos de paz en Centroamérica y los ahora nostálgicos del Muro habían constatado que el sistema que ellos defendían era un auténtico fracaso, el EZLN les daba nueva vida: una guerrilla a la que apoyar. Era un desfile permanente de la izquierda radical europea a Chiapas”.
Recuerda a “Vázquez Montalbán que le llevaba chorizos a Marcos a la Selva Lacandona”.
Vargas Llosa no cejó en su respaldo desde su Piedra de Toque, en El País:
“Hay que agradecer a los periodistas Bertrand de la Grange, de Le Monde , y Maite Rico, de El País , que aporten el más serio documento escrito hasta ahora sobre el levantamiento zapatista, Marcos, la genial impostura, donde, con tanta paciencia como coraje se esfuerzan por deslindar el mito y el embauque de la verdad. Ambos han cubierto los hechos desde el terreno para sus respectivos diarios, conocen de primera mano la endiablada complejidad de la vida política de México y lucen –me quito el sombrero- una independencia de juicio que no suele ser frecuente entre los corresponsales de prensa que informan sobre América Latina”.
Eso se paga caro cuando se va contra la corriente. Bertrand de la Grange perdió su trabajo como corresponsal de Le Monde por lo que Maite Rico llama la presión de “los nostálgicos del Muro”.
Cuando pasó de joven comunista a ferviente liberal, los mismos personajes se ensañaron contra Vargas Llosa:
“Había podido palpar básicamente el odio que llegaron a tenerme los apristas y los comunistas, a quienes mi irrupción en la vida política peruana les desbarató lo que creían un seguro monopolio del poder”, escribió en “El pez en el agua”.
Ese libro, que son sus memorias, ha sido víctima de una “mala interpretación. El pez sería el escritor y la literatura el agua. La burda consigna de zapatero a tus zapatos. No hay tal. Para Mario Vargas Llosa, que cumplió y ha muerto, la literatura y la política coincidían en una exigencia crucial: la verdad. Hasta tal punto crucial que, en su obnubilación quijotesca, creyó incluso verla en las mentiras”, escribió el periodista Arcadi Espadas, en El Mundo.
Diferente es la mirada de una grande de la literatura española contemporánea, Javier Cercas, que dice en El País : “Por lo demás, no hay duda de que, sobre todo en sus últimos años, el Vargas Llosa público –el Vargas Llosa político-, oscureció al Vargas Llosa creador, como a su modo le ocurrió a Víctor Hugo: es lamentable, pero también natural…”.
Héctor Abad Faciolince acompañó a Cercas a una conversación con Vargas Llosa, y con la honestidad intelectual que el escritor colombiano destila en toda su obra (“El olvido que seremos”; “Salvo mi corazón todo está bien), le soltó a bocajarro: “Mario, ¿no crees que las críticas brutales e injustas que recibiste de la latinoamericana por tu alejamiento de la Cuba de Castro y del comunismo te hicieron acercarte demasiado a la ¿derecha?”.
La respuesta fue impecable, por honesta:
“Puede ser”, contestó el Nobel.
“Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido”, dijo Vargas Llosa en su discurso de aceptación del premio Nobel el 7 de diciembre de 2010.
Se entiende y es comprensible su gratitud a España, que hoy llora su muerte y recrea su vida. Pero aquí Javier Cercas, tal vez, vuelva a tener la razón:
“A los 26 años Vargas Llosa publicó La Ciudad y los perros, a los 30 La Casa Verde, a los 33 Conversación en La Catedral. Esto significa que, si Vargas Llosa hubiera muerto con menos de 35 años... no habría habido más remedio que considerarlo uno de los mejores novelistas de nuestra lengua”.