¿Dejando “pasar” el tren del siglo?, por Diego García-Sayán
El aniversario patrio quedó atrás. En el plano político, pasó sin pena ni gloria. Todo gris. Escándalos, homicidios y una mediocridad política sin precedentes. Mientras tanto, ante nuestras narices transita una oportunidad histórica: el proyecto de ferrocarril bioceánico que uniría Brasil con el puerto peruano de Chancay. Una obra que podría redefinir nuestra conexión con el mundo. Y, sin embargo, el gobierno del Perú hasta ahora parece no haber tenido relevancia en la presentación de este plan, realizado entre Brasil y China, por más que el territorio peruano es clave.
Hay varios asuntos fundamentales al respecto.
Primero: este proyecto no es marginal. Nos concierne medularmente. Uniría Brasil con el puerto peruano de Chancay, conectando América del Sur con Asia. No se trata solo de una “idea”, sino de una iniciativa ambiciosa que exige atención estratégica. Quedarse de perfil, o dejar que el plan lo hagan otros, es irresponsable.
Que el gobierno peruano no haya sido “convocado” desde el inicio es cierto. Pero no es lo más relevante: se trata de un diseño en gestación, no de un proyecto cerrado. Lo que importa es que el Perú intervenga antes de que sea demasiado tarde.
Una conexión ferroviaria Brasil–Perú permitiría una integración sudamericana que hoy existe solo en papel. Evitaría que nuestro comercio bilateral siga dependiendo del Canal de Panamá o del Estrecho de Magallanes. Y colocaría al puerto de Chancay como plataforma hacia Asia. Esto exige, además, una política ambiental común para que la inversión no arrase la Amazonía.
De por medio: la integración sudamericana.
Segundo, si bien no es esta una idea nueva, cobra fuerza tras los avances entre Brasil y China. Lo confirmó —con tono diplomático y resignado— el canciller Elmer Schialler: no hubo coordinación ni invitación formal previa. ¿Cómo puede negociarse una obra que pasará por nuestro territorio, usará nuestro puerto y transformará nuestras regiones, sin que el Perú esté en la mesa?
La respuesta es simple y amarga: somos un país sin liderazgo ni estrategia.
No hay justificación para la omisión presidencial. Pero sí una explicación: el Perú actual no tiene proyecto nacional. No pesa en la región ni en el mundo. El gobierno de Dina Boluarte, atrapado en escándalos de relojes de lujo y en una alianza con el Congreso más desprestigiado y corrupto de la historia nacional, solo sobrevive mientras crece el crimen organizado.
Dejar atrás la pasividad.
El gobierno ni siquiera ha articulado una posición elemental sobre el tren. No ha habido equipo técnico, coordinación intersectorial ni presencia diplomática activa. No hay visión. Solo pasividad.
Y, sin embargo, el tren va. China consolida su inversión en el megaproyecto de Chancay. Y Brasil empuja su salida al Pacífico. Si el Perú no reacciona, el proyecto se diseñará sin nosotros. Y se construirá sobre nosotros, dejándonos como un simple territorio de paso.
El resultado sería claro: ser solo un pasadizo.
No más improvisación
El país no puede seguir como mero espectador ante decisiones que definirán su lugar en el mapa económico y geopolítico por décadas. Este tren puede ser motor de una integración sudamericana verdadera... o el último vagón en nuestra larga historia de desidia y oportunidades perdidas.
¿Permitiremos que el gobierno del maquillaje y las cirugías estéticas también desperdicie esta oportunidad? La cuestión no es si estamos “invitados”, sino que el Perú tiene capacidad de convocar. Está ante la responsabilidad histórica de hacerse escuchar. Pero para eso se necesita lo esencial: Estado con cabeza, visión y coraje.
Por eso propongo —y reitero— que el gobierno cree de inmediato una Comisión Nacional de Alto Nivel, integrada por expertos en infraestructura, logística, medio ambiente, relaciones internacionales, representantes regionales y del sector privado. Con mandato claro: analizar el proyecto, coordinar con socios y formular una posición técnica, informada y con visión de futuro. El Perú debería tener protagonismo y liderazgo, como sí lo ha tenido en el pasado.
No se trata de decir sí o no, sino de generar respuestas a cinco preguntas fundamentales:
- ¿Qué trazado es viable desde el punto de vista ambiental y social?
- ¿Cómo se garantiza que poblaciones amazónicas y andinas no sean arrasadas por una lógica extractivista?
- ¿Cómo se integra este ferrocarril con nuestras redes logísticas y productivas?
- ¿Qué beneficios concretos nos traerá, más allá de ser “puente”?
- ¿Cómo aseguramos soberanía en decisiones clave si la obra se financia con capital extranjero?
Si no actuamos ya, volverá a pasar lo de siempre: solo veremos cómo pasa el tren.