Fernando Tola: ¿qué idioma se habla en el cielo?
Escribe: Eduardo González Viaña
Cuando pasé de la Universidad de Trujillo a la de San Marcos, continué mi carrera de Derecho, pero, al mismo tiempo, tomé estudios de latín y literatura griega, entre otros tópicos.
Creo que estudié latín y griego para asegurarme de que, en la otra vida, seré bien recibido y hablaré la lengua de los ángeles.
Otra razón puede ser que vivía la guerra de Troya con mayor intensidad que una conflagración mundial contemporánea y que estaba interesado por el destino de los reyes griegos luego de diez años de combatir y de vencer frente a las murallas vetustas de Ilión.
Más justo es confesar que estaba deslumbrado por las clases de Fernando Tola. En esos momentos, el profesor leía con nosotros Agamenón, la inmortal tragedia de Esquilo.
Nada nos parecía tan trascendente como esta tragedia escrita hace 2500 años. Luego de una década, se había terminado en Troya una verdadera guerra del mundo. Agamenón, rey de Argos, volvía victorioso a casa. Sin embargo, no sabía que Clitemnestra, su esposa, planeaba matarlo ni que Egisto, el amante, se estaba ya probando la corona del reino griego.
Mientras las naves del rey traicionado se retrasaban en la mar, el Coro nos advertía que todo esto estaba a punto de ocurrir.
Queríamos dejar a un lado las voces lastimeras del corifeo y entrar de lleno en la trama, pero nuestro profesor nos obligaba a volver páginas atrás y a comparar la traducción castellana con lo expresado en el griego clásico, así como a analizar, en medio de un asombroso alfabeto, los cambios emocionales de quienes nos relataban la historia.
No sabíamos cuándo íbamos a conocer la verdadera suerte de Agamenón ni cuándo pasaríamos a Las Coéforas ni a Las Euménides, las otras obras de la trilogía.
Estuve a punto de no saberlo nunca porque un doloroso acontecimiento familiar me obligó a regresar a la Universidad de Trujillo.
Edgardo Rivera Martínez dijo que Tola tenía el don de lenguas. Se refería al hecho de que Tola había entregado su larga vida al estudio de las culturas de Oriente y al cultivo de las lenguas del latín al pali y del griego al tibetano. Además de ellos, los idiomas modernos con los que trabajó fueron: chino, japonés, inglés, alemán, italiano, portugués y, por cierto, castellano.
Entre las hazañas de este peruano genial destaca haber sido reconocido como la autoridad académica mundial en lengua sánscrita, a pesar de no haber tenido un maestro para estudiar la antigua lengua clásica de la India.
En el Perú, como profesor de San Marcos, fundó el Instituto de Lenguas y Culturas Orientales para introducir en los misterios del mundo antiguo a estudiantes peruanos y extranjeros que estaban en busca de un gurú. Con ellos, llegó Carmen Dragonetti, una filóloga argentina, quien se convertiría en su esposa, en su colaboradora y en una investigadora tan tenaz como él.
¿Por qué es tan importante este genio peruano? En el Perú, poca gente lo sabe. En todo el mundo académico, lo es porque ha descifrado y traducido los libros sagrados budistas e hinduistas. Para afrontar esa tarea descomunal tuvo que manejar con soltura sánscrito, pali, hindi, así como chino y japonés de siglos diferentes.
En la tragedia, ¿qué le ocurrió a Orestes, el héroe griego?
Lejos de mi asombroso maestro, que aparecía tan pronto en la India como en Buenos Aires o en algún rincón de Europa, tuve que leerme solo toda la Orestíada y el resto de tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, así como entender los movimientos pasionales de sus personajes y los caprichos de los dioses.
Como todos recordarán, Orestes vengará a su padre, pero será perseguido por las furias. Al final se presentará en Atenas ante el tribunal que debe juzgarlo. Nunca entendí lo que pasó después.
Cuando el sabio tenía 101 años, lo entrevistaron. En el video -que está en Youtube- el Dr. Tola luce tan joven y despierto que apenas parece el hermano mayor de su sobrino nieto, Raúl Tola. Quizás por eso, cuando Raúl me estaba entrevistando en la televisión sobre alguno de mis libros, se me ocurrió preguntarle por el destino de Orestes y el veredicto del tribunal de Atenas.
-¡Cómo! ¿Qué dices?
Y yo cambié la conversación.