Bukele: el dictador que interpela nuestra contienda presidencial
La decisión del Congreso de El Salvador de permitir la reelección indefinida de Nayib Bukele constituye la consolidación de una arquitectura dictatorial que ya no parece considerar necesario disfrazarse de democracia. Bukele ha logrado en un quinquenio, además de la presidencia, el control casi total de los poderes del Estado. En una escena más propia de regímenes caudillistas que de países democráticos, 57 diputados oficialistas -de un total de 60- tramitaron en cuestión de horas una reforma constitucional que, entre otras medidas, elimina la segunda vuelta y sincroniza todas las elecciones bajo su influencia. Cuando la votación se produjo, fuegos artificiales pagados por el propio gobierno iluminaron el cielo de San Salvador.
Pero este nuevo acto de concentración de poder no es un capricho jurídico de última hora, sino parte de un proceso largo y llega inmediatamente después de una ofensiva represiva que ha forzado al exilio a decenas de periodistas, activistas y defensores de derechos humanos. Entre ellos, la reconocida abogada Ruth López, crítica del gobierno y denunciante de casos de corrupción, quien fue detenida en una de las recientes redadas donde la dictadura de Bukele no necesita que haya instituciones que eleven cargos ni un proceso formal para encarcelar personas. Envalentonado, además, por la bendición recibida de Donald Trump, Bukele ha hecho de la persecución política un mecanismo de gobierno. Así, el ejercicio del poder en El Salvador se ha vuelto inseparable de la represión: quien disiente, paga el precio.
Hoy, si antes quedaba alguna duda, podemos decir que es muy obvio que El Salvador es una dictadura. Lo inquietante es que esta dictadura es no solo omitida por algunos sectores políticos chilenos, sino reivindicada. Cuando el candidato presidencial José Antonio Kast afirmó en abril del año pasado que “necesitamos más Bukele y menos Boric”, no solo expresaba una preferencia política, sino una peligrosa nostalgia pinochetista por el orden sin democracia ni instituciones. Más preocupante aún es que este modelo empiece a permear propuestas concretas: Evelyn Matthei ha incorporado a su plan de seguridad, anunciado hace dos días, a Andrés Guzmán, un exasesor carcelario de Bukele, el mismo que semanas antes quiso reclutar Johannes Kaiser. ¿Qué es lo que están diciendo realmente estos guiños a Bukele? ¿Les exigirán a estos candidatos en las próximas entrevistas periodísticas que se pronuncien, así como se hace con candidatos de otros sectores políticos sobre otras situaciones en el continente?
Hay pruebas documentales, informes y denuncias de sobra. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la Federación Internacional por los Derechos Humanos, entre otros, han emitido informes detallados sobre las violaciones a los derechos humanos y a la democracia en El Salvador. Solo no ve quien no quiere ver. El silencio, o peor aún, la fascinación con Bukele, debiera encender las alertas democráticas en Chile. Pero vamos a ver cómo va a reaccionar el sistema político-mediático nacional: si haciendo una exigencia de principios básicos de adhesión a la democracia, ya que en nuestros propios candidatos presidenciales ha habido expresiones de reivindicación al dictador salvadoreño, o si como una mera noticia internacional que supuestamente no tiene nada que ver con nosotros.