«Contra el Noi de Sucre se había atentado ya tres veces. Las dos primeras logró escapar ileso. Últimamente, había recibido un mensaje anónimo en el que se le anunciaba que, en una reunión celebrada por elementos de estos sindicatos, se había acordado la muerte de varias personas y, entre ellas, de Seguí. Durante el mandato del general Martínez Anido [gobernador civil de Barcelona] había estado confinado en la Mola. Es curioso que de los que fueron enviados a esta prisión-fortaleza de Menorca, ocho han caído ya en las calles de Barcelona». La noticia fue publicada en ABC el 13 de marzo de 1923, tres días después del asesinato de Salvador Seguí. Desde entonces, la figura de este líder anarcosindicalista, cuya muerte causó una gran conmoción en la época, sigue estando todavía de actualidad. En las últimas décadas ha recibido numerosos homenajes y los monumentos que le han dedicado en Cataluña ha sido objetivo de actos vandálicos. Hace dos años, en el centenario de su muerte, salía a la luz una novela inédita y desconocida del conocido como 'Noi del Sucre' ('Chico del azúcar') titulada 'El optimismo de Silverio Salgado'. Fue publicada dentro de una antología de los textos de su autoría. A pesar de ello, no todo el mundo conoce hoy a Seguí. ¿Qué importancia tuvo hace un siglo para que todavía hoy siga siendo objeto de amores y recelos? Su historia comienza en el Lérida, en 1887, donde vivió su infancia en aquella España de la Restauración marcada por el conflicto social y los continuos cambios de Gobierno que pactaban los dos principales partidos. Los enfrentamientos callejeros, incluso entre colectivos afines, eran el pan de cada día en aquellos primeros día de los movimientos obreros y sus luchas por conquistar derechos y mejoras salariales. La fractura social era tan grande que el país vivió amenazado por el estallido de una guerra civil hasta 1936. Así lo demuestran los asesinatos de los presidentes José Canalejas , en 1912, y el de Eduardo Dato , en 1921, que fueron acribillados a plena luz del día en la Puerta del Sol y la Puerta de Alcalá, respectivamente, por anarquistas . El de Salvador Seguí fue, sin duda, uno de los crímenes más importantes de la época. Un año después, ABC lo incluía entre los 'Muertos más notables de 1923' , junto al presidente de Estados Unidos, Warren G. Harding; el expresidente del Gobierno de España, Manuel Allendesalazar; el pintor Joaquín Sorolla o la actriz Sarah Bernhardt, una de las más aclamadas del mundo a finales del siglo XIX y principios del XX. En la edición republicana de este diario todavía se le recordaba en 1937, en plena Guerra Civil, como «una gran figura del sindicalismo español» y una fotografía a toda página. De hecho, en 1983, la placa conmemorativa colocada por el Sindicato de Cuadros de Cataluña, con motivo del 60 aniversario de su muerte, fue destruida poco tiempo después de su inauguración. En el lugar donde se hallaba, aparecieron pintadas las iniciales de la CNT y la siguiente reivindicación: «Seguí era anarquista y no nacionalista», como si el enfrentamiento siguiera vigente. Desde entonces se le han dedicado también una plaza y una fundación en la Ciudad Condal y su vida se ha contado hasta en novelas históricas como 'Apóstoles y asesinos: vida, fulgor y muerte del Noi del Sucre' (Galaxia Gutenberg, 2016), de Antonio Soler. Lo cierto es que Seguí fue un importante dirigente de la CNT que buscaba la transformación radical de la sociedad. El sustento se lo ganó como pintor, la profesión que ejerció toda su vida, a pesar de haber dado rienda suelta a sus inquietudes políticas desde muy joven. Abrazó, sobre todo, las ideas libertarias y de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia. De ahí que propulsara la formación y la educación de las clases obreras como sus principales armas. Fue igualmente presidente del Ateneo Sindicalista e impulsor de la organización y el diario 'Solidaridad Obrera'. Y, a pesar de haber sufrido dos atentados antes de su asesinato, se opuso muchas veces a las acciones más violentas llevadas a cabo por sus compañeros de la CNT. Eso no implica que no fuera un luchador convencido. Fue detenido en diversas ocasiones a causa de su actividad anarcosindicalista, como ocurrió en la huelga de La Canadiense de 1919 y cuando fue deportado al castillo de la Mola junto con Lluís Companys y otros sindicalistas en noviembre de 1920. Se trataba de la prisión-fortaleza de Mahón, donde fueron a parar los disidentes políticos de la Restauración. Véase, los independentistas cubanos y filipinos, los militares rebeldes, los republicanos y, por supuesto, los socialistas, comunistas y libertarios. Más tarde, la misma cárcel albergó a franquistas y simpatizantes del golpe de Estado. En 1930, el diario 'El Sol' publicó 'España bajo la dictadura, siete años sin ley' , una monografía en la que se analizaba el golpe de Estado de Primo de Rivera y la guerra entre la CNT y los Sindicatos Libres carlistas en aquella Barcelona de pistolas y huelgas. El texto decía: «Ya en febrero de 1923, apenas iniciada la política social que se proponía realizar el nuevo Gobierno, pudieron regresar a Barcelona muchos de los sindicalistas que habían huido durante la época del Gobierno conservador. Como era lógico, los [anarquistas] más exaltados creyeron que llegaba la ocasión de tomar represalias contra sus competidores de los Sindicatos Libres. El vicepresidente de uno de estos, José Martín Arbonés, empleado del Banco Hispano Americano, fue la primera víctima de esta nueva etapa de terror. Aquel mismo día fue asesinado también un obrero que estaba tranquilamente sentado en un bar de la calle de Vilamarí. A partir de ese momento, la lucha entre ambos sindicatos y los planes de exterminar a los patronos alentados por pistoleros profesionales llegaron a extremos de crueldad que no habían sido superados hasta entonces». A continuación, explicaba: «A los pocos días, el 10 de marzo, marchando a las siete y media de la tarde por la calle de la Cadena, el 'Noi del Sucre' y un obrero que lo acompañaba fueron tiroteados. Seguí quedó muerto. Tenía este suceso enorme importancia, no solo por la significación excepcional de la víctima, sino porque, no habiendo duda sobre la calidad de los agresores (aunque, como de costumbre, ninguno fue aprehendido), revelaba el designio de los Sindicatos Libres de no cesar la contienda. El propósito de tomarse cada cual la justicia por su mano o de imponerse a los demás con amenazas de muerte, se expresaba ya antes en escritos y discursos públicamente como si fuera lícito». En marzo de 1923, un manifiesto suscrito por un grupo de obreros reflejaba el mismo ambiente: «De nuevo recibe la ciudad de Barcelona el borrón maléfico del terrorismo, trágica pesadilla del pueblo barcelonés en época no tan lejana. De nuevo las organizaciones proletarias pretenden imponer sus reformas por el sistema del terror. De nuevo los chulos de la ciudad quieren justificar su jornal utilizando como herramienta la pistola y, como trabajo, el asesinato a traición». Cien años después, la figura de Salvador Seguí sigue levantando ampollas. Hace dos años, el Ministerio de Defensa denegó a la CGT que utilizase las instalaciones de La Mola para homenajear al líder anarquista en el centenario de su asesinato. Cuando el sindicato solicitó el permiso, la respuesta fue que la cesión de las instalaciones al Consorcio del Museo Militar de Menorca y Patrimonio Histórico-militar «se hizo con el objetivo de promover el desarrollo y difusión de actividades tendentes al conocimiento y promoción de la historia y cultura, en especial la militar, [...] y se considera que las características del evento no se ajustan a tales objetivos».