Un año después de la sangrienta revuelta, Bangladesh está lejos de la estabilidad política
Abdur Rahman Tarif hablaba por teléfono con su hermana Meherunnesa cuando, de repente, la voz al otro lado de la línea se silenció.
En ese momento, Tarif supo que algo malo había ocurrido. Corrió a casa, esquivando los tiroteos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes en las calles de Daca. Al llegar, encontró a sus padres atendiendo a su hermana, que sangraba.
Una bala perdida había impactado en el pecho de Meherunnesa mientras ella estaba de pie junto a la ventana de su habitación, contó Tarif. Fue llevada a un hospital, donde los médicos declararon su muerte.
Meherunnesa, de 23 años, fue asesinada el 5 de agosto del año pasado, el mismo día en que la entonces primera ministra de Bangladés, Sheikh Hasina, se vio obligada a huir del país tras una masiva revuelta liderada por estudiantes, que puso fin a sus 15 años en el poder. Para muchos en Bangladés, la caída de Hasina fue motivo de celebración. Tres días después, el premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus asumió el liderazgo del país como jefe de un gobierno interino, prometiendo restaurar el orden y convocar nuevas elecciones tras realizar las reformas necesarias.
Un año después, el país sigue lidiando con las secuelas de aquella violencia, y Hasina enfrenta ahora un juicio por crímenes de lesa humanidad, en ausencia, desde su exilio en India. Pero pese al derramamiento de sangre y las vidas perdidas, muchos afirman que el sueño de un Bangladesh mejor —con una democracia liberal, tolerancia política y armonía religiosa y comunitaria— sigue siendo difícil de alcanzar.
“La esperanza de los miles que se enfrentaron a una violencia letal hace un año al oponerse al régimen abusivo de Sheikh Hasina para construir una democracia respetuosa de los derechos humanos sigue sin cumplirse”, dijo Meenakshi Ganguly, subdirectora para Asia de Human Rights Watch, organización con sede en Nueva York.
Cambio estancado
El movimiento antigubernamental en Bangladés tuvo un alto costo. Cientos de personas —en su mayoría estudiantes— murieron durante las protestas. Manifestantes furiosos incendiaron estaciones de policía y edificios gubernamentales. Los enfrentamientos entre opositores políticos fueron frecuentes, en algunos casos con asesinatos brutales.
Como muchos bangladesíes, Tarif y su hermana participaron en la revuelta, con la esperanza de lograr un cambio político más amplio, especialmente después de que uno de sus primos muriera a manos de las fuerzas de seguridad.
“No podíamos quedarnos en casa y queríamos que Sheikh Hasina se fuera”, dijo Tarif, de 20 años. “En última instancia, queríamos un país sin discriminación ni injusticia”.
Hoy, sus esperanzas están destrozadas. “Queríamos un cambio, pero ahora estoy frustrado”, lamentó. Tras asumir el poder, el gobierno de transición liderado por Yunus formó 11 comisiones de reforma, incluida una de consenso nacional que trabaja con los principales partidos políticos para planificar futuros gobiernos y procesos electorales.
Sin embargo, los partidos políticos siguen sin ponerse de acuerdo sobre el calendario y el procedimiento para las elecciones. La violencia callejera, los ataques políticos entre partidos rivales y la hostilidad contra los derechos de las mujeres y los grupos minoritarios vulnerables por parte de sectores religiosos extremistas han aumentado.
Algunos de los abusos que marcaron el gobierno de Hasina —como las desapariciones forzadas generalizadas— parecen haber cesado, según grupos de derechos humanos. No obstante, acusan al nuevo gobierno de recurrir a detenciones arbitrarias contra presuntos opositores, en su mayoría simpatizantes de Hasina, muchos de los cuales han tenido que esconderse.
El partido de Hasina, la Liga Awami, que sigue prohibido, afirma que más de una veintena de sus seguidores han muerto bajo custodia en el último año.
En un comunicado del 30 de julio, Human Rights Watch señaló que el gobierno interino “no está cumpliendo con su difícil agenda de derechos humanos”. La organización denunció que las violaciones contra grupos étnicos y otras minorías continúan en algunas regiones del país.
“El gobierno interino parece estancado, lidiando con un aparato de seguridad sin reformar, grupos religiosos violentos y partidos políticos más enfocados en vengarse de los partidarios de Hasina que en proteger los derechos de los bangladesíes”, afirmó Ganguly.
La oficina de Yunus rechaza habitualmente estas acusaciones.
Creciente incertidumbre política
Bangladés también enfrenta una creciente incertidumbre respecto al retorno de elecciones democráticas.
Yunus mantiene una disputa con el Partido Nacionalista de Bangladés (BNP), ahora principal aspirante al poder. Este partido, liderado por la ex primera ministra Khaleda Zia, exige elecciones en diciembre o febrero del próximo año. Yunus ha dicho que podrían celebrarse en abril.
El gobierno interino también ha facilitado el resurgimiento de los islamistas, que estuvieron bajo fuerte presión durante el régimen de Hasina. Mientras tanto, los líderes estudiantiles que encabezaron la revuelta han formado un nuevo partido político. Este grupo exige reescribir la Constitución si es necesario, y ha declarado que no permitirá elecciones sin reformas profundas.
Por otra parte, muchos islamistas radicales han escapado de prisión o han sido liberados, y el partido Jamaat-e-Islami —el mayor grupo islamista del país, con un pasado controvertido— ahora aspira a formar parte del gobierno. A menudo critica duramente al BNP, equiparándolo con la Liga Awami de Hasina, y recientemente realizó un multitudinario mitin en Daca como demostración de fuerza. Los críticos temen que un mayor peso de las fuerzas islamistas fragmente aún más el panorama político de Bangladés.
“Cualquier ascenso de los islamistas demuestra que en el futuro Bangladés podría radicalizarse, y que esas fuerzas llamadas ‘disciplinadas’ podrían actuar como catalizadores contra las corrientes liberales y moderadas”, advirtió el analista político Nazmul Ahsan Kalimullah.
También hay dudas sobre si el gobierno será realmente capaz de implementar reformas.
“La gente esperaba que el gobierno de Yunus se centrara exclusivamente en reformar el proceso electoral. Pero ahora, parece una oportunidad perdida”, añadió Kalimullah.
Una población frustrada
Para algunos, poco ha cambiado en el último año. El padre de Meherunnesa, Mosharraf Hossain, aseguró que la revuelta no fue solo por un cambio de gobierno, sino que simbolizaba frustraciones más profundas. “Queremos un nuevo Bangladés… Han pasado 54 años desde la independencia, y aún no hemos alcanzado la libertad”, dijo.
Tarif coincidió con su padre y añadió que no está satisfecho con la situación actual del país.
“Quiero ver un nuevo Bangladés como un lugar donde me sienta seguro, donde las fuerzas del orden cumplan correctamente con su deber, y ningún gobierno recurra a desapariciones forzadas ni asesinatos como antes. Quiero tener el derecho a hablar con libertad”, concluyó.