El régimen de Bukele se torna una dictadura
El Parlamento salvadoreño —de mayoría oficialista— aprobó una reforma constitucional en tiempo récord. Se trata de un paquete de reformas constitucionales exprés que elimina el límite a la reelección presidencial y extiende el mandato de cinco a seis años. Además, suprime la segunda vuelta electoral y adelanta los próximos comicios.
Todo ello se hizo sin debate público ni rendición de cuentas, lo que consuma así el desmantelamiento de la democracia salvadoreña.
En ese sentido, lo aprobado el 31 de julio no es una simple reforma, sino que es la legalización de un modelo autoritario que Bukele ha venido construyendo con cálculo desde 2019. Hoy, ha dejado de simular el más mínimo respeto por las formas democráticas: es, a todas luces, un dictador.
Como sucedió en Nicaragua con Daniel Ortega, El Salvador ha visto desaparecer de forma progresiva todos los contrapesos institucionales. No queda Parlamento que se le oponga ni Corte que lo limite ni prensa que pueda fiscalizar sin ser acosada. En este vacío institucional, la figura presidencial se convierte en centro absoluto del poder, mientras la disidencia es tratada como delito. Así opera este populismo de clickbait: primero descalifica, luego neutraliza y finalmente arrasa.
No se trata de una amenaza distante. En el Perú, varios aspirantes al Congreso y a la presidencia elogian sin reservas el modelo salvadoreño. Lo presentan como símbolo de orden, eficiencia y coraje, cuando en realidad se trata de una demolición sistemática de las reglas del juego democrático. Bukele es el espejo en el que muchos autoritarios latinoamericanos se miran con admiración, y también el camino que varios pretenden seguir, apelando al hartazgo ciudadano para justificar la concentración del poder.
Los peruanos debemos estar alertas. El camino que traza Bukele —una dictadura que se aprovecha del miedo, la inseguridad y las carencias de su pueblo— es perfectamente replicable. Es el mismo libreto de los autoritarismos que devastaron la región en el pasado, ahora reeditado con narrativa seductora y lenguaje de trol digital. Una que elimina la ética y el bien común por la competencia voraz y la ausencia de reflexión alturada.
Por eso, más allá de lo que ocurre en El Salvador —que la comunidad internacional democrática debe denunciar sin ambigüedades—, lo que está en juego hoy es el futuro institucional de América Latina. Son tiempos de resistencia cívica y de defensa activa de los valores republicanos. Porque el autoritarismo ya no llega en tanques: hoy se maquilla de éxito, se impone por ley y se disfraza de salvación.