Guerra contra el terrorismo en el Congo: "A estos los ejecutaremos por la mañana"
La lucha contra el terrorismo islámico en República Democrática del Congo sigue dinámicas diferentes a las observadas en Somalia o en el Sahel. En esencia, mientras que Somalia y el Sahel son escenario de coaliciones internacionales (Unión Europea, Francia, Rusia, Estados Unidos, etc.), en el este de RDC, que es donde opera el grupo conocido como las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF por sus siglas en inglés), no pueden encontrarse colaboraciones de este tipo. Únicamente el ejército congoleño y el ugandés hacen frente a la amenaza.
Tiene un ápice de sentido. Somalia y el Sahel suponen territorios estratégicos donde la expansión de los grupos terroristas hace peligrar las operaciones económicas globales. Sin embargo, en el este de RDC, una maraña de árboles donde operan más de 100 grupos armados, las ADF suponen un grupo más, otro número que masacra a la población civil sin haber interferido nunca en los negocios mineros que se mantienen en la zona. El estatus quo entre las ADF y las compañías mineras tiene los límites establecidos al milímetro; y la muerte de decenas de civiles todos los meses no parece razón suficiente para levantar las alarmas de la comunidad internacional.
Una guerra oculta en la selva
En la guerra que libran ugandeses y congoleños contra los terroristas de las ADF no hay cámaras de televisión que alumbren las escenas. En redes sociales no pueden encontrarse centenares de expertos, como ocurre con Ucrania u Oriente Medio, ni le dedican los noticieros valiosos minutos. Es una guerra como tantas del continente africano, como se veían las guerras antes de la década de 1990. Se ve en diferido.
El pasado mes de julio, 49 personas fueron asesinadas en una iglesia de la provincia de Ituri, pero no sería hasta pasados varios días que se difundieron las imágenes de la masacre: cuerpos amontonados en el interior del templo, y luego jóvenes decapitados y con las manos atadas a la espalda que fueron llevados fuera, por razones desconocidas, antes de ser ejecutados, mientras sus esposas y sus hermanos eran asesinados a machetazos dentro de la iglesia.
Los famosos del mundo no lanzan campañas en favor de estas víctimas, ni lanzan los aviones del ejército español paquetes de alimentos que les permitan sobrellevar su tragedia. Es una guerra casi silenciosa. Y esto permite que los enfrentamientos, cuando ocurren, sean de una violencia espectacular.
Muhoozi Kainerugaba, primogénito del presidente de Uganda y jefe del ejército ugandés, comunica esta brutalidad sin límites. En su cuenta de X publicó a lo largo del fin de semana una serie de imágenes estremecedoras, que luego fueron eliminadas. La primera mostraba a un joven, aparentemente menor de edad, con la camiseta levantada a la altura del ombligo para que pudiera verse los agujeros de las balas en su estómago.
Kainerugaba celebraba su muerte: "Se creen muy listos". La siguiente imagen que compartió mostraba a tres hombres maniatados y con los ojos vendados, sentados en el suelo y rodeados por la selva. La determinación del líder del ejército de Uganda quedaba clara en el texto que acompañaba a la imagen: "A estos los ejecutaremos por la mañana".
El instinto, que sufre al razonar, puede aplaudir esta firmeza a la hora de tratar con supuestos terroristas. Esta es una guerra sin normas. Aunque asesinar a prisioneros sin garantizarles un juicio justo, incluso tratándose de los mismos terroristas que asesinaban sin piedad a los civiles de la iglesia, constituye una grave violación del Derecho Internacional Humanitario, concretamente del artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. También actúa en contra de la Convención Africana sobre los Derechos Humanos y de los Pueblos.
Un círculo de violencia
Los terroristas entran en la iglesia, asesinan a machetazos; los militares buscan a los terroristas, los cazan, los ejecutan por la mañana; los terroristas atacan una nueva iglesia; los militares ejecutan a otros terroristas que se creían muy listos. Los terroristas participan en masacres indiscriminadas, asesinatos con machetes, secuestros, ataques a escuelas e iglesias, reclutamientos forzado... y el ejército ugandés (UPDF) es acusado de ejercer violencia contra civiles, promover ejecuciones extrajudiciales, torturas, reclutamiento de menores y de destruir hogares. Es la dinámica de una guerra como las de antes. Sin normas ni voces que se indignen.
Un informe publicado por Amnistía Internacional durante el desarrollo de las operaciones antiterroristas conjuntas entre Uganda y República Democrática del Congo en 2021 dictaminaba que "tanto el ejército congoleño como el ugandés tienen un historial de violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario en la zona, y rara vez han rendido cuentas. En 2005, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que el ejército ugandés violó el derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos durante su intervención militar en la República Democrática del Congo entre 1998 y 2003, incluyendo la falta de protección a la población civil, la comisión de asesinatos y torturas de civiles y la destrucción de aldeas".
Es una guerra sucia. Llena de odio. Los seguidores de Kainerugaba aplauden en X de una forma similar a como se imagina que lo harán los terroristas de las ADF después de haber cometido alguna de sus masacres. Cuando las guerras no se ven, tampoco se juzgan. Y cuando no se juzgan, se repiten. A machete o por las redes sociales.