El ejército más grande de Europa fue derrotado en 1812 y ahora se sabe que no fue por el invierno, sino por dos infecciones devastadoras y piojos
Pesadilla rusa - El consumo de alimentos contaminados y la falta de agua potable desataron brotes de fiebre paratifoidea y fiebre recurrente, mientras la ropa infestada de piojos facilitaba el avance de las infecciones entre los soldados más debilitados
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Avanzaban entre columnas de polvo, uniformes deshilachados y caballos famélicos. La carga más multitudinaria jamás organizada en Europa se adentraba en territorio ruso, cruzando bosques ennegrecidos, aldeas vacías y pantanos convertidos en lodazales. Las botas se deshacían con cada paso, el idioma de mando cambiaba de un batallón a otro y el frío comenzaba a calar en los huesos.
Más de medio millón de hombres cruzaron la frontera en junio de 1812 bajo el mando de Napoleón Bonaparte, pero el despliegue más ambicioso del siglo XIX acabó disolviéndose sin alcanzar sus objetivos estratégicos.
Las enfermedades intestinales y los parásitos comenzaron a debilitar al ejército antes incluso de llegar a Moscú
El avance inicial de la Grande Armée generó una sucesión de retrocesos por parte de los mandos rusos, que evitaron cualquier combate directo y optaron por retirarse hacia el interior. Esta táctica obligó a los soldados de Napoleón a penetrar cada vez más lejos en territorio enemigo, mientras las aldeas quedaban reducidas a cenizas y las fuentes de abastecimiento desaparecían. El zar Alejandro I había ordenado una estrategia de tierra quemada. Las tropas rusas destruían los cultivos y vaciaban las poblaciones antes de retirarse, complicando aún más la logística de un ejército que dependía en gran parte del saqueo local para alimentarse.
A medida que avanzaban hacia Moscú, los soldados comenzaron a debilitarse por la falta de agua potable, las enfermedades gastrointestinales y el agotamiento físico. El médico militar J.R.L. de Kirckhoff, que acompañaba a las tropas napoleónicas, explicó en sus escritos que “en casi todas las casas, desde Orcha hasta Wilna, encontramos grandes barriles de remolachas saladas... que comimos y bebimos su jugo cuando teníamos sed, lo que nos afectó gravemente e irritó mucho el tracto intestinal”. La fiebre paratifoidea, causada por el consumo de alimentos contaminados, podría haber comenzado a circular en ese momento.
Los síntomas descritos por Kirckhoff incluían diarrea, vómitos, dolores abdominales y fiebre prolongada. En paralelo, los uniformes infestados de piojos crearon el ambiente perfecto para la propagación de la fiebre recurrente. Esta infección, provocada por la bacteria Borrelia recurrentis, se transmite a través de estos parásitos y debilita progresivamente a quienes la sufren mediante ciclos de fiebre intermitente, debilidad generalizada y dolores articulares. Ambas enfermedades fueron identificadas recientemente gracias al análisis de ADN antiguo extraído de restos dentales hallados en una fosa común en Vilna, actual Lituania.
Un análisis genético moderno ha revelado el papel real de las infecciones en la retirada de Moscú
El estudio, realizado por investigadores del Instituto Pasteur y la Universidad de Tartu, localizó secuencias genéticas de Salmonella enterica (linaje Paratyphi C) y Borrelia recurrentis en seis de los trece individuos analizados. Las muestras proceden de un enterramiento masivo que contenía los cuerpos de soldados fallecidos en el contexto de la retirada de Moscú.
Según detallan los autores en el repositorio científico bioRxiv, “nuestro estudio confirma la presencia de dos patógenos previamente no documentados en este episodio histórico, aunque el análisis de un mayor número de muestras será necesario para comprender la dimensión total del brote”.
La retirada comenzó el 19 de octubre, cuando Napoleón ordenó volver sobre sus pasos tras comprobar que Alejandro I se negaba a negociar la rendición. Moscú había ardido en llamas días después de la entrada de las tropas francesas, y la ciudad no ofrecía ni cobijo ni suministros. El emperador francés permaneció allí un mes esperando una respuesta diplomática que nunca llegó. Cuando partió, las temperaturas habían comenzado a caer y el terreno ya había sido esquilmado por su propio ejército en el camino de ida.
El cruce del río Berézina en noviembre supuso el punto más crítico de la retirada. Las tropas rusas hostigaban a los rezagados, los campesinos armados atacaban los convoyes y las enfermedades continuaban extendiéndose entre los supervivientes. Los ingenieros del ejército improvisaron puentes para cruzar el río bajo fuego enemigo. Miles de soldados murieron ahogados, congelados o asesinados mientras intentaban huir. La escena quedó grabada en numerosos testimonios y diarios, como el del propio Kirckhoff, que dejó constancia del colapso físico y mental de sus compañeros.
La investigación descarta al tifus como causa principal y confirma la complejidad sanitaria del desastre
La investigación genética actual no halló restos de Rickettsia prowazekii, el agente del tifus epidémico, que se había considerado tradicionalmente el causante principal de la mortandad. Tampoco se detectaron rastros de Bartonella quintana, responsable de la fiebre de las trincheras. Según explican los responsables del estudio, su metodología, basada en un enfoque metagenómico, permite identificar el conjunto completo de ADN presente en una muestra, sin limitarse a los patógenos conocidos de antemano. Esto refuerza la fiabilidad del hallazgo, aunque también obliga a ser prudentes con las conclusiones generales.
En total, de los más de 500.000 hombres que cruzaron la frontera al inicio de la invasión, apenas unos 30.000 lograron regresar con vida a territorio francés. La mayoría falleció por causas que combinaban inanición, infecciones, heridas no tratadas y agotamiento extremo. Las enfermedades descritas en el nuevo estudio no actuaron solas, pero sí contribuyeron a agravar el estado de un ejército ya colapsado por su propia ambición logística. Aquel ejército invencible terminó arrastrando los pies entre la nieve, sin fuerza ni rumbo. Y entre barriles de remolacha fermentada y costuras llenas de piojos, también dejó una lección que sigue enterrada junto a sus dientes.