Pablo Díaz, sobreviviente de La noche de los lápices: “Nuestra historia tiene que ver con el presente”
La madrugada del 16 de septiembre de 1976 la vida de varios estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata, Argentina, cambió para siempre. Las garras de la dictadura golpearon sus puertas. Claudio de Acha, María Claudia Falcone, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y María Clara Ciocchini nunca más volvieron y, junto a otros 226 adolescentes, permanecen desaparecidos. Otros, como Pablo Díaz, luego de estar largos años en manos del horror, pudieron ver nuevamente la luz del sol y dedicar su vida a la perseverancia de la memoria, la verdad y la justicia.
La serie de secuestros llevados adelante la madrugada del 16 de septiembre y días posteriores por parte de la dictadura civil – militar argentina (1976 – 1983), fue conocida como “La noche de los lápices”, puesto que los detenidos eran, en su mayoría, estudiantes secundarios y menores de edad.
El caso tomó notoriedad pública en 1985, luego del testimonio de Pablo Díaz en el Juicio a las Juntas, proceso que juzgó a los miembros de las tres primeras juntas militares de la última dictadura en el país trasandino por crímenes de lesa humanidad. Un año después, el mismo Díaz participó en la creación del guion que llevó la historia de “La noche de los lápices” al cine y que es ampliamente conocida en Latinoamérica. La película narra la lucha de los estudiantes secundarios por el boleto estudiantil y el terrorismo de Estado.
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El día es lluvioso en la ciudad de Buenos Aires. Los paraguas invaden las calles y pequeñas pozas de agua se acumulan en distintos lugares. Pablo Díaz se encuentra en City Bell, a 43 kilómetros al sur de la ciudad de la furia. La espera termina y el viaje en tren —que durará alrededor de una hora— comienza.
City Bell es silencioso. Es un lugar residencial y alejado del ruido característico de las grandes ciudades. Este es el lugar donde Pablo Díaz contará sus grandes deseos y miedos.
“Cuando participé en la película muchos me preguntaron ‘¿por qué?’ Y a veces digo la verdad. Otras tengo mentiras piadosas de decir que lo hice para toda la sociedad, para toda la gente. Y no, no es así. Lo hice para volverla a ver, para volver a ver a Claudia Falcone”, señaló Pablo Díaz a Radio y Diario Universidad de Chile.
Pablo Díaz en la grabación de la película La noche de los lápices. Archivo personal.
Esta historia no empieza el 16 de septiembre de 1976, tampoco el 24 de marzo del mismo año, día en que las fuerzas armadas decidieron dar un golpe de Estado bajo la consigna de “Reorganización Nacional”. Para conocer esta historia debemos retroceder varios años. Desde este punto en adelante, será el propio Pablo Díaz quien narrará su vida.
El boleto estudiantil secundario
Nuestra historia de vida son tres años. Siempre lo digo, porque Claudia tenía 16 años cuando fue secuestrada y entrábamos a la secundaria a los 12 años.
Pero ¿Cómo fueron esos tres años nuestros en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires? La Plata se constituía como una ciudad joven porque venían de todos los territorios de Argentina a estudiar en la ciudad. Pero también teníamos hermanos mayores dentro de las facultades, dentro de la universidad. Y cuando íbamos a verlos, veíamos que tenían centro de estudiantes. Y nosotros en el primer año de nuestra incorporación a secundaria dijimos, bueno, pidamos centro de estudiantes que sean la síntesis del adolescente en la escuela secundaria.
Nosotros veíamos que en el centro de estudiantes los que los lideran eran voluntarios. Chicos que se aprestan a decir “yo los puedo representar”. Había mucha empatía.
En 1973 se conformaron nueve centros de estudiantes en La Plata. En el 74 ya eran 19 escuelas con organización estudiantil. La mayoría de quienes lideraban los centros eran parte de la clase media urbana.
En La Plata hubo una migración de campesinos de países limítrofes, como, por ejemplo, de Paraguay, Bolivia y Perú que se instalaron en las afueras de la ciudad con casillas de madera, pisos de madera, durmiendo muchos en una misma habitación. Cuando los hijos de estas personas se incorporaron a las escuelas, plantearon que sus padres no sabían leer ni escribir. Fueron los centros de estudiantes quienes cumplieron la labor de alfabetización. Ahí conocimos la pobreza. Nos avergonzó que personas vivieran en esas condiciones tan poco dignas.
En 1975, un año antes del golpe de Estado, peleamos por el boleto estudiantil secundario. Una crisis económica profunda, una tensión en nuestras casas por temas económicos, que escuchábamos a nuestros padres que la plata no alcanzaba. Y todos dijimos, después de traer esa solidaridad de esos dos años, quisimos alivianar el bolsillo a nuestros padres, que nosotros no seamos un costo en el tema del transporte, en el tema de los viáticos para ir a la escuela.
Lucha por el boleto estudiantil secundario en La Plata – La noche de los lápices
¿Y qué pensamos? El boleto estudiantil, como una instancia gratuita, de no abandono de compañeros en función de ese costo económico, aún en la educación pública, porque te tenés que vestir, tenés que tener cuadernos, tenés que tener lapicera, tenés que tener tecnología. Y peleamos, 10 mil estudiantes secundarios salimos a la calle. La pregunta es, ¿salimos con nuestros padres? ¿Salimos con adultos, con docentes, con profesores, con autoridades de la escuela? No, salimos solos.
Y lo logramos. Hoy más de 5 millones de adolescentes usan el boleto estudiantil secundario en la Argentina como una instancia de subsidio, de protección para seguir estudiando. Para la terminalidad de la escuela, para poder trabajar después en forma legal.
Cuando vino el golpe de Estado, se cerraron los centros de estudiantes, se prohibió la voz, se prohibió la voz en el adolescente, se prohibió la voz como instancia del saber de la realidad. Se prohibió caminar a más de 3 jóvenes juntos por la calle de la ciudad de La Plata. Si estábamos en una plaza, un grupo, venía la policía y nos decía que nos dispersamos, que podíamos estar 3 nada más.
La noche de los lápices
La instancia de la noche de los lápices también son mis compañeros. Yo me enamoré en un campo de concentración de mi amiga de 16 años. En principio, Claudia Falcone… Sí, yo no tenía el día y la noche como la gente puede llegar a pensar. Estaba vendado y en un calabozo oscuro. No teníamos día y noche, teníamos tiempo. Y a veces en el tiempo escuchaba la voz de Claudia que estaba sobre mi espalda separada por una pared de dos pabellones. Me decía Pablo; ¿Estás despierto? Y yo le decía a Claudia; “¿Estás despierta? Y hablábamos. Así nos enamoramos.
A veces me han preguntado si la vida es bella. Cuando uno ve tanto horror en el mundo ¿no? Yo les digo que sí, que la vida es bella.
Para mí la vida fue bella porque la conocí a Claudia, porque la tuve a Claudia. Si no tuve el deseo de morir fue por el deseo de estar con ella. ¿Tan simple como eso? Sí, claro. Claudia es la memoria del amor.
Cuando participé en la película muchos me preguntaron “¿por qué?” Y a veces digo la verdad. Otras tengo mentiras piadosas de decir que lo hice para toda la sociedad, para toda la gente. Y no, no es así. Lo hice para volverla a ver, para volver a ver a Claudia Falcone. ¿En una actriz? Sí, claro.
Nosotros individualmente tenemos secretos. Secretos de sueños, de deseos, de pasiones. Yo tengo un miedo y una fantasía. Mi fantasía es que cuando la naturaleza me lleve, volverlos a ver y preguntarles si hice todo lo que tenía que hacer para que ellos estén vivos. Creo que pasaría el examen. Porque hay muchos centros estudiantes que se llaman 16 de septiembre, porque hay marchas en homenaje, porque están, se sabe de ellos.
Claudio de Acha, María Claudia Falcone, Horacio Ungaro, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y María Clara Ciocchini – jóvenes detenidos y desaparecidos por la última dictadura argentina.
Y mi miedo es que cuando la naturaleza me lleve, volver a ver a Claudia con sus 16 años y yo ir con mi vejez. Porque nosotros somos así. Soñadores, fantasiosos, miedosos.
En el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield, los secuestrados en la noche de los lápices estábamos al cuidado de tres embarazadas: Cristina Navajas, Gabriela Carriquiriborde y Stella Maris Montesano. Todas hoy desaparecidas.
Nos reíamos porque con 15, 16 o 17 años teníamos que estar cuidando a embarazadas. Nos ponían a su cuidado dos días antes de que ellas dieran a luz. Luego, el médico Jorge Antonio Bergés agarraba a los bebés y los distribuía.
Yo tuve la oportunidad de cuidar a Gabriela Carriquiriborde que tenía 22 años. Todos hablábamos sobre cómo la teníamos que cuidar. Las condiciones eran muy difíciles porque en realidad teníamos que golpear la puerta del calabozo o gritar si ya estaban teniendo dolores. Las venían a buscar, se las llevaban y no volvían.
Nosotros estábamos en el primer piso y en el de abajo estaba la supuesta maternidad (en Argentina el primer piso vendría siendo lo que es el segundo piso en Chile). En los juicios, cuento de la maternidad clandestina. Un día, fui con los jueces a este lugar y cuando paramos frente a una puerta les dije: “Acá tenían familia”. El presidente del juzgado me dice; “pero Pablo, esto es la cocina. Esto no es una maternidad. Esto es la cocina”.
Pablo Díaz junto a Julio César Strassera, fiscal principal del Juicio a las Juntas.
Ahí empecé a entender que no iba a decir más maternidad. Que iba a decir que tenían familia en la cocina. Que representa más crueldad. La misma con la que actuaron.
Yo siempre dudé si habían nacido esos hijos en cautiverio. Como no había otros testigos que pudieran avalar lo que yo decía, me encontré muchas veces solo en la narración o en el relato.
Y a veces cuando me preguntaban, más de una vez me hicieron dudar, por ejemplo, sobre si habían tenido familia porque yo escuchaba que sí desde el lugar donde estaba. Cuando, en el último caso donde aparece Daniel Santucho Navaja, hijo de Cristina Navajas y nieto 133 recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo, me hubiera gustado hablar con Nélida Gómez, madre de Cristina y abuela de Daniel. Ella falleció antes del encuentro del nieto que tanto buscó.
Yo le conté a ella que su hija había tenido familia. No sabía que Cristina estaba embarazada. A veces he llorado en el baño o en el borde de la cama a puertas cerradas sobre esas alegrías. Sobre esos reencuentros.
Miguel Santucho (hijo de Cristina Navajas) en la conferencia de prensa que dio a conocer el encuentro del nieto 133, Daniel Santucho Navajas.
El 28 de diciembre de 1976 salí del Pozo de Banfield y fui puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional bajo la acusación de haber sido descubierto ese mismo día distribuyendo panfletos subversivos. Estuve detenido casi cuatro años sin proceso judicial hasta que fui puesto en libertad el 19 de noviembre de 1980.
Yo me enteré de que Claudia estaba desaparecida en esa instancia eterna en la cárcel. En la primera visita de mi madre y mis hermanas, le pedí a la mayor que fuera a la casa de Claudia y que le avisara de que estaba bien. Creía que a ellos los habían dejado en las puertas de sus casas y no sabían que yo estaba desaparecido.
Mi hermana fue a la casa, tocó el timbre y salió el padre. “Está Claudia”, le preguntó y el replicó que quién era ella. Ahí mi hermana le cuenta que yo había estado con Claudia en un centro de detención clandestino. Esa fue la primera noticia que tuvo su familia de ella en más de seis meses.
Cuando mi hermana me volvió a visitar llegó llorando y me contó que Claudia estaba desaparecida. Guardé en mi memoria su identidad, guardé en mi memoria su vida, como la de los chicos de la noche de los lápices y como los otros compañeros que estuvieron en el Pozo de Banfield conmigo.
“Todos los días es La noche de los lápices”
En el momento actual, yo veo que en la noche de los lápices como memoria. Sin embargo, la tengo que llevar a la instancia de la identidad de los jóvenes de hoy. Para mí, la memoria de ayer con respecto a nuestras inquietudes generacionales, las tengo que traer a las necesidades de los jóvenes de hoy. Nosotros podíamos tener una expectativa de sensibilidad social, amor y pelea, que hoy la tenemos que deconstruir en los jóvenes, porque tenemos que romper la soledad individual.
Para romper la soledad individual, tenemos una instancia de construcción de La noche de los Lápices como una historia propia de amor. Colectiva. Nadie está solo.
El tema de lo que tenemos que romper en todo caso son los secretos de los adolescentes fuera de la sobremesa familiar. Yo creía en el centro de estudiantes como una instancia primaria del adolescente en la construcción colectiva, en la consolidación de su identidad sexual, social, política. Y hoy creo que ante el rompimiento familiar que hay en la sociedad, principalmente argentina, y en la sociedad social más baja, producto de instancias de conflictos sociales muy profundos, el adolescente tiene que ser el adulto en el tema de consolidar familiarmente.
Pablo Díaz en la actualidad
La sobremesa familiar tiene que ser un punto de debate donde consolidemos nuestra realidad, donde nuestros padres, donde nuestras familias sepan nuestros sueños, nuestros deseos. Yo digo, fuimos magos en la instancia política de nuestra escuela. Ahora tenemos que ser magos en la instancia de la sobremesa familiar de nuestro barrio, de nuestro territorio, de nuestra comunidad.
Creo en La noche de los lápices como una historia de amor de adolescentes, pero el amor ampliado, el amor de la sensibilidad social, el amor de que todos seamos felices, el amor de que todos podamos estudiar, el amor de que todos podamos vivir bien. El amor de que todos podamos tener parejas, el amor de que todos podamos sostener y plantearnos hijos, el amor de que todos podamos plantearnos recreación, conocer paisajes de los que no estamos habituados, que podamos viajar con la familia, que podamos llevar a nuestros padres, tal vez si no tuvieran la oportunidad de viajar, a mostrarles el mundo.
La noche de los lápices es de una amplitud. Es grandísima en el lenguaje porque tiene que ver con un presente.
La noche de los lápices es todos los días.