Renato Cisneros: “La gran herida del Perú, surgida a raíz del conflicto interno, se mantiene viva”
Una novela clave en la trayectoria de Renato Cisneros cumple 10 años este 2025. La distancia que nos separa fue considerada como la mejor novela del 2015 y en estos últimos días el autor, que vive en Madrid, estuvo en Lima para presentar la edición conmemorativa (con Alfaguara) de esta publicación que sigue vigente gracias al favor de los lectores y a la actualidad de su temática, como la relación entre padres e hijos y la reflexión sobre los años del terror que atravesó no hace mucho nuestro país. Renato Cisneros tiene mucho que decir al respecto. La República conversó con él.
-Guillermo Arriaga, en el prólogo de La distancia que nos separa, destaca el tono poético de tu prosa.
-Una de las cosas que buscábamos con el prefacio era pensar en alguien que tuviese una mirada desde fuera y no necesariamente una aproximación intelectual o académica, sino un testimonio personal, como el de Guillermo, al que yo conozco, pero de quien tampoco me considero amigo en toda la extensión de la palabra. Pero cuando yo leí esa parte a la que tú aludes, me alegré de que él percibiera eso, porque es algo que deliberadamente o no siempre me ha interesado: que aquellas preocupaciones poéticas de hace una punta de años no desaparezcan del todo y que afloren de tanto en tanto en mi narrativa. No sabría decirte si es un sello de mi escritura, pero sí me gustaría pensar que algo de la poesía que escribía antes reaparece.
-¿Cómo llegaste a la poesía?
-Probablemente yo tendría 19 años. Una vez más, la biblioteca de Luis Jaime Cisneros fue crucial para que esos acercamientos de las lecturas empiecen a hacer germinar algo que ya estaba. Empecé a escribir muy accidentalmente, sin ningún tipo de organicidad. Me di cuenta de que quería escribir poesía en la universidad, o pocos años antes de la universidad. Y los temas de entonces luego se han venido también abordando narrativamente. El ecosistema familiar añadido a otros que formaban parte de la primera línea de mis preocupaciones, como la vocación, la identidad, las grandes preguntas respecto del futuro, el pasado, pero nunca me percibí como poeta hasta que salió mi primer libro, Ritual de los prójimos, que ganó los Juegos Florales de la Universidad de Lima en 1998. Paso de ser inédito a édito, eso fue muy importante para mí, me validó ante mí mismo, no sé si como autor, pero tal vez como poeta. Fue una sensación muy reconfortante.
-¿Nunca te pesó la mochila?
-Tenía una mochila pesada, pero en el mejor sentido de la palabra, por antepasados que también habían escrito, que también habían hecho poesía, por Luis Jaime, por Toño. Entonces, era como de marcar un poquito mi pequeña, modestísima parcela y de alguna forma también unirme a esa especie de tradición familiar.
-Recién, con La distancia que nos separa se te toma en serio. Pero tu comienzo fue, digamos, serio tras ganar un concurso de poesía.
-Yo publiqué tres libros de poemas, pero claro, tú conoces perfectamente cómo funciona el circuito de la poesía en el Perú, hasta ahora. Incluso cuando hay más redes y hay más tejido de autores, sigue siendo un espacio minoritario y ya lo había sido antes. No me interesaba alcanzar notoriedad. Yo era sobre todo un lector de poesía que además escribía poesía. Empecé a tomarme en serio narrativamente también cuando este proyecto empezó a cuajar en mi cabeza, cuando me di cuenta de que tenía que escribir ese libro. Los libros previos estaban un poco contaminados de una prosa periodística en la que también me había fascinado indagar.
-Se fue la poesía.
-La poesía dejó de aparecer. Dejé de escribir poesía o la poesía dejó de aparecérseme y empecé, odio esta palabra, a coquetear con la prosa y vino la experiencia del blog. No sé si la experiencia frivolizó a mi voz anterior, pero de alguna forma la neutralizó y salieron unos libros. Yo venía de publicar poesía y el cambio fue muy súbito. Pero siempre supe, desde muy temprano supongo, y lo confirmé el día que murió mi padre, que esta historia la tenía que escribir en algún momento.
-En las novelas sobre los padres, si no hallas el equilibrio, se cae en la cursilería.
-A mí, lo que más me costó, y por eso tuve que parar un largo periodo, fue encontrar el tono para que una novela que me interesaba, que no fuese melodramática, escapara de ese tono sentimentaloide en el que era muy fácil incurrir. No recuerdo quién fue el que me dijo: “Tienes que hablar de tu padre como si no fuera tu padre”. Me permitió entender que no era mi padre el que estaba hablando, sino una criatura de ficción, por supuesto hecha de recuerdos y materiales muy provenientes de la realidad o de la memoria.
-Esta es una pregunta que le gustaría responder a muchos escritores peruanos, pero solo la puedes responder tú: ¿cómo llevas el éxito?
-Siempre he sido muy escéptico de la idea de éxito porque a veces sí te va bien en las ventas y a veces no, y a veces te va bien en las críticas y a veces no. Yo siempre he dicho que el éxito, si es que existe, se puede medir de maneras mucho más microscópicas. O sea, la reacción de un lector diciéndote lo importante que fue para él o para ella un libro o incluso un pasaje de tu libro y eso en la relación con los lectores es donde yo me siento más reconciliado. Tal vez también la chamba periodística me haya ayudado a no tomarme tan en serio ni los elogios ni las críticas.
-A tu padre, Luis Cisneros Vizquerra, el Gaucho Cisneros, no le entraban balas.
-A mi padre le resbalaban las críticas de una manera impresionante.
-Uno de los aspectos importantes de la novela es la tensión entre el cariño del hijo y el horror que descubre.
-Yo no estoy de acuerdo cuando dicen que este libro es una carta de amor al padre. Lo es, por supuesto, en muchos sentidos, pero no es una carta sostenida, hay mucho escepticismo, resistencia de parte del narrador a darse cuenta del rol político que ocupó su padre, hay momentos donde entre ese padre y ese hijo no hay nada en común, luego hay una reconciliación hacia la parte final de la enfermedad y la muerte, pero una cosa que yo agradezco, porque siento que validó de alguna forma las búsquedas de esta novela, fue que luego, no quiero decir que haya sido pionero en ese sentido, porque ya había novelas sobre el padre en el Perú, muchísimas, pero sí, luego hemos visto que en los últimos 10 años han aparecido muchos textos, ya no solamente respecto de la figura del padre, sino también búsquedas de indagación familiar. Creo que ese es uno de los valores universales que el libro tal vez mantiene. Hay una necesidad de relacionarse un poco más con el pasado del cual uno proviene.
-Una lectura errada fue la de querer suavizar la figura de tu padre.
-Más que juzgar o no a este hombre que tuvo declaraciones y tomó decisiones con las que el hijo está abiertamente en contra, lo que me interesó fue discutir la figura del padre. En ningún momento creo que haya de mi lado un intento por suavizar esa figura, todo lo contrario. En el Perú somos muy condescendientes respecto de eso, el fujimorismo tal vez sea el mejor ejemplo. Habla bien de un padre que sus hijos lo discutan, pero aquí en sociedades como la nuestra hay una tradición de homenaje al padre sin importar los claroscuros de ese hombre o de esa mujer. Yo te juro, Gabriel, que espero que mis hijas tengan una mirada del mundo mucho más universal que la mía, mucho más fresca, mucho más inteligente. No me interesa que piensen como yo. Y me parece penoso cuando el honrarás a tu padre o el homenajearás a tu padre viene acompañado de un silenciamiento respecto de todo lo que también se puede criticar.
-El padre siempre es el enigmático.
-Mi padre representaba muy bien al hombre de su tiempo. Machista, vertical, no tan afectuoso y estaba convencido de que la sentimentalidad era un problema antes que un atributo. Tradicionalmente en las sociedades occidentales, sobre todo en las latinoamericanas, el padre siempre ha sido una figurita difícil.
-¿Cuán importante fue para ti Luis Jaime Cisneros?
-Mi padre tenía fotos con Videla, con Pinochet; y Luis Jaime tenía fotos con Vargas Llosa, Jorge Amado, Borges. Cuando tenía 14 o 15 años iba mucho a la biblioteca de Luis Jaime. Muy pronto empecé a diferenciarme de mi padre. Cuando empecé a estudiar periodismo y a adquirir una conciencia sobre los problemas sociales del país, me di cuenta de que yo no tenía nada que ver con él.
-La distancia que nos separa es también una novela política.
-Sí, sin duda, yo he buscado que la gran historia nacional no sea solamente un decorado de fondo de cartónpiedra mientras la historia familiar se va contando, sino que sea un productor de sentido. Entonces, lo que está ocurriendo en el país interviene en la vida de esa familia. Y también abordo desde mi perspectiva de niño en un principio y luego de adolescente y de joven cómo veía que se manifestaban esos problemas de violencia política en mi entorno, desde las amenazas terroristas en casa hasta el enfrentamiento de mi padre con Fujimori y Montesinos. Es curioso porque cuando esa novela salió hace 10 años el mundo era muchomás progresista, los autoritarismos parecían haberse replegado, 10 más tarde más bien han adquirido un protagonismo que pensamos que no iban a volver a tener y la gran herida del Perú, surgida a raíz del conflicto interno, se mantiene viva. Con esta novela yo no solamente quería trabajar el tema de la memoria familiar, sino de la memoria social, de las cosas que le han sucedido al Perú.
-Tenemos la visión progresista del hijo y el retrato de un hombre de derecha. Hay una distancia en cómo se asume la vida, pero también un diálogo entre líneas. Lo que le falta al mundo, al país.
-Mi padre y Luis Jaime eran personas totalmente opuestas. Mi padre era el militar de la familia y Luis Jaime el intelectual. Nunca los vi discutir por su pensamiento ideológico. Lo que al final del día nos define no es si eres de izquierda o de derecha, lo que te define es si eres padre, migrante, si estás enfermo. La gente se olvida muy rápido de las cosas que sí tenemos en común para superponer una posición política que a veces ni siquiera vale la pena defender, porque ya hemos visto cómo figura tras figura, todos decepcionan, todos incurren en lo mismo. Hay que tener una mirada política de las cosas, pero no es eso lo que nos define, o, por lo menos, yo no siento que sea lo que me define. No me gustan los radicalismos de ninguno de los dos lados. El otro día citaba a una poeta italiana que se llama Alda Merini, me encanta el verso que dice: “Me gusta quien escoge con cuidado las palabras que no dice”. Cada vez trato de opinar menos cuando siento que esa opinión solamente va a contribuir a hacer leña del árbol caído o a generar solo ironía y nada de contribución.