4x3 podría ser menos que ocho
Más que un juego de palabras y números, este título es un recordatorio de que cuatro jornadas extensas pueden, más temprano que tarde, rendir menos que cinco u ocho horas bien aprovechadas.
La propuesta de trabajar cuatro días seguidos, 12 horas cada uno, y descansar tres, suena a ecuación perfecta: cumplir con las 48 horas semanales máximas del Código de Trabajo y tener un fin de semana extendido. En el fondo, sabemos, lo que se busca es evitar el pago de horas extra. No obstante, esta fórmula ignora algo elemental: el rendimiento humano no se mide solo en horas marcadas en un reloj; se complementa con una serie de elementos personales, sociales, y de la empresa, que lo favorezcan o lo reduzcan.
En Costa Rica, a esas 12 horas de trabajo hay que sumar las horas invisibles: preparación, traslados, alimentación, higiene personal y la atención de las responsabilidades domésticas y personales. El presunto tiempo desocupado que se vende como una ganancia se puede convertir en un espejismo: tres días “libres” que en realidad serán un paréntesis para intentar recuperarse de una fatiga acumulada.
Sin intentar odiosas comparaciones, es imposible dejar de ver que otros países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), como Países Bajos, Dinamarca o Alemania, trabajan cerca de 32 a 36 horas semanales y están entre los más productivos del mundo. Allí han entendido que la productividad se mide en resultados sostenibles, no en el número bruto de horas que se está presente en el trabajo. Es claro que allá se tienen condiciones exógenas a las de la empresa, de tipo estructural nacional, que favorecen tales rendimientos.
En cambio, las jornadas largas y continuas, como las de 12 horas, generan una curva de rendimiento contraproducente: es posible que las primeras horas puedan ser productivas, pero el desgaste físico y mental empieza mucho antes de que el turno termine. Esa pérdida no es anecdótica: estudios han mostrado que, al final de un turno de 12 horas, las habilidades de atención y reacción disminuyen significativamente. Tras varios días seguidos de este esquema, las capacidades mentales y la función orgánica general se deterioran aún más.
Está bien documentado que el trabajo prolongado y con horarios irregulares afecta el sueño, incrementa el riesgo de trastornos metabólicos como la diabetes tipo 2, eleva la probabilidad de depresión y ansiedad, y acelera el desgaste físico. Un alto porcentaje de quienes trabajan en turnos largos desarrollan, por afectación del ritmo circadiano, el Trastorno del Sueño por Trabajo por Turnos (TSTT), con insomnio, somnolencia excesiva, irritabilidad y problemas de concentración.
En contextos de alta responsabilidad –salud, transporte, industria– este desgaste se traduce en errores que pueden tener consecuencias graves: diagnósticos erróneos, accidentes laborales o fallas de seguridad. Por tanto, no es una exageración decir que, en estas condiciones, el costo humano puede conllevar un costo económico y reputacional para las empresas y el país.
Pero más allá de las consecuencias laborales y personales, las relaciones familiares se resienten cuando los padres o cuidadores pasan días, prácticamente, sin ver a sus hijos, o llegan a casa tan agotados que apenas pueden interactuar con ellos.
En el caso de las mujeres jefas de hogar monoparental –cerca del 40% en nuestro país–, el desafío es mayor: pagar por más cuido o dejar a los hijos solos con los riesgos del descuido. En un país donde las redes criminales buscan reclutar a menores, la ausencia efectiva de supervisión adulta es un problema social que no se puede ignorar.
Finalmente, uno de los argumentos a favor del 4x3 es que habrá más tiempo para el ocio y las gestiones personales. La evidencia dice lo contrario: con cuerpos y mentes agotados, el “descanso” se convierte en recuperación pasiva. No hay tiempo ni energía para actividades recreativas, educación continua o vida comunitaria. El ocio verdadero requiere energía disponible, no solo horas libres.
La experiencia internacional demuestra que menos horas, bien organizadas, pueden producir más y mejor. En lugar de buscar fórmulas que expriman las 48 horas semanales en menos días, deberíamos apostar por esquemas que maximicen la concentración, reduzcan la fatiga y fomenten la salud de los trabajadores.
Las jornadas 4x3 no resolverán la competitividad para atraer o retener inversión; sostenerlo es falaz. Lo decisivo son reformas estructurales: seguridad jurídica, estabilidad macro, infraestructura y transporte, energía asequible y confiable, educación de calidad, seguridad ciudadana, seguridad alimentaria y una red de cuido sólida.
Al final, la aritmética podría no ser tan simple: si cuatro días de doce horas terminan produciendo menos que cinco días de ocho horas, más que progreso, se caerá en retroceso. Ello se llevará por delante la salud, la vida familiar, la productividad y, en última instancia, el bienestar del país.
juan.romero.zuniga@una.ac.cr
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, epidemiólogo y académico investigador en la UNA y la UCR. Ha publicado múltiples artículos científicos en revistas internacionales.