Poder, imagen, política y memoria: “Manuel Aguirre. Volumen I” en el ICPNA de Miraflores
Escribe: Leyla Aboudayeh
La sala Germán Krüger Espantoso del ICPNA acoge hasta noviembre la exposición Miguel Aguirre. Volumen I, una antología que revisa más de treinta años de trabajo de uno de los artistas peruanos más persistentes y críticos de su generación. Lejos de un montaje cronológico, el curador Iosu Aramburu propone un recorrido en el que obras de distintos momentos dialogan para revelar un hilo común: obsesiones y preguntas que atraviesan toda la trayectoria de Aguirre.
El propio artista las enumera con precisión: “La autorrepresentación; los vínculos familiares y amicales que definieron mi identidad; la vivencia de una determinada realidad pero diferida a través de diversos canales como el fotográfico, el televisivo, el cinematográfico y, últimamente, lo digital; la representación de la violencia y su alcance emocional (o no) de su tragedia; la política y sus ejecutores; el paisaje como constatación geográfica y analogía de una emoción; el arte tradicional; y las manifestaciones populares de una ciudad tan heterogénea como Lima”.
En el proceso curatorial, Aramburu revisó junto a Aguirre más de mil obras. Esa mirada a distancia permitió detectar resonancias más profundas: “Piezas que en su momento parecían comentarios puntuales sobre una coyuntura política o cultural revelaron conexiones más amplias con intereses que Miguel ha sostenido durante décadas. Obras ligadas a un escándalo específico o a una noticia puntual se abren hoy a lecturas más universales sobre poder, representación e imagen”.
Desde sus años de estudiante, Aguirre ha trabajado a partir de imágenes encontradas. El álbum familiar fue su primera fuente, pero pronto se amplió a materiales tan diversos como revistas de moda, publicaciones de cine de los años 40, pornografía setentera adquirida en la Cachina, enciclopedias médicas, prensa impresa y, más adelante, cine, revistas de decoración, ensayos de economía política, arte tradicional peruano y vanguardias históricas. Cada época trajo nuevas preguntas: “¿Quién soy yo? ¿Qué me identifica? ¿Es la imagen nuestra verdadera vivencia de lo real? ¿Son los mass media los auténticos canales de formación de nuestra identidad y capacidad crítica? […] ¿Es posible destacar al ser humano como ser de cultura cuando la Historia ha demostrado que es un criminal que asesina por odio o por intereses económicos? ¿La belleza y la capacidad creativa son suficientes ante tanto horror?”.
Su pintura se asume política desde hace dos décadas. Aguirre se define como socialdemócrata y rechaza todo tipo de totalitarismo, sea de derecha o izquierda. Sus obras han abordado el auge del fascismo, el control del pensamiento y la extracción indiscriminada de recursos. “Ese rechazo a todo control está presente en distintas series de trabajos”, afirma. Series como Perú, ca. 1983-1992 o El sueño de la razón reconfiguran visualidades del poder y de la violencia, generando nuevas lecturas sobre la historia reciente.
La decisión de evitar un recorrido cronológico en la muestra responde a un gesto deliberado. Aramburu lo explica: “Queríamos romper la idea de que la obra de un artista se ‘explica’ siguiendo una línea temporal. En la exposición buscamos qué unía al Miguel de fines de los 90 con el de hoy en día. Al poner juntas obras que pueden tener veinte años de diferencia, se generan resonancias inesperadas que invitan a mirar de nuevo, a encontrar obsesiones y continuidades que no serían tan evidentes en un montaje lineal”. Para el curador, el montaje trajo descubrimientos inesperados: “Fue impresionante redescubrir en vivo cómo Miguel traduce a pinceladas los procesos técnicos que atraviesan las imágenes que toma como referencia: desde el grano de una cámara de seguridad hasta los defectos ópticos de un lente fotográfico. Ese traspaso de lo mecánico a lo pictórico no es solo un recurso visual, sino una reflexión sobre cómo las imágenes existen y circulan en el mundo”.
Aunque la pintura sigue siendo su medio predilecto —y para él, un acto de resistencia frente a la velocidad de las imágenes digitales—, Aguirre valora el trabajo colaborativo. Ha desarrollado proyectos con internos del penal de Ancón, con migrantes venezolanos y con artistas tradicionales como Elvia Paucar, con quien produjo 39 tejidos a lo largo de una década. “Mi admiración hacia el arte tradicional no solo se basa en su belleza formal, sino en los procesos de enseñanza de generación en generación y en el respeto por el entorno y la historia”.
Vivir quince años en Barcelona le permitió asumir la pintura como vehículo de crítica política y social, y liberar su práctica de la obligación de una “firma” reconocible. “No me importa tener una obra ecléctica y difícil de identificar. Yo respondo a mis ideas y sentimientos, no a un mercado”, afirma. En varias series ha trabajado con actores que encarnan figuras históricas, añadiendo a la puesta en escena cinematográfica una capa pictórica. “Uno finalmente ve un cuadro, pero todo lo que lo sustenta le da una profundidad conceptual que está ahí latente”.
La antológica reúne obras que van desde La persona más maravillosa del mundo (1994) hasta un retrato reciente de su hijo recién nacido, realizado en coautoría con Verónica Luján. “He sido varios Miguel Aguirre a lo largo de tres décadas, pero mis principales intereses siempre han sido recurrentes”, reflexiona. Sobre el futuro, Aguirre no duda: el Volumen II será cierre, inicio y pausa reflexiva al mismo tiempo. Ahora, con la paternidad como eje vital, sus preguntas se reconfiguran: “¿Qué soy ahora? ¿Qué quiero ser? ¿Qué mundo quiero para mi hijo?”.
*Directora de Casa Fugaz y fundadora de Vocablo del Arte (vocablodelarte.com).