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Camilo José Cela, un autor no apto para tiempos políticamente correctos

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De Camilo José Cela (1916-2002) pueden decirse muchas cosas. A veces, ciertos escritores a quienes admiramos, se nos caen, pasajeramente, por cuestiones que poco o nada tienen que ver con su producción literaria. Recuerdo muy bien, hace ya varios años, cuando me enteré de que el autor que me había regalado horas de sumo placer con La familia de Pascual Duarte, La colmena y Viaje a la Alcarria había sido en vida un aplicado soplón del franquismo. No niego que se me desmoronó. Sin embargo, al segundo mes de mi indignación gratuita hacia él, leí Cristo versus Arizona  (1988)y Madera de boj (1999).

Para Cristo versus Arizona necesité una buena sentada de domingo, desde la mañana hasta la noche. Sin interrupciones de por medio, sin el humo del cigarro que fastidiara la vista y totalmente aislado de todo. En esta novela, de casi 300 páginas, conecté con el conocido lenguaje lírico del autor, el cual, como muchos deben de saber, ha sido siempre el código de barras de su indiscutible calidad, pero con el “pequeñísimo” detalle de que en la novela estaban ausentes los signos de puntuación. Es, de lejos, una de las novelas experimentales más logradas que he leído, amparada en un feroz uso del monólogo interior que en ningún instante pierde su ritmo, con el cual el autor revela no pocas imágenes de desgarramiento existencial. Esta novela, por cierto, se almuerza a no pocos proyectos narrativos experimentales actuales (tanto en castellano y en idiomas por inventar).

Con Madera de boj la cosa fue distinta. Es tan seductora la prosa de Cela que una y otra vez volvía sobre sus páginas, la leía como si se tratara de un poemario escrito para mí; a medida que avanzaba, me crecía la sensación de que lo último que deseaba era que el libro se termine. Esta es la novela que Cela estaba escribiendo cuando se le otorgó el Premio Nobel de Literatura de 1989. Experimentación, sí, pero lo que pesa en esta novela es el voltaje emocional de Cela, que repasa su vida ante la inminente llegada de la muerte. Los símbolos y los sueños son en Madera de boj una sola carne. Madera de boj no solo es el último libro de Cela, sino también su libro mayor.

Estas dos novelas me ayudaron a separar a la persona del autor. No es lo mismo. Pero a Cela en vida se le tuvo cólera. Cela nunca exhibió un comportamiento que contentara a la platea; tranquilamente podemos decir que era todo un antipático. Sus opiniones, más de una vez, hirieron susceptibilidades, hasta de los poderosos. No se guardaba nada, era un deslenguado con estilo, un dandy que miraba a los demás con superioridad. Podríamos decir que no fue un buen tipo, y para ser sincero, un escritor no tiene que ser necesariamente una buena persona que derroche bonhomía. Cela no lo era, no era pura sonrisita. Pero este detalle de su personalidad, más su coqueteo con el franquismo siendo un aplicado soplón, fueron mezclas que potenciaron el bombardeo hacia su obra, que es una de las más peculiares en castellano del siglo pasado.

Cela no será ni el primer ni el último escritor a quien le pasen factura sus pecados políticos. Pero ¿cuántos años tendrán que pasar para que se le lea como se debe, sin tener en cuenta sus taras morales? No lo sabemos. Es, pues, una incógnita. Pero lo que sí sabemos es que, mientras más tiempo pase, más de una generación de lectores dejará de conocer a uno de los escritores que hizo de la palabra escrita una genuina experiencia literaria de resonancias, premunidas de imágenes y conceptos. Esto es lo que debería quedar de los grandes escritores: el aporte, no sus bajezas morales. Estamos hablando de libros, no de personas.




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