Suele abrir la ROSS con un programa festivo , aunque este año ha sucedido a dos dos conciertos anteriores. Aglutinó en él obras muy famosas, para animar a aquellos aficionados o curiosos a que se aproximen a la orquesta de una forma directa, en vivo, acercamiento favorecido por obras tan famosas como las que hilvanaban este programa. Un inesperado suceso empañó el inicio de la velada: al parecer, el escáner de acceso no funcionó como debiera, lo que hizo que la entrada del público se ralentizara y obligara a comenzar el concierto media hora más tarde, ya sobre las 11 de la noche. Seguramente la comunicación al público de este incidente hubiese evitado que este primero palmeara, luego se oyeran voces más enfadadas, terminando abucheando hasta al solista y director, después de que se decidieran a empezar aún con la gente entrando. Aunque han pasado años sin oír el famoso 'Concierto de Aranjuez' de Joaquín Rodrigo , sin embargo, la misma ROSS nos lo ofreció el pasado noviembre de manos de José Mª Gallardo y la batuta de Karel M. Chichon . La obra está entre las más populares del repertorio, sobre todo su segundo movimiento, que ha conocido diverssas versiones , tanto para la guitarra, como otros instrumentos más o menos cercanos como el arpa, fliscorno, acordeón, trompeta, e incluso otros géneros como el jazz. El concierto 'picotea' en distintos estilos y épocas (clasicismo, barroco), pero la raíz andaluza aparece como referencial, de la mano de Falla y Turina , a su vez imbuidos por las proclamas de Barbieri para ahondar en el folclore autóctono; pero también por la figura omnipresente de Debussy, especialmente por la obra dedicada a él por Falla, titulada 'Homenaje', escrita para guitarra (qué buena propina sería, sólo algo más de tres minutos). La verdad es que Sainz-Villegas salió con ganas de agradar desde el principio, y presentó una digitación limpia, cargada de fuerza, capaz de alternarla con suaves pianísimos, amparada por una delicada amplificación que parecía no existir. Nos gustó mucho el primer movimiento , si bien los rasgueados estaban muy atados a la partitura, a un estilo académico más que popular, y así sonaba como a leído. Pero hemos de recordar que parecía gustarle a Rodrigo. Discurso muy fluido, integrando con naturalidad las hemiolas, esos bruscos cambios rítmicos que podían recordar a palos flamencos como las peteneras, guajiras o bulerías. El público espera siempre al solista en el segundo movimiento . El guitarrista riojano se recreó en él como todos esperamos, sobrado de una expresividad ilimitada, es decir, tanto corteses y elegantes frases como momentos algo más tensionales, con un sonido aterciopelado que le permitía la imperceptible amplificación y menos dulces siempre teatrales, y que por tanto no necesitaba la fuerza que imprimía a las frases del primer movimiento. De este y del tercero sí que nos parecieron algo exagerados los finales de cadencia, tanto como de este segundo las cuatro notas finales de la frase principal, todavía más subrayadas por el vibrato. Si los violines II y violas nos habían sonado algo desajustadas en el primer movimiento, ahora le tendieron un suavísimo manto a la guitarra, un 'pedal' sobre el que mecer el famoso tema a su antojo (aquí el director también tuvo mucho que ver) y sólo dos contrabajos bastaron para conducir el movimiento armónico con una direccionalidad marcada, Le seguía una extensa 'cadenza' que funcionaba a modo de 'falseta' flamenca, y hacia el final apuraba unos silencios que, personalmente, al abusar del recurso perdía parte de su efectividad. Aún más, se la jugó en el silencio todavía más largo con que cerraba el segundo tiempo e iniciaba el tercero: milagro fue que el público que había aplaudido tras el primer movimiento no lo hiciera aquí también. El tercer tiempo , como en casi todos los conciertos, Rodrigo saca toda la artillería para lucimiento del artista, poniendo énfasis en el encadenamiento de rapidísimos acordes que parecían disfrutar en el borde del abismo, y que sin embargo sonaron con gran detalle y limpieza. Como propina ofreció una pieza de un virtuosismo vertiginoso, el Gran jota de concierto de Francisco Tárrega concierto en el que además de rapidísimos trémolos, increíbles armónicos, tocó con un sonido de tambor ('tamburo' en la partitura) usando las dos cuerdas más graves de la guitarra (Mi y La), y tocando encima la melodía, un artificio que parece imposible. Esta 'inspiración española' se impuso en París a finales del XIX , y no tardó en contagiar al resto de países que tenían algo que decir en lo musical, como Rusia, aunque su prestigio sólo estaba comenzando. De hecho, la trayectoria de la obra empieza sugestionándose ante obras de Glinka , como la ' Jota aragonesa' y 'Noche de verano en Madrid') . Pero la influencia más directa de este ' Capricho español' de Rimski Korsakov le viene de los 'Ecos de España, colección de cantos y bailes populares' de José Inzenga. En realidad, no se trata de versionar estas obras, sino casi de construir un pequeño poema sinfónico , al que aportaría material nuevo, aunque la mayor parte de las melodías termine incorporándolas. Hemos hablado antes de pequeños desajustes, pero no hay que olvidar que, si bien la acústica para el oyente no está nada mal, sin embargo para los músicos el director se convierte en una especie de lazarillo que ha de guiarlos casi a ciegas porque a ellos les cuesta oírse y sólo les queda ceñirse a la batuta/bastón que los aúna. Creemos que el equilibrio, a pesar de estos inconvenientes acústicos, fue notable y el resultado muy matizado en general. Hemos de señalar aquí el protagonismo del concertino invitado en esta ocasión, ya que la obra se había pensado como un concierto para violín y de ahí su preeminente presencia. El famoso ' Bolero' de Ravel partió de un encargo de la coreógrafa Ida Rubinstein que en 1928 le hizo a Ravel, músico de ascendencia española, cuyo carácter hispano deseaba la bailarina para la obra. En principio el autor decidió nombrarla como 'Fandango' , pero luego lo sustituyó por el título que conocemos, y en cualquier caso se hacía alusión a danzas de pareja del siglo XVIII . Lo hemos dicho muchas veces: el 'Bolero' es un auténtico examen orquestal , porque obliga a repetir la famosa melodía a casi todos los solistas y a veces a secciones variables. Su riqueza tímbrica es tal que cuenta con instrumentos como el oboe d'amore o el saxo soprano y sopranino, en una de las primeras intervenciones de estos instrumentos en la historia de la orquesta, o la trompeta en Re, tan barroca. Pero también la habilidad de Ravel y el buen hacer de Prat para entresacar la melodía entre el tramado de contracantos e imitaciones. La verdad es que su intervención del saxo nos resultó extraordinaria, y es justo que lo recordemos en las pocas obras que lo incluyen. Pero en verdad habría que nombrarlos a todos, porque aunque sea repetir una misma frase, si no se le otorga vida, termina resultando una oración descreída.