¿Qué quiere decir la derecha cuando habla de libertad de expresión?
'Política para supervivientes' es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es
Donald Trump puso el nombre en la diana el 18 de julio después de conocerse que la CBS pondría fin al programa de Stephen Colbert al final de la actual temporada. “He oído que Jimmy Kimmel es el próximo”. Los deseos del Querido Líder sobre los programas televisivos cómicos que se burlan de él cada semana no tardaron en cumplirse. Kimmel hizo un comentario sobre la reacción de la derecha al asesinato de Charlie Kirk que no gustó en la Casa Blanca. La cadena ABC recibió un mensaje alto y claro.
El aviso le llegó de Brendan Carr, nombrado por Trump para presidir la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC en sus siglas en inglés): “Francamente, cuando ves cosas como estas, bueno, podemos hacer esto por las buenas o por las malas. Estas empresas pueden encontrar formas de cambiar conductas y de tomar decisiones sobre Kimmel o la FCC tendrá que ocuparse del trabajo”. Por si había dudas, recordó que la cadena televisiva y las cadenas asociadas que emiten su programación dependen de licencias concedidas por el Gobierno. Trump ya lo había hecho unas semanas antes. ABC no tardó mucho tiempo en reaccionar y canceló “indefinidamente” el programa de Kimmel. La decisión final partió de Disney, que es la propietaria de la cadena.
Antes de nada, veamos lo que dijo Kimmel. No es mucho. En inglés, son 40 palabras: “Se ha caído aún más bajo este fin de semana con la banda de MAGA intentando desesperadamente definir al chico que asesinó a Charlie Kirk como alguien que no tiene nada que ver con ellos y haciendo todo lo posible para ganar puntos políticamente”.
Lo que dijo no es falso, sobre todo las últimas palabras, pero sí podía ser interpretado como una manipulación al obviar en ese momento los hechos conocidos. El autor del crimen –lo confesó a sus padres y a un amigo– era un joven de una familia conservadora y cristiana que le había aficionado a las armas a una edad tan temprana como los 12 años, pero podría haberse radicalizado hacia la izquierda en los últimos tiempos. No está del todo claro, entre otras cosas porque no se conocen sus motivos para matar a Kirk, como admitió el gobernador republicano de Utah.
En definitiva, Kimmel estaba criticando a Trump y a los republicanos, no a Kirk.
Lo que está haciendo el Gobierno de Trump vulnera la Constitución. Al menos, eso es lo que dictaminó por unanimidad el Tribunal Supremo en una sentencia de 2024: “Los funcionarios del Gobierno no pueden intentar presionar a grupos privados para castigar o suprimir puntos de vista con los que el Gobierno esté en desacuerdo”. Pero hay más.
Toda esa presión de la FCC a cuenta de Kimmel también contradice un decreto firmado por el propio Trump en el primer día de su segundo mandato. El texto prohíbe a cualquier miembro de la Administración presionar a empresas privadas –dando como ejemplo las redes sociales– para censurar opiniones “de forma que se apoye el discurso preferido por el Gobierno acerca de asuntos de interés público”. Trump estaba pensando en la lucha contra la desinformación, porque creía que eso le perjudicaba.
Su muerte ha dado a Trump la excusa que necesitaba para intensificar su cruzada contra los medios de comunicación, acompañada esta semana por una demanda contra The New York Times básicamente porque no le gusta su cobertura de las noticias de la Casa Blanca. Reclama al periódico una indemnización disparatada de 15.000 millones de dólares. Después de tantos años de acusar a los demócratas y la izquierda de atacar la libertad de expresión por su defensa del feminismo y las minorías, la derecha trumpista pretende limpiar los medios, al igual que las universidades, de todo lo que huela a eso que llaman la cultura “woke”.
Ahí es donde podemos recordar el discurso de la derecha política y mediática en España. ¡¡Woke!! Ese concepto que apasiona a Isabel Díaz Ayuso y a Cayetana Álvarez de Toledo, que pronuncian con asco, como si estuvieran hablando de una enfermedad venérea. ¡¡La guerra cultural!!“. Aunque en España prefieren llamarlo ”la batalla cultural“ para que no parezca tan bélico. Copiaron el debate de EEUU y lo trasladaron a España para denunciar que la izquierda intenta inocular un concepto falso de libertad donde se censura (”cancela“) la verdadera libertad de expresión bajo el pretexto de luchar contra el racismo y el machismo.
Sobre esta paranoia, mi titular favorito es uno del diario ABC que decía: “El imperio 'woke' coloniza los contenidos infantiles”. Un imperio que secuestra las mentes de los niños para convertirlos en soldados de su causa. ¿Es que nadie piensa en los niños? Ya dijo Ayuso que “las políticas woke” no son otra cosa que “un disfraz más del comunismo”.
Esta semana, Ayuso ha dicho que “la universidad, la ciencia y la cultura tienen que quedarse al margen de la doctrina ideológica”. Dejemos a un lado por un día que la ciencia no puede ignorar el cambio climático a causa de la acción del ser humano como un hecho comprobado, mientras Ayuso insiste en que las reformas que se proponen para paliarlo son “una gran estafa” y que también recuerdan al comunismo.
Un día antes de decir que la ideología debe estar fuera de la universidad, había impuesto su ideología particular prohibiendo símbolos y actividades de apoyo a Palestina en los colegios. En el colmo del cinismo, su Consejería de Educación había vetado que se expongan o lean los nombres de los niños asesinados en Gaza por “vulnerar la ley de protección de datos”. Como todos sabemos, esa es la única ley aprobada por el Parlamento español que afecta también a los menores de edad de Oriente Medio.
No se puede negar que en la izquierda se cometen excesos al pensar que mejorar la sociedad obliga a limitar la libertad de expresión en algunos campos, derecho que ya sabemos todos que no es absoluto, porque no incluye la difamación o las injurias. Un ejemplo de estos días es la propuesta de Esquerra de prohibir las películas y series de 'true crime' si no se cuenta antes con el consentimiento de las víctimas de violencia machista y vicaria. Afirman que existen “graves dilemas éticos, sociales y jurídicos”, y es cierto. Para dilucidar esas responsabilidades, ya están los tribunales. El Ministerio de Igualdad hizo una propuesta similar durante la polémica por el libro 'El odio', de Luisgé Martín.
La libertad de creación artística merece tanto respeto como el derecho a expresar ideas políticas. No aceptaríamos que la familia de Charlie Kirk pudiera obstaculizar cualquier intento de contar su historia en los medios, el cine o la televisión. Lo mismo para las víctimas de otros delitos.
El verdadero valor de tu defensa de la libertad de expresión consiste en saber hasta qué punto apoyas el derecho a opinar de alguien que no piensa como tú, que tiene puntos de vista que te parecen vulgares o incluso ofensivos. Para calibrar hasta dónde llegan los límites, tenemos el Código Penal y otras leyes, pero conviene saber que necesitas argumentos más sólidos que la apelación a la dignidad de personas o colectivos, un concepto realmente subjetivo.
Como es lógico, los políticos demócratas reaccionaron ante el asesinato de Kirk con una condena total. Muchos republicanos y todos los altos cargos de Trump que se pronunciaron acusaron a la izquierda de ser la responsable por su apoyo a la violencia. Todo era culpa de “la izquierda radical”, dijo Trump, por llamar nazi o fascista a Kirk y otros conservadores. Ya se le había olvidado que él ha llamado “fascistas” a muchos de sus rivales. O que había hecho bromas en un mitin sobre el marido de Nancy Pelosi al que un fanático le rompió el cráneo con un martillo en lo que había planeado como un secuestro de la congresista demócrata.
Profesores, militares y trabajadores de empresas privadas han perdido su empleo por alegrarse de la muerte de Kirk o simplemente por haberle acusado de extender un mensaje de odio a los que no pensaban como él. También una columnista de The Washington Post y un analista de la cadena MSNBC. Ninguno de los dos celebró el crimen, pero recordaron las ideas ultras de Kirk. Y hay muchas de ese tipo. Por ejemplo, “el Partido Demócrata apoya todo lo que Dios odia”. Hablar en nombre de Dios para ajustar cuentas con los rivales políticos es una de las opiniones que definen a un fundamentalista religioso.
El vicepresidente de EEUU, JD Vance, viajó a Alemania en febrero para avisar a los países europeos de que estaban cercenando la libertad de expresión utilizando conceptos “propios de la era soviética como desinformación”. Ahora se dedica a afirmar que la izquierda protege la violencia. No es un mensaje tan diferente al del PP, que en la sesión de control de este miércoles acusó al Gobierno de mantenerse en el poder “justificando la violencia” (Ester Muñoz) y de ser “un Gobierno de agitadores callejeros” (Miguel Tellado). “Ya solo les queda la violencia”, dijo Álvarez de Toledo.
Hay motivos de peso para estar atentos a lo que suceda en EEUU. De la misma forma que llegó de allí toda la estupidez de la cultura woke como nueva amenaza de los rojos, también veremos aquí a los anteriores defensores de la libertad de expresión afirmar que todo tiene un límite que no se puede traspasar porque es una amenaza para la sociedad. Lo hemos visto con las movilizaciones contra la participación de un equipo ciclista israelí en España. “Kale borroka”, clamó Ayuso, espantada con que se tiraran vallas. Parecía “Sarajevo en guerra”, dijo en pleno delirio (en una guerra donde murieron miles de personas). “La 'batasunización' de Sánchez”, tituló el director de El Confidencial. Ya se sabe dónde creen que están los violentos, y contra ellos, mano dura.
Lo de Trump lanzando una caza de brujas tampoco sería una completa novedad en España.
Dos libros
Dos libros han aparecido estos días en las librerías y creo que merecen la pena. El primero es ‘Personaje secundario’, unas memorias de Enrique Murillo, con una experiencia de décadas en el sector editorial español, desde Barral hasta Anagrama, como traductor y asesor literario. Entre otras muchas cosas, jugó un papel esencial en la publicación de 'La conjura de los necios', un libro inolvidable y de gran éxito en España. En una entrevista reciente, comenta lo que pasa con la lluvia de novedades editoriales que arrolla a las librerías: “Aquí se lanzan novedades para maquillar los números y tapar las devoluciones que se producen cada mes, que son muchísimas. Así mantienes una ratio de libros en circulación potente y parece que vas como un tren, pero en realidad lo que haces es atormentar al librero, al que se le dispara la cota de devoluciones”.
Otro libro que voy a leer es 'La hambruna española', de Miguel Ángel del Arco. Cuenta una historia citada en muchos libros, pero que merecía un tratamiento específico. Los años de hambre y miseria posteriores al fin de la Guerra Civil fueron explicados por la dictadura como una consecuencia ineludible del conflicto. El libro explica que también tuvo que ver con decisiones políticas del Gobierno –“la adopción de la política autárquica”– y las consecuencias del aislamiento, en parte causado por ser el único régimen que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial tras haber sido aliado de la Alemania nazi. “La autarquía fue una política voluntariamente aceptada y decidida por Franco y sus hombres. Ellos conocían sus efectos, sabían que la gente fenecía de hambre, que las enfermedades galopaban sobre los cuerpos de los más pobres. Y no dieron marcha atrás”, escribe Del Arco. Las cifras de la hambruna fueron devastadoras y pudieron alcanzar las 200.000 muertes.