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Crisis económica estructural en América Latina, por José Antonio Ocampo

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(*) Exsecretario Ejecutivo de CEPAL (Naciones Unidas); Exministro de Hacienda de Colombia y excodirector del Banco de la República (Colombia). Docente en la Universidad de Columbia, Nueva York.

Los problemas económicos de América Latina son estructurales. Así lo confirma el último Estudio Económico de la CEPAL, que resalta además la necesidad de que la región adopte un nuevo modelo de desarrollo, siguiendo en ambos casos la tradición de análisis de la institución. Lo que esto señala es que tanto las reformas de mercado que se pusieron en marcha en forma generalizada desde fines de la crisis de la deuda de los años 1980, como las agendas de diversos gobiernos de izquierda que han gobernado varios países de la región en las últimas décadas, han sido ineficaces para avanzar en materia de desarrollo.

Los datos son absolutamente claros. El crecimiento económico en América Latina (AL) desde 1990 ha sido lento, 2,5% anual, menos de la mitad del 5,5% alcanzado entre 1950 y 1980, durante el período de industrialización dirigida por el Estado (o de sustitución de importaciones, como lo denominan muchos). Más aún, es un patrón prácticamente generalizado. La desaceleración ha sido aún más fuerte en las dos economías más grandes, Brasil y México, y catastrófica en el caso de Venezuela, cuya actividad económica es hoy menos del 60% de lo que era en 1990, en gran parte como resultado del colapso iniciado en 2014. De hecho, las únicas excepciones a la desaceleración de largo plazo son las tres economías que tuvieron un desempeño deficiente entre 1950 y 1980: Bolivia, Chile y Uruguay.

Los períodos de rápido crecimiento han sido escasos. El único significativo se dio entre 2004 y 2008, gracias a los altos precios de las materias primas. Por el contrario, las crisis han sido más severas, incluidas las que experimentaron varias economías a fines del siglo XX como resultado de la crisis asiática, pero también durante la llamada segunda década perdida: entre 2014 y 2024 el crecimiento económico fue de apenas 1,0% anual, frente al 1,4% durante la década de 1980.

La recuperación posterior ha sido débil: 2,2% en 2024, con expectativas similares para 2025 y 2026, según la CEPAL. El FMI prevé un ritmo parecido para la región, con una ligera aceleración al 2,4% en 2026. Aun así, AL sigue siendo la región emergente y en desarrollo menos dinámica, con crecimientos por debajo de Asia, Medio Oriente, Asia Central y África Subsahariana.

Los indicadores sociales reflejan este estancamiento. La pobreza, que se redujo entre 2002 y 2014, se mantiene hoy en torno al 30%, y la pobreza extrema en alrededor del 10%. La mejora en la distribución del ingreso, lograda a comienzos del siglo, ha dejado de producirse. Además, la fragilidad fiscal limita el gasto social, mientras que los altos niveles de deuda pública y de tasas de interés obligan a destinar grandes recursos al pago de intereses.

Las causas estructurales son la desindustrialización prematura, la dependencia de productos primarios y la escasa inversión en investigación y desarrollo: apenas 0,6% del PIB en promedio, y 0,3% o menos en la mayoría de países, frente al 2,4% de China y el 2,8% de las economías de altos ingresos. Ello explica el virtual estancamiento de la productividad.

A estos problemas internos se suman los efectos de la política económica de Estados Unidos: el control de la migración irregular, con potencial impacto en las remesas; el proteccionismo y la guerra comercial; y el encarecimiento del financiamiento internacional debido al alza de las tasas de interés de los bonos del Tesoro.

El comercio con China es una oportunidad, pero sigue reproduciendo un patrón decimonónico: exportación de productos básicos e importación de manufacturas. No hay señales de cambio en esa dinámica. Incluso podría agravarse si China redirige a la región sus manufacturas excluidas de Estados Unidos.

Finalmente, los procesos de integración regional atraviesan una etapa de debilidad, marcada por tensiones políticas internas. Con todo, se vislumbran oportunidades: México podría ampliar su comercio con el resto de América Latina y dejar de mirar exclusivamente hacia el Norte.

Como subraya la CEPAL, la agenda económica de la región requiere cambios profundos. Se necesita retomar políticas de desarrollo productivo, incrementar sustancialmente la inversión en investigación y desarrollo, y aprovechar las revoluciones tecnológicas en curso —digital, biotecnológica y de energías limpias—. Ello no significa abandonar las exportaciones de productos básicos, sino dar prioridad a aquellos que apoyen la transición energética, como el cobre y el litio. También urge revitalizar la integración regional en áreas como la cooperación tecnológica y el financiamiento intrarregional, así como fortalecer las políticas sociales vinculadas al empleo formal y la reducción de la informalidad.




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