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Las armas de la guerra político-institucional peruana, por René Gastelumendi

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La reciente ofensiva de la fiscal de la nación Delia Espinoza, al desafiar a la facción fujimorista del Congreso solicitando la ilegalidad de Fuerza Popular luego de resistir una resolución de la JNJ que buscaba reponer a Patricia Benavides y que ahora va nuevamente por ella, es apenas la última escaramuza de esta guerra interminable que se libra desde el 2016 en las entrañas del Estado. Es una guerra civil institucional donde la ciudadanía segundo plano y el objetivo es aniquilar o neutralizar al adversario para garantizar la propia supervivencia. No es un “juego democrático”. Es una guerra de muchas batallas.

Este conflicto permanente, sin balas, hasta el momento, pero que hace crujir nuestra democracia, librado sin cuartel, es jurídicamente caníbal porque las instituciones enfrentadas forman parte del mismo sistema. Para no ser devoradas, las personas que ocupan las instituciones del Perú han llegado a la brutal conclusión de que deben devorar primero. Asistimos a una antropofagia de poderes, una patología sistémica donde los órganos creados para dar equilibrio y sostener la República han mutado en feudos autónomos, cada uno con su propia agenda, su propio ejército y, por supuesto y de eso trata esta columna, su propio arsenal armamentístico y capacidad de daño. Para entender la perversión jurídica de esta guerra, que ha reemplazado a la política del bien común como el motor de la vida pública, es necesario abrir la armería y examinar las armas que la propia Constitución provee. A continuación, el catálogo armamentístico con el que se libran, hoy, las batallas políticas por el control del Perú. También sus vulnerabilidades. Analicemos el poder de fuego.

1. El Congreso de la República

Si esta guerra tuviera un Pentágono, con las disculpas del Pentágono, este sería Palacio Legislativo. El congreso es el feudo con el arsenal más grande y versátil, un poder basado en la fuerza bruta de los votos y en su capacidad para dictar las reglas del juego y, sobre todo, la falta de pudor de la mayoría de sus miembros. Su arma más elemental es El Ariete Normativo: La Ley a la Medida, con la que moldea la realidad legal a su antojo, creando normas para beneficiar a aliados, debilitar a rivales o conceder amnistías. No solo juega la partida, constantemente rediseña el tablero.

Para el combate diario, emplea, o no, el Arma de Asedio: La Censura Ministerial, una herramienta de desgaste sistemático para demoler el gabinete del Ejecutivo pieza por pieza. Sin embargo, su opuesto es igualmente poderoso: El Pacto de No Agresión: La 'No Censura'. En un Parlamento con votos de sobra para remover a un ministro, la decisión de no hacerlo es la señal de una alianza dentro de esta guerra. Es un arma de omisión que se usa para comunicar una tregua transaccional: "Yo (Congreso) te permito gobernar a cambio de que tú (Ejecutivo) no observes mis leyes o interfieras en mis guerras".

A esto se suma la Bomba de Destrucción Masiva: La Vacancia Presidencial, cuya amenaza latente mantiene al Ejecutivo en un perpetuo estado de jaque. Sin embargo, el arma predilecta de la era actual es el Arma de Precisión Quirúrgica: La Inhabilitación. A través de una acusación constitucional, el Congreso actúa como un gran jurado y juez supremo, pudiendo aniquilar la carrera de cualquier alto funcionario público por diez años. Su juego a largo plazo se basa en el Arma de Conquista Estratégica: La Captura de Órganos Autónomos. Al elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional, al Defensor del Pueblo y a los jefes de los órganos electorales, el Congreso se asegura el control de los "árbitros", garantizando que sus futuras acciones tengan un ecosistema favorable.

A pesar de su formidable poder, el Congreso tiene dos debilidades estructurales. La primera es El Talón de Aquiles: La Desaprobación Ciudadana. Con una legitimidad popular casi nula, cada una de sus jugadas es percibida como un abuso. La segunda es La Guerra Interna: Fragmentación y Caudillismo. No es un ejército unificado, sino una coalición inestable de milicias que se unen por intereses puntuales.

2. El Poder Ejecutivo

El Ejecutivo es el rey del tablero, aunque a menudo parezca un rey en jaque. Su poder reside en el control de la maquinaria y la tesorería del Estado. Su arma más poderosa es La Llave del Tesoro: El Presupuesto Público, con el que puede premiar la lealtad de regiones y alcaldes o castigar la disidencia. A esto se suma La Maquinaria Regulatoria: El Aparato Estatal, que le permite crear normativas que afectan intereses de grupos de poder. Tácticamente, cuenta con El Veto Presidencial: La Observación de Leyes, un freno que le permite retrasar normas y posicionarse ante la opinión pública.

Históricamente, su "bomba atómica" era la Cuestión de Confianza. Sin embargo, esta es hoy un Arma Clave Desmantelada. El Congreso usó su "Ariete Normativo" para despojarla de su poder real, y el TC validó el desarme. Hoy es una pistola de fogueo, dejando al Ejecutivo sin su principal poder de respuesta. Sus vulnerabilidades son evidentes: La Soledad del Poder, por la falta de una bancada leal, lo condena a un asedio permanente. Además, El Trono Expuesto convierte al presidente en el blanco número uno de todas las investigaciones.

3. El Ministerio Público (La Fiscalía)

Su poder no es político, sino procesal, pero todos los frentes lo acusaran de persecución política porque las consecuencias de sus arremetidas, sustentadas o no, también son políticas. Ataca la reputación y la libertad. Su principal herramienta es el Arma Psicológica: La Carpeta Fiscal. La simple apertura de una investigación genera un daño reputacional inmediato. Para objetivos más duros, utiliza el Arma de Inmovilización: La Prisión Preventiva, que permite neutralizar adversarios clave sin una sentencia. Finalmente, con el Arma de Inteligencia: La Colaboración Eficaz, obtiene un mapa de las redes de poder. Sus debilidades son críticas: El Cordón Umbilical: La Dependencia de la JNJ significa que una Junta capturada puede decapitar a la cúpula fiscal. Además, La Lucha de Jerarquías y sus facciones internas minan su credibilidad.

4. El Poder Judicial y el Tribunal Constitucional

Son la artillería pesada y la defensa antiaérea. El Poder Judicial blande El Escudo Táctico: La Medida Cautelar, que puede "congelar" una decisión del Congreso, y La Bala de Francotirador: El Control Difuso, que permite a un juez no aplicar una ley inconstitucional en un caso concreto. El Tribunal Constitucional, por su parte, posee La Bomba de Neutrones: La Sentencia Interpretativa, el arma más sofisticada, capaz de reescribir la Constitución sin cambiar una coma y zanjar toda discusión posible, los chamanes, los brujos, los apus, los que deciden quien gana la batalla. Su gran vulnerabilidad es El Pecado Original: El Nombramiento Político, que contamina la legitimidad de sus fallos, y La Batalla contra el Tiempo: La Lentitud Procesal, que a veces vuelve sus decisiones irrelevantes.

5. La Junta Nacional de Justicia (JNJ)

Controla el capital humano de la justicia, un poder temido y codiciado. Su Arma de Control Total es el Nombramiento y la Ratificación de jueces y fiscales. Su Arma de Ejecución es la Destitución de estos. Su poder la convierte en El Ojo de la Tormenta: Ser el Objetivo Principal de las facciones políticas. Sin embargo, su Blindaje de Cristal: La Fragilidad Constitucional la expone a ser removida por el Congreso, el mismo poder al que debe supervisar.

6. La Contraloría General de la República

Es el proveedor de municiones del campo de batalla. Su Arma de Municionamiento es el Informe de Control, la bala que la Fiscalía o el Congreso necesitan para iniciar un ataque. Con el Arma de Parálisis Burocrática: El Control Concurrente, puede ralentizar la gestión de un gobierno enemigo. Su debilidad es que son Balas sin Pistola: dependen de que otros poderes decidan usar sus informes, y la Lealtad del Guardián puede estar comprometida, ya que el Contralor es elegido por el Congreso.

La trágica ironía de esta guerra, lo que la convierte en un círculo vicioso sin salida aparente, es que el árbitro supremo, el Tribunal Constitucional, ha bajado al campo de juego. Su neutralidad queda comprometida desde que sus miembros son elegidos por uno de los beligerantes. Así, el TC no solo aplica las reglas; a menudo las reinterpreta para favorecer a una facción, convirtiéndose en el jugador más poderoso del tablero. La guerra es total porque hasta el encargado de detenerla se ha convertido en un combatiente más.




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