Gaza, los gritos y el silencio, por Ramiro Escobar
El informe de una comisión de la ONU emitido recientemente, que confirma que lo que ocurre en la franja de Gaza constituye un genocidio, ratifica que el horror que el mundo presencia a diario no tiene otro nombre que ese. Se mata deliberadamente, se destruye el medio ambiente, se bloquea el acceso a servicios básicos y se maltrata a los detenidos.
En una de sus aristas más tenebrosas, el documento sostiene que en diciembre de 2023 se atacó una clínica de fertilidad y se destruyeron 4.000 embriones. Recordar que Hamás actuó con vesania en octubre de ese año, y que aún lo hace con los rehenes; o que en la guerra civil siria murieron más de medio millón de personas —miles de niños incluidos—, no sirve de mucho.
Tampoco ayuda argumentar que en la República Democrática del Congo han fallecido millones, en parte por el infame tráfico de coltán. Todo eso es atroz. ¿Pero para qué deslizar la filosofía del “nosotros matamos menos” si, al final, lo urgente es detener una matanza más?
Los genocidios son un fracaso moral para toda la humanidad. Han ocurrido desde tiempos antiguos, en diversas latitudes. Por ejemplo, durante la Colonia con los pueblos indígenas de América, cuando en varios territorios se desplegó una maquinaria de destrucción. Pero, así como hubo anuencia y crueldad, también hubo un Fray Bartolomé de las Casas que alzó la voz.
En la Alemania nazi, algunos ciudadanos como los hermanos Scholl se opusieron al Holocausto que se llevó la vida de millones de judíos, romanís y otros grupos. Tuvieron el coraje de enfrentarse al poder y al silencio. Otros héroes, conocidos o anónimos, intentaron frenar lo ocurrido en la URSS durante la época de Stalin; en Camboya en la década de 1970; o en Ruanda en 1994.
A fines del siglo XIX, el diplomático irlandés Roger Casement denunció los genocidios en el Congo y en la Amazonía, a costa de su seguridad. Hoy, en el propio Israel, las ONG B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos se han atrevido a denunciar la barbarie de Gaza. Lo mismo ha hecho el académico Omer Bartov, estudioso del Holocausto. Todos ellos, antes y ahora, han escuchado la voz de las víctimas, esas que, si se ignoran, alimentan las más dolorosas tragedias.