Apenas ha pasado un año desde que el Gobierno asaltó RTVE con la aprobación del decreto ley que garantizó su control sobre el ente público: cambió la elección del consejo de administración, redujo la fuerza de los vocales que nombraba el Senado, controlado por la oposición, y las mayorías necesarias para designar a sus miembros para no tener que pactarlos con el PP. La Moncloa concedió a esta maniobra tal importancia que fue convalidada en el Congreso un día después del desastre de la riada del barranco del Poyo, en una sesión sonrojante. Con el paso de los meses se han hecho evidentes las motivaciones de este gesto: convertir la televisión pública en una trinchera a favor del Gobierno e ideologizar la parrilla de principio a fin, en un intento evidente de difundir el marco de pensamiento del sanchismo a través de una institución que debería servir a todos los españoles. En mayor o menor medida, todos los gobiernos han hecho uso de los servicios informativos para ofrecer una oferta favorable a sus intereses. Ninguno como Pedro Sánchez se ha atrevido a ir tan lejos, sin embargo, en la deformación de la pretendida pluralidad que debería tener una televisión que es de todos los ciudadanos, que hoy no cumple los mínimos a los que está obligada en su condición de servicio público, no gubernamental, y está financiada con impuestos, por cierto a través de un modelo ruinoso que cuesta al erario cientos de millones de euros. La primera y sonada maniobra resultó el fichaje de David Broncano para el programa 'La Resistencia', a cambio de 28 millones de euros por dos temporadas, incorporación que no tenía otro objeto que neutralizar 'El Hormiguero' de Pablo Motos en Antena 3, molesto para La Moncloa. Pasado el primer impulso y el entusiasmo ideológico con que se promocionó el espacio, las audiencias le siguen dando la razón a Motos y su equipo, que mantienen el liderazgo. La segunda operación, más ambiciosa y transversal, ha consistido en 'salvamizar' de forma progresiva el resto de la parrilla de La 1, hasta convertirla en una interminable mesa caliente por la que van desfilando tertulianos que imparten doctrina con desenfado y cercanía. Fue la pasada primavera cuando empezaron a surgir estos programas, con apariencia de informativos y diseñados para propagar sin pudor la línea argumental del Gobierno y su acción política de criminalización de la oposición , que tan cerca queda de las formas de los regímenes totalitarios. Si el fin de una emisora pública es el de formar, informar y entretener, en este caso los esfuerzos se centran en manipular a favor de La Moncloa, con desproporción editorial y formal. Estos magazines ocupan todas las franjas horarias y sirven de forma reiterada a propagar el argumentario gubernamental, a menudo a partir de noticias falsas, comentadas con sorna en unas tertulias donde la descalificación es norma, las malas formas se extienden y las posiciones que no sean estrictamente sanchistas son ridiculizadas. El debate sosegado y plural, en el que estén representadas con respeto y libertad las distintas visiones políticas de los ciudadanos, ha desaparecido, sustituido por una adhesión al líder que raya en lo norcoreano. Estos programas, pretendidamente informativos, han adoptado las peores costumbres de los formatos de la prensa rosa, aplicados ahora al análisis de la actualidad. Lo 'informativo' se limita a una defensa feroz del Gobierno, en tono desenfado, más digerible para una audiencia que asiste como espectadora a la contumaz defensa de los intereses del sanchismo, financiada con los recursos del contribuyente en un ejercicio que roza la malversación.