Después de la reforma electoral: El manotazo mayor
De aquí en adelante, conforme pasen los meses, resultará cada vez más difícil ocultar que la economía del país va mal, muy mal. Hasta ahora, habilidosamente, esta realidad se ha tratado de invisibilizar. De hecho, artificiosamente, el grupo en el poder ha generado la percepción de que las cosas no sólo van bien, sino “requeté” bien.
Una serie de medidas ha contribuido, hasta ahora, a generar tal percepción. Entre otras, tal vez la principal: los elevados incrementos decretados al salario mínimo en los últimos siete años, sin duda viables desde el ángulo económico y pertinentes en términos de la justicia distributiva, pero esas tasas fueron sostenibles dos, tres años, pero no pueden serlo de manera permanente.
Como se comprenderá, no es posible continuar indefinidamente tal política salarial, en razón, aunque parezca paradójico, de que terminará por arruinar a los pequeños y muy pequeños empresarios, que son la mayoría del país, así como también a los que se mueven en el terreno de la informalidad, cuyo número es incluso superior a los de la economía formal.
Acerca de que las cosas no marchan bien, sobran datos. Para no ir más lejos, el Índice Global de Actividad Económica, recién publicado por el INEGI, da cuenta de que julio registró una contracción del uno por ciento (0.9%), superior incluso a la pesimista que ya preveían los indicadores oportunos. Es de preocupar.
En rápido recuento: el desempleo aumenta; la inversión privada está pasmada y la pública ha caído como nunca antes; los incrementos en el índice de precios asfixian a la población; Pemex es un pesado lastre y su producción va en caída libre; las obras faraónicas del sexenio anterior (que ni siquiera hay necesidad de mencionar por ser de todos conocidas), producto del capricho presidencial, no sólo no han resultado rentables sino que gravitan pesadamente sobre las raquíticas finanzas públicas.
Es cada vez mayor el número de mexicanos y de familias que mal sobreviven con las dádivas gubernamentales, de claro corte clientelar. Probablemente esto continuará hasta que las finanzas del gobierno no resistan la presión, por un servicio de la deuda que de plano se haga insostenible y conoceremos entonces la cruda realidad.
¿A qué viene lo anterior? A que el siguiente manotazo, luego de aprobar las reformas para hacer nugatorio el juicio de amparo y en febrero próximo la reforma electoral, con la que el oficialismo no sólo se apoderará totalmente del aparato que organiza las elecciones y que hoy sólo tiene colonizado, sino que modificará además de tal manera el régimen de representación política que anulará a la oposición y erigirá a Morena --incluso sin sus aliados, de ser preciso— en un partido súper hegemónico con sobrerrepresentación en las Cámaras federales, en los congresos locales y aun en los ayuntamientos, representación muy por encima de la votación real que obtenga.
Porque el oficialismo sabe o intuye que en las próximas elecciones no le habrá de ir muy bien. No hay razón para que le vaya bien. Pero con la fórmula de representación política que imponga para la conformación de los órganos legislativos, continuará manteniendo en éstos el control y dominio. Lo cual logrará con la reforma electoral (si así se insiste en llamarla) que tratará de imponer en febrero, porque sabe que de no hacerla como la tiene planeada, el riesgo de perder las elecciones del 27 es muy alto.
Y peor si antes lleva a cabo la reforma fiscal. Entonces sí la derrota quedará anunciada. Porque aunque esta reforma es necesaria, la que el grupo en el poder seguramente tiene en sus planes es muy distinta a la que el país requiere. Una reforma que ordene y discipline las finanzas públicas, que grave correctamente las fuentes de tributación sin arruinar la actividad económica, que corrija dispendios y desorden desde el lado del gasto y no aniquile a los agentes verdaderamente productivos.
Pero no, no es este tipo de reforma fiscal (hacendaria, tributaria o como se le quiera llamar) en la que está pensando el grupo en el poder. Sino en otra que le permita continuar con los dispendios, derroches en obras faraónicas improductivas y gasto clientelar que les asegure su permanencia en el poder.
Habrá notado el lector que en siete años este, el de la reforma fiscal, ha sido un tema tabú para el obradorato. Lo ha venido dejando para cuando simplemente dé el manotazo. Urge hacer algo desde ahora, para que esa reforma fiscal tome el cauce correcto.