De sueños y de burros austeros
Me sentía muy cansado. Había tenido yo jornadas muy extenuantes de trabajo, porque resulta ser que me habían encargado dos asuntos muy importantes para el despacho, uno en Veracruz y el otro en Durango.
He de confesar que, no obstante mi avanzada edad, nunca en mi vida había trabajado, porque mi padre era un genio que logró mantenernos a todos con una sorjuanita de doscientos pesos, hasta que se le acabó el contrato.
Así que me vi obligado a trabajar atendiendo estos casos. Debo decir que los asuntos se perdieron de cabo a rabo, pero el problema no fui yo, fue mi contrario. A mí me daba mucha seguridad mi nombre: Carlos. Sabía que todo era cuestión de llegar y decirle a quien se pusiera enfrente que mi nombre era Carlos, como Carlo Magno, o como Carlos Darwin, o Carlos V o —ya de perdiz— como Carlos Espejel; y ya con eso tenía el éxito asegurado con el peso del legado que este nombre tiene.
Pero la mala suerte me persiguió, porque resulta que el contrario había sido mi colega en la facultad, y el muy irreverente, al saludarme frente a muchas personas, me llamó Charly, así, disminuyéndome y queriéndome hacer ver pequeño.
Luego confirmé que lo había hecho por manchar el legado de llevar el nombre de estos ilustres hombres y eso afectó tanto mi psique, que perdí los casos. Le pedí que no me llamara Charly nunca más, pero no le importó.
Entonces pensé en tomar unas vacaciones en Tokio, pero por ahí me enteré de que las cenas cuestan cuarenta y siete mil pesos y pues no me alcanzó. Decidí que, acorde con mis ingresos y posibilidades, viajaría a un lugar que desde hace tiempo tenía ganas de conocer: se llama Otumba, Estado de México. Es una localidad en la que protegen y cuidan a los burritos; hasta hay un santuario para ellos. Así que cambié Tokio por Otumba.
En lo que organizaba mi viaje, me puse a ver televisión acostado en mi cama hasta que, estando tan cansado, me quedé dormido. Y tuve un sueño extraño: comencé a soñar con unos burros, muchos burros, cada vez más burros.
Los burritos se multiplicaban hasta que llegó un momento en que no cupieron más. Entonces, apareció una burra que se veía que era la lideresa de todos y, con cajas destempladas y rebuznos, se dio a entender que requería de más espacio porque ya no cabían y a ella le gustaba estar rodeada de sus consejeros.
Resulta que no había más espacio y ella se enfureció tanto, que dando coces y gritos, salió de la escena. De repente, me desperté. Pero no me desperté por completo, y en ese estado de entresueño, tuve la impresión de haberme quedado dormido viendo una película de la India María en que hablaban de la localidad de San José de los Burros —que en realidad era Otumba— y tal vez por eso soñé con los jumentos.
Pero no, ya que me desperté por completo, me percaté de algo: no era una película de la India María lo que estaba viendo. Era una nota periodística que hablaba de que la ministra Lenia Batres se quiso agandallar un mayor espacio en la Suprema Corte de Justicia de la Nación para todos sus asesores, al fin que la austeridad da para eso y mucho más.
Ahora que vaya a Otumba, me fijaré con mucha atención, a ver si descubro a la revoltosa de mi sueño.