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Los libros de la semana: El poderoso regreso de Abdulrazak Gurnah

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«Un largo camino», de Abdulrazak Gurnah

El absorbente y poderoso regreso del Nobel Gurnah

De Ángeles López

Gurnah regresa, tras el Nobel, con una novela que confirma su inaudita mezcla de modestia formal y ambición moral. La obra trama una parábola doméstica en Zanzíbar y Dar es-Salam durante los 90 que, sin aspavientos, se abre a un fresco poscolonial. El triángulo Karim–Fauzia–Badar encarna la primera generación que no nació bajo dominio extranjero y, sin embargo, vive a la intemperie de sus secuelas: instituciones frágiles, desigualdad heredada, turismo y ONGs como nuevas gramáticas del poder. La «larga» travesía del título es la de un país y la de tres vidas que aprenden el precio de pertenecer. Gurnah escribe con sobriedad. Elige escenas breves, la habitación descrita con precisión, el gesto minúsculo, y confía en la inteligencia del lector para hilvanar la historia: el tiempo avanza con transiciones elípticas guiado por titulares, recuerdos y cambios de foco. La alternancia de perspectivas no busca el espectáculo polifónico, sino el temblor de la conciencia. A veces sabemos más que los personajes; otras, menos, de modo que la tensión procede de lo que no se dice y de lo que aflora de modo oblicuo. Ni un solo fuego de artificio gracias a sus frases presumiblemente mundanas que, de pronto, se ven interrumpidas por vueltas y revueltas que reorientan una vida o iluminan un agravio vetusto.

El desfalco de la infancia

El núcleo ético no solo se refiere al hurto doméstico que precipita la trama, sino al desfalco de infancia, hogar, futuro y dignidad que el colonialismo instaló como hábito. Pero el autor, lejos de pontificar, deja que el nuevo mercado de servicios, hoteles, voluntariados bienintencionados y caprichos del visitante extranjero exhiban, por contraste, su economía de desechos. La irrupción de una joven cooperante británica en la intimidad de Karim y Fauzia no es un mero catalizador sentimental, sino la dramatización de ese «derecho» a disponer del otro que atraviesa la historia: el robo íntimo como eco, a escala de habitación, del expolio histórico. De ahí que el desenlace, más catártico que explosivo, resulte a la vez inevitable y perturbador. La novela mira con especial perspicacia los legados familiares. Ancianos que han aprendido a «llevar la vida sin quejarse», casas que huelen a pasado, madres ultrajadas por la violencia política, hijos criados por sustitutos: el entramado de parentescos es un archivo vivo de la historia. En Karim y Badar, ambos marcados por el abandono paterno, la camaradería se mezcla con la rivalidad; en Fauzia, maestra en ciernes y lectora voraz, la promesa de emancipación tropieza con expectativas de género y una maternidad narrada con rara honestidad (depresión, cansancio, culpa…). Gurnah entiende que los logros se encarnan en lo doméstico, y su prosa convierte el día a día en una alegoría. Otro rasgo esencial es la textura lingüística. El inglés heredado convive con kiswahili y arabismos sin cursiva: cortesías, bromas, entonaciones que devuelven a los personajes su sitio en el idioma. Esa decisión estilística es una forma de resistencia: el verbo de la administración no borra el de la vida. En paralelo, Gurnah trenza una discreta constelación intertextual (Tolstói, Shakespeare; ecos coránicos y oralidad africana) que no adereza, sino que enmarca la educación sentimental de sus criaturas. Pero se niega a teatralizar el trauma. No hay escenas de denuncia; solo detalles que hacen poso: un salario, un pasaporte, una cuna, la factura de un colmado…. De esa economía nace su poder político. Gurnah se niega a ser portavoz de nadie y escucha a los «fuera de mapa»: sirvientes, profesores, funcionarios discretos, jóvenes que buscan lo posible. Su novela no predica: muestra con precisión y piedad. En tiempos de ruido, ese sotto voce es una forma de coraje. Hablamos de un «robo» pues este relato recuerda que, tras la independencia, el despojo persiste con otros nombres, y que es posible una reparación íntima. No hay consuelo en estas páginas que nos dejan la interrogación abierta sobre quién se pierde, qué se guarda, que puede devolverse. Esa ambivalencia es el sello de un gran novelista.

  • Lo mejor: La prosa sobria y precisa; los personajes complejos; la tensión íntima y la mirada poscolonial
  • Lo peor: El ritmo pausado inicial y las elipsis temporales pueden confundir a algunos lectores no habituados

«La nueva era del kitsch», de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy

Una decepcionante y errática lectura de la sociedad actual

Por Pedro Alberto Cruz

Tras sus colaboraciones en «La pantalla global» (2007) y «La estetización del mundo» (2013), Gilles Lipovetsky y Jean Serroy vuelven a unir sus habilidades como sintomatólogos de la sociedad contemporánea en «La nueva era del kitsch» (Anagrama). A través de este volumen expanden la idea de «hipermodernidad» –explorada por el primero durante la primera década del actual siglo– para analizar las infinitas derivadas y transformaciones del kitsch desde la década de 1950 hasta el presente. Ambos autores parten de la diferenciación de dos grandes periodos del kitsch: el que llegaría hasta mediados del siglo XX; y aquel que, tras la crisis del proyecto moderno, definiría una metamorfosis de este estigmatizado estilo, el cual terminaría por hipostasiarse con la cultura de la globalización.

Vademécum del «modus vivendi»

El «neokitsch» o «hiperkitsch» es empleado como la contraseña que abre todas las puertas de una sociedad superficial empeñada en perseguir los placeres ligeros e inmediatos. Este nuevo texto constituye más un esfuerzo taxidérmico que teórico: el carácter omniabarcador que se le otorga al «neokitsch» conlleva que su esencia permee todos los planos de la sociedad y la cultura posteriores a la modernidad, haciendo de este libro una suerte de vademécum del «modus vivendi» contemporáneo. Casi como si de un «panóptico de la hipermodernidad» se tratara, ambos autores construyen un radar que rastrea ámbitos como el consumo, la moda, la publicidad, el cine, las series, la música, la literatura… con una ambición que asoma como la principal debilidad del libro. Tanto por su índice un tanto confuso –plagado de reiteraciones de temas y conceptos– como por la superficialidad con la que se examinan los múltiples campos seleccionados, «La nueva era del kitsch…» resulta una investigación decepcionante y errática.

  • Lo mejor: El volumen se constituye como un verdadero panoptico para orientarnos y guiarnos en la actual cultura contemporánea
  • Lo peor: Quizá la obra incurre demasiado en mantener una visión bastante superficial de cada tema tratado a lo largo de sus páginas

«La sangre está cayendo al patio», de Elvira Navarro

Elvira Navarro, frente a una realidad terrorífica y obscena

Por Diego Gándara

No es fácil escribir cuentos, relatos, historias, en formato breve. No es fácil llegar al lector de inmediato. El lector, se dice, tiene que entrar en el corazón de la historia como quien entra en la historia de otro: por los resquicios, por el equívoco, por algo que se vislumbra, como escribió Raymond Carver que dijo V.S. Pritcher, «con el rabillo del ojo». No es fácil, claro, pero Elvira Navarro (Huelva, 1978), con una mirada tan aviesa como temeraria, hace que escribir cuentos, relatos, historias en formato breve sea, gracias a la exactitud de su escritura y en su caso, si no fácil, una puerta abierta hacia lo desconocido, a lo que vendrá, aunque nunca se sabe de qué forma llegará y no sólo eso: cuáles serán sus consecuencias.

Cotidiano y aburrido

Eso, al menos, es lo que se desprende de la lectura de «La sangre está cayendo al patio», donde Elvira Navarro, a través de nueve relatos, se adentra en una realidad que, lejos de ser acomodada, se ofrece compleja, obscena incluso, a las puertas de un terror, o de un pánico, que se desencadena, que se desborda. Como les sucede a una mujer que, tras declarar en quiebra la carnicería heredada de sus padres, debe desprenderse poco a poco del humilde legado familiar y, con él, de los seres que ama; o a un trabajador de mantenimiento de autopistas que llena su piso de animales que recoge en la carretera y convierte su hogar en un peculiar zoo; o a una joven que descubre que su lavadora no lava con agua sino con sangre o a una estudiante en París que camina por una zona que tiene mucho de sueño y de pesadilla kafkiana. No. No es fácil escribir cuentos, pero en manos de la autora, esa forma parece ser suya, como suya también es su escritura y también es su mundo: un mundo cotidiano y aburrido pero que Elvira Navarro, con el rabillo del ojo, consigue, casi sin esfuerzos, desencadenar.

  • Lo mejor: La capacidad de la autora para entrar en el centro del corazón de la historia, que parece luminoso pero está lleno de oscuridad
  • Lo peor: Nada que objetar a Elvira Navarro, que con este libro ya no se luce como escritora a tener en cuenta sino como una autora madura



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