La palabra más monstruosa (Tusquets) significa no solo el arribo de Marlene Navarro Guevara al género novelístico sino la irrupción de una voz levantisca en las novísimas letras mexicanas. A contracorriente de la preceptiva dominante, una pasarela de abuelas, madres, tías y hermanas esforzadas y angelicales, Marlene Navarro Guevara moldea a una mujer —esposa chupasangre, con dos hijos pequeños a quienes más les hubiera valido no haber nacido— que el narrador representa como una araña con cabeza humana: no hay nada en ella que invoque a esa figura algodonosa que amamanta a sus crías y teje chambritas.La araña —que consume alcohol y Bach hasta la inconciencia, quizá sus únicas debilidades— responde a un nombre, Martina, y va tomando forma a través de la experiencia recobrada de uno de esos niños —el malicioso, el cobarde Héctor, empeñado únicamente en proteger a su hermano menor—, quien años después intenta en vano exorcizar “el resentimiento y la vergüenza”. La palabra más monstruosa sigue así muchos de los códigos que ordenan los relatos de la memoria asediada por el dolor: la evocación de un tiempo opresivo, la imposibilidad de toda expiación, la lucha con las propias pulsiones destructivas, la certeza de que la violencia es la única prueba tangible de estar vivo.Las palabras hirientes, el maltrato físico, las horas de confinamiento en un armario, la noche como refugio fugaz, la sensación de moverse a tientas por una prisión —aunque de mármol y cristal— se dilatan con impecable parquedad. Marlene Navarro Guevara no necesita colgarse de la lírica empalagosa —eso que ha dado en llamarse “prosa poética”— para conducirnos hacia las vastedades psicológicas donde la oscuridad se extiende sin tregua. O como Héctor sentencia: “una bestia nos perseguía en la forma de alguien cercano”.La palabra más monstruosa —madre, pronunciada una sola vez— trae algunos de los socorridos asuntos que han domesticado a la novela mexicana: la familia como teatro disfuncional, la paternidad como una estampa de brazos cruzados, el abuso doméstico que nunca llega a oídos del mundo exterior. No lo hace, sin embargo, para sumarse al coro. Conviene leerla por su arrojada elección por la disonancia.AQ