Mi primera metida de pata como periodista
Han transcurrido 38 años desde que cometí mi primer desacierto de peso en el ejercicio del periodismo… Ocurrió en 1987, año en el que empecé a dar mis primeros pasos como periodista en el diario La Nación, específicamente como reportero de la Revista Viva. Llegué justo para ser testigo, en la sala de Redacción, de la desaparición de las máquinas de escribir y la llegada de los procesadores digitales.
Ingresé a este periódico en calidad de colaborador, cubriendo a Thaís Aguilar Zúñiga, redactora de temas culturales, durante los cuatro meses de su licencia por maternidad.
Resulta que, en ese tiempo, la escritora costarricense Carmen Naranjo Coto (1928-2012) publicó la novela El caso 117.720, una mirada crítica a la fragilidad y vulnerabilidad del sistema de seguridad social de nuestro país.
Mi jefa en aquel entonces, Eugenia Sancho Montero, me asignó la tarea de entrevistar a la prolífica autora de novelas, poesías, cuentos, ensayos, guiones para teatro y artículos de opinión.
Naranjo era reconocida y respetada no solo por su huella literaria, sino también por su quehacer político como embajadora de Costa Rica ante Israel (1972-1974); ministra de Cultura, Juventud y Deportes (1974-1976) y directora del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en América Central y México (1976-1980).
Fue, asimismo, una voz valiente en la defensa y promoción de los derechos de las mujeres costarricenses.
Como si fuera poco, en 1986 ganó el Premio Magón, el reconocimiento más importante que otorga el Estado costarricense en el campo cultural.
Pues bien, entrevisté a doña Carmen Naranjo y redacté una nota de media página, la cual fue publicada a los pocos días… ¡Y fue entonces cuando caí en la cuenta de mi error!
¿En qué me equivoqué?
Lo digo de una vez: en todas las ocasiones en que debí mencionar a Carmen Naranjo en mi nota, cité, de manera errónea, a la folclorista costarricense Carmen Granados (1915-1999).
Me refiero a la artista que encarnó en la radio a personajes memorables como Rafela, doña Vina, Prematura y doña Chona, inspiradas en el ser costarricense, por lo que Granados era conocida como el “Alma Nacional”.
Tan importante fue su legado como humorista, compositora y cantante, poetisa, locutora y comentarista en la televisión que el 12 de junio de 2024 fue declarada Benemérita de las Artes Patrias por la Asamblea Legislativa.
En fin, una destacada figura del acontecer nacional cuyo nombre cohabitaba en mi mente junto con el de la escritora de la novela El caso 117.720.
Lo curioso del caso es que la nota periodística que yo redacté pasó por las miradas de dos editores y un filólogo encargado de la corrección de estilo y nadie se percató de mi yerro.
Pasé varios días con el rabo entre las piernas. Sintiendo una gran vergüenza, redacté la aclaración que se publicó en la página 2 del periódico.
Aun así, me armé de valor y llamé por teléfono a Carmen Naranjo con la intención de disculparme. Se negó a hablar conmigo; ¡por supuesto que la entendí!
Confieso que no se me había ocurrido llamar a Carmen Granados, pero ella me contactó por teléfono. “Prepárese para una regañada”, pensé antes de atender la llamada, pero sucedió todo lo contrario.
“Aló. ¿José David? Mire, papito, le habla Carmen Granados, lo llamo para darle las gracias porque usted me elevó de nivel con esa publicación, me puso por las nubes. ¡Diay! Ahora resulta que también soy escritora. No se apachurre, que un error lo comete cualquiera. Le mando un fuerte abrazo y cuando quiera hablar conmigo, aquí me tiene a la orden. Chao”.
Han transcurrido 38 años desde que cometí mi primer desacierto de peso en el ejercicio del periodismo… una experiencia que me apenó, pero al mismo tiempo, me dejó valiosas lecciones profesionales y de vida. Eso es lo importante: aprender de los yerros.
José David Guevara Muñoz es periodista.
