El valor de la verdad, por Diego Pomareda
En tiempos en que la política parece haberse acostumbrado al ruido y al enfrentamiento, cuando el espectáculo reemplaza a las ideas y el agravio se disfraza de valentía, resulta casi un acto de rebeldía creer que aún es posible hacer las cosas de otro modo.
Mi reciente participación en El valor de la verdad me permitió comprobarlo. En ese espacio, al contrastar las prácticas políticas de una congresista que creyó que su cargo le daba licencia para ningunear a los demás, quise demostrar que se puede responder con argumentos, serenidad y respeto.
Frente al abuso, la respuesta no fue el grito, sino la palabra. Esa actitud, lejos de pasar desapercibida, fue reconocida por miles de ciudadanos que vieron en ella algo distinto: la posibilidad de defender una posición sin caer en el juego de la provocación, de sostener el debate con altura y sin perder el foco en lo esencial.
Vivimos en una sociedad del espectáculo, donde muchos creen que el único camino hacia la notoriedad política es el escándalo, la etiqueta o el agravio. Sin embargo, esta experiencia demostró que incluso en medio de la polarización todavía hay espacio para una política diferente: una que se construya sobre principios, ideas y el respeto.
Lo más valioso de todo este proceso ha sido constatar que, aunque parezca contraintuitivo, gran parte de la ciudadanía ha valorado la serenidad por encima del show, el argumento sobre el insulto y la propuesta antes que el ruido. Ese respaldo no se traduce solo en aplausos momentáneos, sino en una convicción compartida: la de que sí se puede hacer política con propósito, sin renunciar a los valores ni caer en los extremos y etiquetas vacías que tanto daño han hecho al país.
Hoy, más que un reconocimiento personal, esto representa una oportunidad colectiva. Una invitación para quienes creen que vale la pena involucrarse y construir desde la política. Que esta experiencia en El valor de la verdad sirva como ejemplo de que es posible cambiar la forma de hacer las cosas, inspirar a nuevas generaciones y demostrar que el Perú todavía puede ser un país en el que valga la pena vivir y en el que podamos elevar el nivel del debate.
