Metas de inflación a la tica: si no se cumplen, se cambian
La Junta Directiva del Banco Central de Costa Rica (BCCR) acaba de abrir una discusión que merece atención. ¿Es realista la meta de inflación del 3% ±1%?
Uno de sus directores reconoció que el Banco se ha quedado rezagado y que quizás sea momento de plantearse un objetivo más bajo. Coincidimos en que hay que revisar el tema, pero no necesariamente tirar la toalla con la meta actual. Es importante revisar también las acciones de política necesarias para cumplirla.
Hace pocos días, el presidente del Banco Central, Róger Madrigal, afirmó que “mucha gente habla de metas de inflación y todos parecieran ser expertos”, pero que el Banco tiene “sus estudios y sus nociones” sobre cómo deben ser las cosas (aunque no están siendo…).
Sin embargo, en economía, los números suelen hablar más claro que las nociones. Y los números son contundentes. Tras 41 meses al mando de la actual administración, la inflación solo ha estado dentro del rango meta una vez y fue casi por accidente. De no ser por ese episodio estadístico, el BCCR tendría el récord perfecto de 41 meses consecutivos sin acertarle a su propia meta y con altas probabilidades de seguir sin hacerlo.
Otras cifras también llaman la atención. El Banco Central ha reprogramado la fecha de retorno al rango meta más de diez veces. Afortunadamente, el BCCR no es un equipo de fútbol, porque con ese historial, difícilmente sus principales figuras seguirían en el banquillo.
Preguntas incómodas y señales ignoradas
Es hora de hacerse las preguntas incómodas. ¿Cambió tanto el país que ya no es posible alcanzar una inflación del 3%? ¿O más bien la política monetaria ha sido incoherente con el objetivo que dice perseguir?
Conviene recordar algo elemental: los precios brindan señales. La inflación mide el crecimiento del nivel general de precios, y dentro del IPC hay 289 bienes y servicios cuyos precios suben o bajan. Que los precios se muevan no es un problema; al contrario, es lo natural y necesario para que las familias decidan su consumo y las empresas planifiquen su producción. Gracias a esos movimientos, se ajustan salarios, márgenes de ganancia y decisiones de inversión.
El BCCR celebra como logro una inflación negativa o cercana a cero, sin considerar los costos que esto conlleva en el mediano y largo plazo. Basta mirar el caso de Japón y otras economías atrapadas durante años en la trampa de inflación cero o negativa. Al final, terminaron frenando su crecimiento, empleo y bienestar.
Una economía quieta, no estable
Costa Rica acumula ya 29 meses con inflación negativa o cercana a cero, y en 2025 la inflación acumulada ronda el –2%. Al mismo tiempo, el régimen definitivo (que representa el 85% del PIB) apenas crece un 3%, mientras que el consumo de los hogares se desacelera por sexto trimestre consecutivo. Este último pasó de crecer 5,5% en diciembre de 2023 a solo 2,9% en el segundo trimestre de 2025. En ese mismo periodo, se han perdido 92.000 empleos, según el INEC.
Más aún, el consumo de bienes no duraderos (alimentos y combustibles) muestra una contracción de –0,5%. Es decir, las familias están consumiendo menos. ¿Cómo se explica? Si la inflación es negativa, ¿no debería sentirse un alivio? ¿Cuántos costarricenses sienten hoy que ir al supermercado es más barato que hace un año, o que logran ahorrar más porque los precios no suben?
La confianza del consumidor parece dar una pista. Esta se estancó y dejó de mejorar. No sorprende en un entorno donde la tasa de política monetaria, en términos reales, ronda el 5,5%, encareciendo las cuotas que pagan las familias por sus deudas y los costos financieros de las empresas. En su afán de que nada se mueva, el Banco Central terminó logrando justo eso: una economía que dejó de moverse.
De dónde viene el 3%
Cuando el BCCR adoptó la meta del 3%, esta no fue antojadiza. Surgió de estudios comparativos con economías de estructura similar (Chile, Colombia, Perú) y de la inflación promedio de los principales socios comerciales del país. En aquel momento, el propio BCCR argumentó que no debía fijarse una meta demasiado baja, para evitar los riesgos de deflación o inflación cero que paralizan la demanda y dificultan los ajustes de precios y salarios. (¡Qué curioso que hoy no se habla nada de esto!)
Paradójicamente, hoy vivimos justamente eso, precios y salarios estancados, y un Banco Central que celebra la quietud como éxito. La evidencia internacional tampoco respalda una meta más baja. Cuando la inflación se mantiene excesivamente baja, los bancos centrales pierden margen de maniobra ante choques adversos. Un anclaje aún menor podría elevar el riesgo de deflación, erosionar la inversión y enfriar la economía justo cuando esta necesita oxígeno.
Más que revisar la meta, revisar la política
No se trata de culpar al BCCR de todos los males, pero sí de reconocer que sus lecturas complacientes (algunos dirían miopes) tienen consecuencias reales para las familias y las empresas. Un buen Banco Central no se mide por cuántos papers cita, sino por su criterio, equilibrio e independencia.
No es el vocero técnico del poder político ni el guardián de una tasa intocable; es el administrador de confianza de la moneda y de la estabilidad macroeconómica. Una institución seria no cambia el termómetro porque no le gusta lo que marca; primero, defiende su credibilidad. Y cuando la política no funciona, no cambia la meta para justificarla; la corrige.
Si el Banco Central se aferra a sus modelos mientras la economía real se enfría, corre el riesgo de ganar credibilidad en los papers, pero perderla en los hogares.
Revisar la meta puede ser un ejercicio válido, siempre y cuando eso venga acompañado de una revisión honesta de la política y de su conducción. Y, sobre todo, de un compromiso claro: la meta está para cumplirse, no para ajustarse cada vez que no se cumple.
El verdadero riesgo
Costa Rica tampoco puede darse el lujo de tener una inflación estructuralmente más baja que la de sus principales socios comerciales. Cuando los precios internos crecen menos que los de Estados Unidos, Europa o los países vecinos, el tipo de cambio real se aprecia y el productor nacional pierde competitividad. Los bienes y servicios costarricenses se encarecen en el exterior mientras los importados se abaratan en el mercado local. En la práctica, esto equivale a un subsidio implícito a las importaciones y un severo castigo silencioso a la producción nacional, como lo estamos viendo hoy.
Cuando la estabilidad de precios se convierte en inmovilidad económica, lo que está en juego no es el 3%, sino la capacidad del país de crecer, generar empleo y bienestar. Lo urgente no es cambiar el mapa, sino enderezar el rumbo.
dortiz@cefsa.cr
Luis Liberman y Daniel Ortiz son economistas.
